En la foto piadosas mujeres velando un cadáver en una pequeña aldea extremeña en la España de 1951. Están consternadas por el dolor de la separación. Pero en su sufrimiento no hay desesperación, ni acidez, ni rebeldía. