Ha fallecido el Papa Emérito Benedicto XVI y, de acuerdo a la papolatría dominante (que se remontaría al Medievo Güelfo, desbocada a partir de Juan Pablo II), las loas hacia su figura (incluso por sujetos declaradamente enemigos de cuanto significa el credo cristiano católico) compiten a cual más excesiva.
Ni que decir tiene que, en lo que a formación teológica se refiere, Benedicto XVI fue un Pontífice de un grandísimo nivel, amén de una persona de talla intelectual: de eso no cabe duda.
Con todo, un Papa antes conservador (resulta, en efecto, curiosa la actual dicotomia entre «Papas de derechas» y «Papas de izquierdas», otro de las consecuencias del apoyo pontificio a las corrientes políticas de la democracia cristiana tras la Segunda Guerra Mundial) que tradicionalista (recuérdese su trato para con Monseñor Lefevbre cuando estuvo al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe).
Y precisamente por conservador (no sólo, pero también) sus intentos por corregir la deriva propiciada por el «espíritu vaticanosegundoconciliar» (que, no olvidemos, un joven Ratzinger abrazó de manera entusiasta durante su participación allí en la década de los 60) han resultado estériles, pues sí bien con el tiempo se dio cuenta de sus excesos, lo cierto es que nunca reconoció la esencia errónea de aquel concilio tras lo que ha imperado en el catolicismo es una apostasía generalizada (indisimulable por más que se canonice a cuanto Papa ha sido electo desde Juan XXIII).
A ello hay que añadir su (para un servidor) todavía hoy confuso episodio de abdicación del Trono de San Pedro (con independencia de que resulte comprensible el que entonces se pudiera haber visto superado por los escándalos acaecidos en el Vaticano amén de por las presiones de unos y otros ahí dentro, máxime a una edad tan avanzada como contaba ya en 2013), a la postre una decisión que propició el ascenso del pro mundialista Papa Francisco.
En puridad, la figura de Benedicto XVI es en sí misma reflejo de la indefinición en que anda sumida una Curia que ha mucho dejó que determinados males (modernismo, liberalismo, sionismo, pseudoecumenismo, homosexualismo, etc.) se infiltren y hagan fuertes en el seno de la Iglesia, lo que hará muy difícil revertirlos tal que Joseph Ratzinger intentó en un momento determinado (por ejemplo, afrontando el otrora ocultado tema de la pederastia).
Que Dios le acoga benevolente en su Gloria.
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