El primer gran acto del pontificado de Pío IX, la definición del dogma de la Inmaculada, es mucho más que la pública expresión de aquella profunda devoción a la Santísima Virgen, que desde la infancia había caracterizado la espiritualidad de Giovanni Mastai Ferretti.
Manifiesta su profunda convicción en la existencia de una relación entre la Madre de Dios y los acontecimientos históricos, y, de modo particular, de la importancia del privilegio de su Inmaculada Concepción, como antídoto para los errores contemporáneos, cuyo punto de apoyo está precisamente en la negación del pecado original.
En el momento de su definición el rostro de Pio IX fue iluminado por un haz de luz que inexplicablemente descendía de lo alto provocando una extraordinaria claridad en todo el ábside. El fundamento de este dogma mariano está en la absoluta oposición existente entre Dios y el pecado. Al hombre concebido en pecado se contrapone María, concebida sin pecado. Y a María, en cuanto Inmaculada, le fue reservado vencer al mal, los errores y las herejías que nacen y se desarrollan en el mundo a consecuencia del pecado. De María la Iglesia canta la alabanza: Cunctas haereses sola interemisti in universo mundo, Ella sola destruyó todas las herejías del mundo.
El segundo gran acontecimiento de su pontificado, la proclamación del Syllabus, fue un compendio de ochenta proposiciones condenatorias de los errores del momento como el panteísmo, el naturalismo, el racionalismo, el indiferentismo, el socialismo, el comunismo, el liberalismo, las sociedades secretas, la separación de la Iglesia y el Estado, la libertad religiosa, etc. Por tanto, condena inequívocamente a quien afirmase que se pueden realizar pactos y conciliaciones con la llamada civilización moderna.
Y en el tercero, la celebración del Concilio Vaticano I, define dogmáticamente la infabilidad pontificia constituyendo el ápice de su pontificado. Un huracán se abatía en aquel momento sobre Roma, pero en el instante en que entonó el Te Deum, el sol, cortando inesperadamente las nubes, iluminó la Basílica dejando bajar un rayo sobre el rostro del Papa. El golpe que eso supuso para la Revolución hizo que a continuación Prusia declarase la guerra a Francia provocando la ocupación de Roma y la interrupción del Concilio. Ya en alocuciones anteriores había advertido de que los arquitectos del proceso revolucionario, constituidos en sociedades secretas, intentaban empujar a los pueblos para la subversión de todo orden conspirando contra la Iglesia y los poderes legítimos.
Roberto de Mattei
Este artículo se publicó originalmente en https://plineando.blogspot.com/
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