La fotografía de la cubierta de este libro tomada por Emmanuil Evzerijin el veintitrés de agosto de 1942 tras un bombardeo alemán a Stalingrado (Volgogrado) sobrecoge. Pero también resulta fascinante e hipnótica. En cualquier caso, las ruinas poseen un atractivo indudable, atractivo que ha sido utilizado como punto de partida por el crítico, periodista y escritor francés Jean-Yves Jouannais para su obra El uso de las ruinas, un imaginativo y original ensayo publicado por Acantilado, editorial que también le editó otro libro raro y brillante: Artistas sin obra. I would prefer not to.
El uso de las ruinas («L’usage des ruines», Éditions Gallimard, 2012), cuyo subtítulo, Retratos obsidionales, hace uso del extraño adjetivo obsidional (del lat. obsidionalis, «perteneciente o relativo al sitio de una plaza»), es un libro ciertamente incalificable y ecléctico. Es muy posible que esta obra tenga su origen en el ciclo de conferencias «L’encyclopédie des guerres» pronunciadas por el autor en el Centro Pompidou entre 2008 y 2020. «Afronto este proyecto —refiere Jouannais sobre estas conferencias—, recogiendo a lo largo de mis lecturas fragmentos de frases, términos, imágenes, leyendas, anécdotas, juntándolos en un gabinete de curiosidades impracticable e indescifrable que de forma natural toma la forma de una enciclopedia. Una enciclopedia imposible de guerras, desde La Ilíada hasta la Segunda Guerra Mundial».
El libro comienza con un prólogo de Jean-Yves Jouannais irónicamente titulado Donde se comienza, naturalmente, por saber más acerca del verdadero autor de esta obra, una deliciosa ficción metaliteraria donde el francés presenta a Vila-Matas como el verdadero escritor de sus libros («Son estos textos, regalo de Enrique Vila-Matas, los que publico hoy tras haber aceptado ser todos sus personajes, y fingiendo ser su autor»), y él a su vez como autor de Historia abreviada de la literatura portátil —todo estoes muy vila-matasiano, naturalmente—, lo cual nos da una idea bastante aproximada del estilo y el tipo de literatura (ensayística en este caso) que vamos a encontrar en la lectura de El uso de las ruinas.
Naram-Sin de Acad
Un caudillo guerrero de cabeza de bronce en los desiertos de una Siria que aún no resulta propio llamar así. Tres milenios antes de nuestra era. Naram-Sin, rey de Acad, busca la guerra detrás de su máscara. ¿Era Naram-Sin el que había detrás de esta máscara, o su abuelo Sargón? Es una fase muy temprana de la Historia. Nada es seguro a semejante distancia, cuando el índice de refracción del aire se ve alterado por la incandescencia de las arenas. ¿A quién se pretendía amedrentar con esa barba metálica en unas regiones tan poco frecuentadas y en unos tiempos en que las metrópolis eran tan nuevas y raras? El arqueólogo Paolo Matthiae dio con el nombre de una de ellas: Ebla. Albercas, viviendas, templos, inequívocamente destruidos como consecuencia de un asedio y posteriormente de un incendio, como los restos de un cuerpo reconstituido que permiten su identificación, eran reunidos de nuevo para crear las condiciones de una ciudad, y para que naciera una historia. Y sobre todo, en el corazón de Ebla, unos archivos: diecisiete mil tablillas en caracteres cuneiformes. Fragmentos de epopeyas, informes de relaciones comerciales, himnos religiosos, tratados diplomáticos, inventarios de objetos y de nociones olvidadas, crónicas, comenzaron a contar, primero tímidamente—de hecho, con una sintaxis tan antigua como incomprensible—, y luego con más aplomo, la historia de un imponente imperio semita desconocido hasta entonces, cuya capital era Ebla. Entre Egipto y Mesopotamia había florecido una civilización. Los reyes de Ebla habían firmado tratados con Asur, ciudad a orillas del Tigris, y con Hamazi, más lejos en dirección este. Desde los cuatro puntos cardinales del país afluían las tribus. Ebla se había convertido, en el año 2400 antes de Cristo, en una ciudad próspera bajo el reinado de cinco monarcas sucesivos. Su poderío era tal que se alzaron en armas contra Sargón de Acad, fundador del primer imperio que dominó el valle del Éufrates. De él se sabe que sometió a los otros grandes reinos del norte de Mesopotamia y de Siria después del año 2340 antes de Cristo, entre ellos el de Ebla. En la placa conmemorativa de la victoria de Sargón se dice: «Veneraba al dios Dagan, que le concedía desde ese momento la parte alta del país con Mari, Yarmuti y Ebla, hasta el bosque de cedros y la montaña de plata». Parece que Sargón no destruyó la ciudad, sino que más probablemente la sometió a vasallaje tras una victoria en el campo de batalla.
