Prosigue Ediciones Ulises (Editorial Renacimiento) rescatando algunas obras poco divulgadas del gran escritor vienés Stefan Zweig. En esta ocasión publica una colección de trece textos que con el título de Hombres de genio presenta algunos de sus «Encuentros con escritores, artistas plásticos y músicos contemporáneos», como indica su descriptivo subtítulo. Es un volumen que resulta una continuación y complemento de dos libros publicados recientemente por la misma editorial: Los creadores y El misterio de la creación artística. Este libro recoge textos —artículos, prólogos, conferencias, alocuciones— que fueron traducidos por el suizo-argentino Alfredo Cahn y editados en vida del autor con el título de Prohombres del espíritu (Editorial Claridad, Buenos Aires, 1940).
Para no repetir otra vez los comentarios de carácter general sobre la faceta ensayística de Stefan Sweig y sobre el traductor de las obras, Alfredo Cahn, me remito a la reseña de Los Creadores y El misterio de la creación artística. Me centraré, pues, casi exclusivamente en el contenido de este estupendo libro misceláneo.
Como he dicho, se recogen en Hombres de genio trece semblanzas de artistas —incluido un poema en homenaje a Rodin— con los que Zweig mantuvo alguna relación de amistad personal o de admiración intelectual y ética. Sin obviar que en su mayoría son textos circunstanciales, el genio de Zweig se impone sobre este hecho y ofrece unas piezas de indudable valor sobre la vida cultural de su tiempo y algunos de sus protagonistas más importantes. Como siempre, Zweig en sus semblanzas sintetiza hábilmente sus vidas y realiza una perspicaz crítica de sus obras. En todos los personajes que comenta Zweig busca y expone lo que éstos tienen de positivo, de aprovechable y de admirable; huye de la crítica destructiva (que no va con su carácter ni sus ideales personales) y de la adhesión o censura global del personaje, que siempre juzga en su complejidad y en relación con las circunstancias históricas que le tocó vivir. Expresado de forma más certera por la prologuista María Ángeles Robles: «destaca notablemente la capacidad de Zweig para comprender la personalidad y, sobre todo, los motivos últimos que mueve a los personajes a los que se refiere. Traslucen estos textos la indudable aptitud del autor vienés para ponerse en lugar de aquellos, para sacar a la luz lo verdaderamente esencial de cada uno. Su manifiesto entendimiento de las circunstancias concretas, su probada habilidad para desentrañar los trascendente, otorgan a estos escritos un carácter paradigmático».
AUGUSTE RODIN Está viejo el gran maestro, y cansado. Alba maleza ondulante, su barba cana De campesino envuelve al basalto surcado Del caduco rostro gris. Y cuando atraviesa con pesado pie las salas Por las que ha sembrado su pétrea obra, Se arrastra soñoliento y más que solo Como si a su muerte se encaminara. Pero blancas, En círculo esplendente, Rodéanle las estatuas irradiando luz. Ojos abiertos a las lontananzas, Sueñan con eternidades, taciturnas. No se mueven, no alientan, No se sienten, ni se agitan. Mudas Descansan en gloria infinita. Con una sonrisa perdida en la marmórea boca, Se yerguen los grandes trofeos De sus triunfos pasados, del tiempo dominado, Gélidos cristales de eternidad. [...]
La pieza más importante, extensa (80 páginas) y más autobiográfica de este volumen es la dedicada al poeta belga Émile Verhaeren (1855-1916). Siendo casi un adolescente, Zweig viajó a Bélgica y consiguió encontrarse con un Verhaeren que apenas había publicado un par de libros con escaso éxito. Desde entonces surgió una amistad que llevó a nuestro autor a pasar varios veranos en la casa de campo de Verhaeren en Bélgica en la que vivía medio año retirado (el otro medio año vivía en París con su esposa en una modesta casa de los suburbios). Verhaeren amaba por encima de todo su libertad y jamás formó parte de los cenáculos literarios de su tiempo, ni siquiera tras recibir el Nobel. El escrito dedicado a Rilke —no es su único texto breve sobre este autor— constituye una completa síntesis de la evolución del universo poético de Rilke: de una poesía musical en sus comienzos, a una poesía marmórea («cada una de esas poesía nuevas se yergue perdura como una figura de mármol»), y finalmente una tercera etapa de formas más esotéricas («Su insaciable voluntad creadora quería explicar en esas obras lo inexpresado»).
De Gorki, en una entusiástica alocución celebrando el sesenta cumpleaños del escritor ruso, destaca la novedad de este autor en la historia de la literatura rusa, al ser el primero que realmente retrata al hombre común, al proletario, al campesino y al «hombre anónimo que forma la masa». Theodor Herzl es un escritor alemán poco conocido por estos lares. Este periodista judío nacido en Budapest tiene la importancia de fue el primero que publicó un cuento de Zweig en el Neue Freie Presse, periódico que dirigía, tras presentarse un tímido y jovencísimo Stefan en su despacho a mostrarle y pedirle opinión sobre la obra. Zweig siempre le mostró agradecimiento, a pesar de una polémica a cuenta del sionismo de Herzl (que Zweig no compartía).
Un personaje fascinante, digno de protagonizar una gran biografía, es el alsaciano Albert Schweitzer (1875-1965), «hombre extraño y extraordinario», poseedor de una personalidad multifacética —médico, premio Goethe de literatura, teólogo autor de El misticismo del apóstol Pablo, biógrafo de Bach, experto y virtuoso intérprete de órgano, filósofo, misionero fundador de un hospital en la selva africana—, dotado de un compromiso ético por el que mereció el Premio Nobel de la Paz en 1952. La semblanza que de Schweitzer hace Zweig una de las mejores piezas de este volumen. También dedica un texto al dibujante y grabador belga Frans Mesareel, hombre jovial, vital y enérgico («parece un hijo natural de Walt Whitman») del que destaca su inmensa capacidad de trabajo, sin altibajos, con una dedicación «férrea» a sus dibujos, xilografías y novelas gráficas, casi siempre en blanco y negro.
Las tres breves semblanzas de músicos están dedicadas a los directores de orquesta Arturo Toscanini y Bruno Walter, y al también compositor y pianista Ferruccio Busoni. De este último describe la manera de ejecutar la música al piano («Ninguno de nuestros maestros me gusta tanto junto al piano como Busoni»). Las páginas dedicadas a Toscanini son el prólogo de 1936 al libro Toscanini, de Paul Stefan. Cuenta que este director «no acepta lo aproximado, lo casi perfecto», y eso lo exige a toda la orquesta, con fanatismo y exasperación incluso, cuando no se consigue reproducir la idea que él tiene en su interior. En el texto conmemorativo escrito con motivo del sesenta aniversario de Bruno Walter, Zweig escribe que sólo cuando el director ha penetrado en una obra con la razón y el espíritu («hasta en su médula») se atreve interpretarla ante el público. El libro se completa con tres breves piezas sobre los menos conocidos Hermann Barh, Josef Kainz y John Drinkwater.
Para terminar diré que ninguna página de Zweig es superflua y menos aún las que contienen elementos autobiográficos, de modo que Hombres de genio es otro título que tampoco puede faltar en la biblioteca de los habituales lectores del genial escritor austríaco.
Ediciones Ulises (2022)
Colección: Literatura Universal, 23
Traducción: Alfredo Cahn
232 págs.
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