Considerando los hechos con gran perspectiva histórica, el día de Navidad fue el primer día de la Civilización Cristiana.
Todas las riquezas de esta civilización se contienen en Nuestro Señor Jesucristo como en su fuente única, infinitamente perfecta, ya que la luz que comenzó a brillar sobre los hombres en Belén habría de extender cada vez más sus claridades hasta difundirse por el mundo entero transformando las mentalidades, aboliendo e instituyendo costumbres, infundiendo un espíritu nuevo en todas las culturas, uniendo y elevando a un nivel superior todas las civilizaciones.
¡Quién lo hubiese dicho! No hay ser humano más débil que un niño. No hay habitación más pobre que una gruta. No hay cuna más rudimentaria que un pesebre. Sin embargo, este Niño, en aquella gruta, en aquel pesebre, habría de transformar el curso de la Historia.
Junto al pesebre está la Corredentora, Medianera y Abogada a quien podemos pedir la gracia incomparable del Reino de Dios. Todo lo demás nos será dado por añadidura.
¡Oh, vosotros que pasáis por el camino, parad y ved si hay dolor semejante a mi dolor! exclamó el profeta Isaías, anteviendo la Pasión del Salvador y la compasión de María. Pero él también podría haber dicho, profetizando las alegrías cristianas perennes e indestructibles que la Navidad lleva a su auge: ¡Oh, vosotros que pasáis por el camino, parad y ved si hay alegría semejante a la mía! Vosotros que vivís voluptuosamente para el oro, que vivís tontamente para la vanagloria, que vivís torpemente para la sensualidad, que vivís diabólicamente para la rebeldía y para el crimen, parad y ved a las almas verdaderamente católicas, iluminadas por la alegría de la Navidad, ¿Qué es vuestra alegría comparada con la de ellas?
Cuenta Paul Claudel como se convirtió el día de Navidad de 1886 cuando fue sin muchas ganas a la catedral de Notre Dame en París, apretujado y empujado por la multitud, para asistir a las solemnes celebraciones. Los niños del coro vestidos de blanco acompañados de los seminaristas cantaban el Magníficat. Estando de pie entre la muchedumbre se produjo un acontecimiento que dominó toda su vida. En un instante su corazón fue tocado y creyó con tal fuerza que no dejaba lugar a dudas. De repente tuvo el sentimiento de la inocencia, de la eterna infancia de Dios, de una revelación inefable, mientras el canto del Adeste Fideles aumentaba su emoción.
Este artículo se publicó originalmente en https://plineando.blogspot.com/
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