[…]
Si desde el Renacimiento al Romanticismo, las ruinas habían sido utilizadas como metáfora del paso del tiempo y de la vanidad humana (Vanitas Vanitatis), en el caso de Jouannais parece que las ruinas fueran la huella perenne de la violencia humana de todas las épocas y lugares. El uso de las ruinas es una colección de veintidós ensayos (o ensayos-ficción, si es que ese género existe) autónomos, una galería de retratos de hombres que «tienen en común el haber reconocido su obsesión al entrare en contacto con una ciudad sitiada», desde la Antigüedad («la literatura nace con el relato del sitio de una ciudad») hasta principios del siglo XXI.
En el citado prólogo, Jouannais reconoce explícitamente la influencia del escritor alemán W. G. Sebald, especialmente de Sobre la historia natural de la destrucción (1999), obra que trata sobre el silencio de escritores y de la propia sociedad germana sobre la destrucción de ciudades alemanas por los aliados. De hecho, la Alemania destruida está muy presente en El uso de las ruinas, desde la ensoñación cínica de Víctor Hugo frente a la fachada del castillo de Heidelberg («Cuando se hace una ruina, hay que hacerla bien»), ruina que curiosamente se convierte a principios del siglo XIX en «símbolo del romanticismo naciente», a Victor Klemperer escapando de la deportación a un campo de exterminio tras un bombardeo de Dresde, y cuya obra La lengua del III Reich es la única que recuerda las extensísimas capas de tiras de aluminio que, lanzadas por los bombarderos para cegar los radares, cubrían de forma fantasmagórica ciudades y campos enteros; de Albert Speer, ministro y arquitecto oficial del Reich, que diseñaba sus edificios para que dieran hermosas ruinas (siguiendo la estética de la Ruinenwerttheorie), y también del fotógrafo sueco Stig Dagerman, que cubrió como reportero la destrucción total de la ciudad de Hamburgo en su obra Otoño alemán.
El autor suple con imaginación —imaginación informada— las lagunas que ofrece la Historia. Su escritura, llena de erudición guerrera y arquitectónica, produce historias fascinantes. Son innumerables las informaciones curiosas suministradas por el autor. Algunos ejemplos: nos habla del sitio de Candía (Creta) por los turcos que duró ¡veintiún años! También nos narra el fin tremendo de la Guerra de Canudos, en una zona remota de Brasil (narrada por Vargas Llosa en La guerra del fin del mundo). Jouannais comenta la famosa fotografía de las ruinas londinense que muestran un biblioteca casi intacta después de un bombardeo alemán; tres personas observan los libros, una de ellas hojea las Historias de Polibio. También recuerda cómo las pinturas de Bernardo Bellotto (1721-1780) de su serie Veinticuatro vistas de la ciudad sirvieron de modelo para la reconstrucción de Varsovia tras la IIGM. El libro finaliza con un epílogo que nos hace saber que tras los atentados de 11S se utilizó acero de las ruinas del World Trade Center para la construcción de partes del buque de transporte de tropas USS New York.
En definitiva, nos encontramos ante un libro raro y trágico, hermoso a su manera, que parece decirnos que sólo las ruinas y sus reliquias son capaces de explicar adecuadamente la estupidez humana. Una lectura muy interesante, en suma.
Puntuación: 4 (de 5)
Acantilado (2017)
Colección: El Acantilado, 340
Traducción: José Ramón Monreal
144 págs.
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Albert Speer, Naram-Sin de Acad, Escipión Emiliano, Irma Schrader, Shang Yang, Stig Dagerman, Sapor I o Bernardo Bellotto son algunas de las figuras que vivieron el asedio de una ciudad como vencedores, vencidos o simples testigos. A través de sus retratos, El uso de las ruinas reconstruye una historia del mundo desde la perspectiva que ofrece el panorama de las ciudades en ruinas, de la Mesopotamia anterior a la escritura hasta la Zona Cero de Nueva York tras el 11 de septiembre de 2001. A medio camino entre la digresión erudita y la ensoñación, Jean-Yves Jouannais erige sobre los escombros de nuestra memoria un inventario a un tiempo caprichoso y razonado de las heridas de guerra más desgarradoras e indelebles. (Sinopsis de la editorial)
Jean-Yves Jouannais (Montluçon, 1964) es crítico de arte, y durante diez años fue redactor jefe de Artpress. Ha escrito ensayos entre los que destacan L’idiotie (2003), Artistas sin obra (Acantilado, 2014) y El uso de las ruinas (Acantilado, 2017), así como la novela Jésus Hermès Congrès (2001). En 2014 fue galardonado con el premio Roger Caillois de ensayo del PEN Club de Francia.
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