Por Laureano Benítez
Amigos, pues he aquí que hoy eché una ojeada de unos cuantos segundos sobre el plató donde se desarrolla el esperpéntico “Sálvame”, programa que exhibe sin pudor un basuramen cuyo hedor llega a Marte –y más alláaaa—, y comprobé que voilá, que eran ciertas mis sospechas de que ese grotesco akelarre de kotilleo y granhermanadas había decidido suprimir cualquier símbolo navideño del programa.
En efecto, no vi ningún árbol navideño, ni una bola, ni una guirnalda, ni una lucecilla… ni, faltaría más, observé ningún belén, aunque fuera pequeño, aunque estuviera olvidado en algún rincón, como se olvidan las arpas en rincones oscuros, al estilo becqueriano.
La evolución ha sido la crónica de una muerte anunciada: del belén al Papote Klaus; del gordinflón vestido de rojo Coca-Cola –de Rosthschild y oro, si fuera torero–, al arbolillo finlandés, y, desde aquí a la nada más absoluta.
En la Antigüedad inventaron una estrategia para borrar de la historia de un pueblo a los personajes caídos en desgracia, destruyendo sus estatuas, quemando sus leyes, eliminando sus menciones en monumentos, echando a la basura cualquier papel que les mencionase. La inventaron los egipcios, y los romanos la usaron a discreción, llamando a esta estrategia de venganza y castigo “damnatio memoriae”.
Aquí, en España, los ectoplasmas de los milicianos frentepopulares han empleado esa técnica con Franco, y la mafia globalista la ha usado en todo el muindo para borrar la memoria de un hecho: de que la Navidad conmemora el nacimiento de Jesús, la encarnación del Hijo de Dios: en vez de los camellos, se sacaron de la manga unos renos que pastan por la lejana Laponia; en vez de palmeras, colocan abetos nevados de la taiga, o poco menos; en vez de Reyes Magos, nos traen al gordinflón cocacolero… y ¿con qué sustituyen al niño Jesús?: oh, “damnatio memoriae”.
Volviendo a “Sálvame”, resulta que este bodrio cutre donde los muslámenes se exhiben sin recato, donde se chismorrea ad nausea, dedica una atención desorbitada y sin pudor a todos esos acontecimientos anuales donde refulge en todo su esplendor el akelarre globalista, decorando el plató con los símbolos de esas “fiestas”, disfrazando a los tertulianos con ropajes a tono, aunque resulten payasos que inspiran vergüenza ajena: el feminismo, la homosexualería del fiestón LGTBI, el insoportable y satánico Jálouin… todos esos saraos globalistas son celebrados a bombo y platillo en “Sálvame”, dedicándoles incluso la semana previa, colocando sus logotipos en los ángulos de la pantalla.
Pero llega la Navidad y… “damnatio memoriae”: ni rastro, ná de ná. ¿Por qué? Bueno, la pregunta es capciosa, porque su respuesta es una brutal perogrullada, ¿verdad? La clave está en el mismo logotipo de Tele5, ese 5 que hace una curva extraña donde se ha colocado un punto negro: ¿a que parece un ojo? Y… ¿qué ojo es? Bueno, pues ese ojo está ciego para la Navidad, y para todo lo que sea católico, por supuesto, porque ese granhermano que simboliza representa lo que ustedes ya saben.
Bien, pero, enfrente de ese ojo, está el ojo de los despiertos, de los centinelas, de los vigías, de los que no cerramos nuestros ojos, de modo que siempre sacamos a la luz los trucos, las ingenierías, los símbolos, y las conspiraciones de quienes están tras las bambalinas, de quienes promocionan la «Noche de Walpurgis” y pretenden borrar la “Nochebuena”, como dicéndoles: “Sé lo que hicísteis en el último programa”.
Y, como un centinela instalado en su atalaya, en su matacán, en su observatorio, lo anuncio: ¡¡¡Es Navidad!!! ¡¡¡Viva Cristo Rey!!!
Laureano Benítez Grande-Caballero
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