En el cuadro, el famoso artista alemán Alberto Durero, supo representar con admirable precisión lo que la historia nos cuenta sobre la personalidad del gran emperador. Toda su fisonomía expresa la fuerza, el poder, el hábito de dominar. Pero una fuerza que no nace del desbordamiento brutal de un temperamento efervescente, sino de una elevada noción del derecho del bien. Su poder es menos el de las armas que el del espíritu. Majestuoso, sin embargo, lleno de bondad. Hay en toda su persona algo de sagrado: es el hombre providencial, que estableció el Reino de Cristo en el orden temporal, y fundó los cimientos de la civilización cristiana, es el gran emperador de la cristiandad coronado por el Papa León III en la Navidad del año 800 e investido con la misión apostólica de ser por excelencia el paladín la fe.
Su reinado está asociado con el resurgimiento de la cultura y las artes a través del Imperio Carolingio, dirigido por la Iglesia católica, que estableció una identidad europea común. Por medio de sus conquistas en el extranjero y sus reformas internas sentó las bases de lo que sería Europa Occidental en la Edad Media. Hoy día es considerado no solo como el fundador de las monarquías francesa y alemana, que le nombran como Carlos I, sino también como el padre de Europa.
Después de recibir la sagrada comunión y habiendo recitado el salmo “Señor, en vuestras manos entrego mi espíritu” falleció el 28 de enero de 814 a los 72 años.
¿Qué es más admirable en Carlomagno: el hombre de piedad o el guerrero? ¿El diplomático o el organizador del Imperio? ¿El restaurador de la cultura o el fundador de una dinastía?
Se pueden hacer esas preguntas, pero tienden a omitir lo más importante: todo el conjunto.
O sea, en el emperador del Sacro Imperio, tales cualidades forman un todo que le representa. Una totalidad que hizo que los dos nombres Carlos y Magno adquiriesen sonido de plata y de bronce, que resuena por los siglos. Ese es el unum, la característica propia de Carlomagno, que es mucho mayor que la suma de aquellas cualidades.
Considerando el unum de un hombre, podemos comprender mejor como las diversas cualidades resultan, de hecho, en una belleza mayor, pues el conjunto es más bello que las partes. Pero esto, en la medida en que las cualidades aisladas sean muy buenas.
Por ejemplo, un vitral en que cada pedacito de vidrio de mala calidad refleja mediocremente la luz, dejándola translucir de forma empañada y con colores indefinidos, produce un conjunto inexpresivo. Es necesario que cada pequeño vidrio sea de muy buena calidad para que el conjunto quede extraordinariamente bonito. La materia prima tiene que ser excelente, para que el conjunto sea todavía mejor.
¡Carlomagno es un ejemplo estupendo de ese principio!
Este artículo se publicó originalmente en https://plineando.blogspot.com/
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