(Gaudium Press) El libro más esperado en el mundo católico en los últimos tiempos es sin duda alguna el de Mons. Georg Ganswein, “Nada más que la verdad – Mi vida al lado de Benedicto XVI”. Del escrito del Arzobispo de Urbisaglia –que hasta el momento solo está disponible en italiano, y que es ya el libro más vendido en Amazon-It en el área de instituciones cristianas– ofreceremos a los lectores algunas escenas que no hayan sido tan focalizadas por los medios, y sin tener la intención de que constituyan spoiler (revelación dañina) a los numerosos potenciales lectores que tiene la obra.
Por ejemplo:
Insiste Mons. Ganswein, y da numerosas pruebas en su ayuda, de que por la mente de Benedicto nunca pasó la idea de ser Papa, y que incluso hasta combatió contra esa posibilidad.
De hecho, Benedicto quiso después de un tiempo y repetidamente renunciar al destacado cargo de prefecto del dicasterio de la Doctrina de la fe, que ocupó por muchos años.
Cuando Mons. Ganswein llega a trabajar como secretario privado del prefecto de esa Congregación, en el 2003 -dos años antes de Benedicto fuera Papa- Ratzinger le advirtió que su cargo sería provisional, porque él estaba pensando en renunciar. En ese momento Ratzinger ya llevaba 21 años como prefecto del dicasterio y ya había cumplido los 75 años canónicos, por lo que había pedido a San Juan Pablo II que lo relevase. Y sí tenía el prefecto Ratzinger la certeza de que pronto llegaría la carta de licencia del Papa Wojtyla, aunque asegura Mons. Ganswein que nadie de su entorno realmente creía que eso ocurriría; pero el Cardenal sí.
Ganswein llegó incluso a bromear con el futuro Benedicto XVI al respecto, diciéndole que deberían revisar la agilidad de la correspondencia vaticana. Lo cierto es que Benedicto soñaba con su teología, con sus estudios, sus libros, y comentaba en privado acerca de la demora de la respuesta a su pedido de renuncia. Cuenta Mons. Ganswein que Ratzinger en 1997 ideó un inocente plan para darle a conocer a Juan Pablo II que su deseo sería el de ocupar el cargo de Archivero y Bibliotecario de la Santa Romana Iglesia. Pero el que ya estaba de prefecto de Doctrina de la Fe desde 1981, cargaría ahí su cruz hasta el 2005.
Cuenta Mons. Ganswein que en el 2004 el vaticanista De Carli le hizo una inocente broma, diciéndole que ya había participado en dos cónclaves y que se preparara par el tercero, a lo que Ratzinger rearguyó: “Si todavía estoy vivo”.
Dice Mons. Ganswein que Benedicto no solo no imaginaba nunca ser Papa sino que hizo lo que llama “una campaña electoral inversa”.
A medida que a inicios del 2005 la salud de Wojtyla se empeoraba, Ratzinger se “vio proyectado al primer plano” por su papel destacado en eventos públicos significativos: presidió los funerales de Mons. Luigi Giussani, fundador de Comunión y Liberación y su amigo; Juan Pablo II le pidió que redactara los textos que serían leídos en el muy visto Viacrucis en el Coliseo romano del 25 de marzo de 2005, textos que muchos sintieron como una perfecta radiografía de la Iglesia, y que incluían también lo que Ratzinger llamó la “inmundicia” que no faltaba en la Barca de Pedro. Además, no solo era el prefecto del principal dicasterio, sino el Decano del colegio cardenalicio.
Se acercaba la muerte de Juan Pablo II, cuyo estado de salud conocía Ratzinger a la perfección por su condición de Decano. Tenía él el compromiso de recibir el premio San Benito “por la promoción de la vida y la familia en Europa (el premio con el nombre augurador de ‘Benedicto’…) en el Subiaco, el primero de abril, pero no quería asistir para acompañar las horas finales del Papa polaco; pero terminó yendo atendiendo el consejo del Cardenal Secretario de Estado Sodano, para no que no se suscitasen suspicacias. El discurso ahí, sobre la situación del cristianismo y la religión en una Europa laica, y acerca de un choque de culturas que no era entre religiones sino entre la religión y el deseo de emanciparse de esta, fue magistral.
Al otro día muere Juan Pablo, el 2 de abril, y el Cardenal decano tiene que cumplir sus funciones de tal, como comunicar oficialmente la muerte del Papa a los cardenales, convocarlos a las congregaciones generales del colegio de Cardenales previas al cónclave, e invitar a los jefes de Estado de las naciones acreditadas ante la Santa Sede a los funerales del Papa fallecido.
Viene luego la homilía del Decano en el sepelio de Juan Pablo II, el 8 de abril, magnífica, la del “Sígueme”, que a cada momento era interrumpida por los aplausos de los asistentes, una proclama que concluyó con un “soplo lírico” no habitual en Ratzinger, pero que correspondía a su emoción agradecida y la de todos los presentes con Wojtyla. Todo el mundo hablaba de la homilía de Ratzinger.
Ni los suyos lo imaginaban
Sin embargo, confiesa Mons. Ganswein, en la Congregación de la Doctrina de la Fe “no le atribuíamos” significativas posibilidades para suceder a Juan Pablo II, entre otras razones porque presumían en las votaciones la hostilidad de quienes “nunca habían apreciado” su coherencia y firmeza. De hecho, refiere Mons. Ganswein las comunicaciones de la embajada americana en Roma, publicitadas por los Vatileaks, que informaban a su gobierno que el Cardenal prefecto de la fe no tenía posibilidades de alcanzar los dos tercios de votos necesarios para ser Papa, debido a la oposición de facciones que “lo consideran demasiado rígido”.
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En la Congregación de la Doctrina de la Fe ni siquiera lo veían como un “king maker”, el hacedor de un monarca, por ser él reacio a participar de esos consorcios curiales.
Ratzinger ya hacía planes post-cónclave: Al obispo de Chieti Vasto que le había regalado un libro, y lo invitaba a visitar el santuario de la Santa Faz de Manoppello, Ratzinger le decía que claro lo haría después del cónclave. Cuando cumplió 78 años, el 16 de abril de 2005, Ratzinger dijo a los colaboradores de la Congregación para la Doctrina de la Fe que ahora esperaba con más ansias el día de su jubilación.
Pero llega el día del cónclave, el 18 de abril, y el Cardenal Decano, de acuerdo a la constitución Universi Dominici Gregis, tenía la potestad de escoger un eclesiástico para que lo asistiera en su oficio: el elegido fue Ganswein, quien pudo convivir en esos días con los cardenales electores en la casa Santa Marta, aunque los colaboradores, maestros de ceremonias, confesores y médicos participaban de las comidas en mesa separada de la de los purpurados.
En la Misa pro eligendo Pontifice, cuya homilía también ofrecida por Ratzinger iniciaba el cónclave, este expresó una vez más sus firmes convicciones, con nota anti-relativismo, lo que en el parecer de Ganswein tendrían el efecto de ratificar en su propósito a quienes no querrían a Ratzinger de Papa y harían que un número significativo de sus cohermanos evitara su elección.
Pero al final, el efecto parece que fue el contrario.
Ya en la tarde del 19, cuenta Ganswein que lo veía pensativo, “muy pensativo”, mientras lo acompaña a pie a la Capilla sixtina a pedido de él.
Poco después sería elegido Papa, en la cuarta sesión. Ganswein solo atinó a decir, cuando saludó al ya Papa Benedicto, que “puede contar conmigo en la vida y en la muerte”, a lo que Benedicto respondió con un “gracias, gracias”.
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