En la foto el cardenal Friedrich Piffl bendice las espadas de los oficiales recién licenciados del Ejército Austro Húngaro en la Academia Militar Franz Joseph de Viena, en 1914.
La bendición de las espadas recuerda ligeramente las tradiciones de la caballería, la vigilia de armas, el rito litúrgico con el que se incorporaban a la caballería de la cristiandad. Sin embargo, mucho más que simple reminiscencia convencional, la ceremonia de la bendición de las espadas debe ser para los católicos una enseñanza fecunda en conclusiones de la mayor actualidad.
¿Por qué razón la Iglesia bendecía las espadas de los militares que, recibiendo las dragonas de la oficialidad, se incorporan a la alta dirección de las Fuerzas Armadas? ¿Por qué timbra el dar a las espadas, que son instrumento de muerte, una bendición que es la promesa de la protección del Dios vivo? Lo hace porque ve la espada de los militares como el baluarte de la justicia.
La espada del militar no es, para la Iglesia, el instrumento con el que se mata en la guerra de conquista, sino el medio de defensa del derecho herido, de la civilización agredida, de la moral conculcada. Si el propio Salvador no tuvo reluctancia de empuñar el látigo con el que azotó vigorosamente a los vendedores del templo, que pisotearon los derechos de Dios, la Iglesia no podía dejar de bendecir las espadas con que el Estado arma sus paladines para la defensa de los derechos de la Iglesia, de la civilización y de la patria.
En otros términos, esto significa que la Iglesia, a pesar de profesar amor maternal a todos sus hijos, no rechaza bendecir la violencia, siempre que sea la santa violencia del orden contra el desorden, del bien agredido contra el mal agresor, de la víctima perjudicada contra el causante del daño injusto.
Cuando la espada de la justicia se deja paralizar por la inercia, mientras la civilización periclita, la patria corre riesgo y los derechos de la Iglesia son pisoteados, por esa omisión ella colabora con el mal contra el bien, con la anarquía contra la civilización, con el demonio contra Dios. Dejando de servir como sublime instrumento de defensa, ella abandona su función sagrada, pierde el derecho al respeto que merecía, y se transforma en fuente de gastos inútiles, o en un odioso medio de opresión.
Este artículo se publicó originalmente en https://plineando.blogspot.com/
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