La mística Isabel Canori dejó numerosos escritos sobre sus visiones y revelaciones que incluyen como se restaurará la Sucesión Apostólica.
Lo que más le impresionó fue ver a Dios indignado. En un lugar altísimo y solitario, vio a Dios representado por un gigante fuerte y airado hasta el extremo contra aquellos que le perseguían. Sus manos omnipotentes estaban llenas de rayos, su rostro estaba repleto de indignación: sólo su mirada bastaba para incinerar al mundo entero.
Ante la gran impiedad, la Madre de Dios no pedía más misericordia para el mundo, sino justicia al Padre Eterno, el cual, revestido de su inexorable justicia se volvió hacia el mundo. En aquel momento toda la naturaleza entró en convulsión, el mundo perdió su recto orden, y se formó sobre la Tierra la mayor infelicidad que se pueda imaginar. Una cosa tan deplorable y aflictiva que dejará a la humanidad reducida a la máxima desolación.
El terror y el espanto pondrán a todos los hombres y animales en un estado de supremo pavor, todo el mundo estará en convulsión y se matarán los unos a los otros, se despedazarán mutuamente sin piedad. Dios se servirá de las potencias de las tinieblas para exterminar a esos hombres sectarios, inicuos y criminales que pretenden derribar, erradicar la Iglesia católica, nuestra santa madre.
Vi abrirse en la mayor profundidad de la Tierra una caverna tenebrosa y espantosa, llena de fuego, de donde vi salir a muchos demonios, los cuales, tomando unos la figura de animal y otros de hombre, venían todos a infestar el mundo y a hacer por todas partes maleficios y ruinas. Devastarán todos los lugares donde Dios ha sido y es ultrajado, profanado, sacrílegamente tratado, donde se ha practicado la idolatría. Todos esos lugares serán demolidos, arruinados y se perderá todo vestigio de ellos.
En la fiesta de San Pedro y San Pablo de 1820, contempló proféticamente al príncipe de los Apóstoles descendiendo de los Cielos revestido con los paramentos pontificios y rodeado por una legión de ángeles después de los purificadores castigos que se han descrito. A continuación, bajó con gran pompa el Apóstol San Pablo. Él recorría todo el mundo encadenando aquellos espíritus malignos e infernales, y los conducía ante el Apóstol San Pedro, el cual, con una orden llena de autoridad, volvía a confinarlos en las tenebrosas cavernas de las cuales habían salido. En ese momento se vio aparecer sobre la tierra un bello resplandor, que anunciaba la reconciliación de Dios con los hombres.
La pequeña grey de católicos fieles fue entonces conducida a los pies del trono de San Pedro quien escogió al nuevo Pontífice, toda la Iglesia fue reordenada según los verdaderos dictámenes de los Santos Evangelios, fueron restablecidas las órdenes religiosas, todas las casas de los cristianos se convirtieron en otras tantas casas penetradas de religión, tan grande era el fervor y el celo por la gloria de Dios que todo era ordenado en función del amor de Dios y del prójimo. De esta manera tomó cuerpo en un momento el triunfo, la gloria y la honra de la Iglesia católica: Ella era aclamada por todos, estimada por todos, venerada por todos, todos decidieron seguirla, reconociendo al Vicario de Cristo, el Sumo Pontífice.
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