La Navidad de otrora tenía un clima de distensión y paz. Del fondo del alma suben los recuerdos armoniosos y distendidos de las Navidades de entonces.
A nuestro alrededor, en la mirada de muchos conocidos y desconocidos con quienes nos cruzamos por la calle, de los amigos a cuyo lado luchamos y trabajamos, de los íntimos cuya amistad nos acompaña a lo largo de los años que se van, se nota una sed espiritual mal saciada, y un deseo mudo y tal vez subconsciente de volver a encontrar un poco de la verdadera alegría de la verdadera Navidad. Por cierto, ese es el estado de espíritu de muchos lectores. Así que parece censurable negarse a uno mismo y a tantas otras personas una ocasión de librar de las mazmorras del olvido tantos recuerdos dorados, y de saciar la sed de maravilloso, de dulce, de sacrosanto, que reluce en la Navidad.
Apartemos a un lado visiones tétricas de pueblos oprimidos, de tiranos ensañados, de multitudes electrizadas por demagogos, de escritores sinuosos modelando noticias tendenciosas para engañar al público.
Abrámonos a la luz de la Navidad, a fin de que se reanimen nuestras almas desoladas. Después retomaremos con mayor ánimo el pesado fardo de la realidad contemporánea.
Evidentemente no hablamos de la alegría propagandística y no auténtica que domina la Navidad de hoy. Esta perdió, en nuestras costumbres sociales, casi todo su perfume de antaño. Y pasó a ser una actividad comercial. Una propaganda frenética que casi no deja a las personas la libertad psíquica de no hacer compras.
Compras que caben en el presupuesto de cada uno, y compras que no caben. Es preciso “obligar” al pueblo a comprar, para dar salida a los stocks acumulados y aumentar el volumen de los negocios. La Navidad tomó así, desde hace años, el aspecto afanoso y trepidante de una inmensa carrera del pueblo al servicio del aparato productivo. Ipso facto la psicología del regalo y de las fiestas cambió. Cada vez más va perdiendo su carácter afectivo, desinteresado e íntimo. Es ahora un apéndice del negocio. Su razón de ser principal es crear, mantener o ampliar relaciones que sirvan a los negocios. Impulsado por esa mentalidad, hasta el regalo desinteresado va tomando aspectos comerciales. Muchos intentan prever cuánto costará el obsequio que recibirá del amigo, para dar uno de igual precio. Pues si el regalo dado vale más que el recibido, el donante se sentirá defraudado y frustrado. Y recíprocamente. En definitiva, el regalo pasó a ser un trueque, calculado en función del precio. Por otra parte, en la fiesta, preparada en general con dificultad, a veces es el interés económico en lugar de la amistad, el que determina la lista de invitados, la cantidad de los gastos, etc.
En el cuadro de Augusto Ferrer Dalmau una castañera ofrece un cucurucho al soldado de la Guardia Real de Corps en la Navidad de 1807 en la Puerta del Sol de Madrid como se puede apreciar por la iglesia de Nuestra Señora del Buen Suceso que posteriormente fue demolida.
Este artículo se publicó originalmente en https://plineando.blogspot.com/
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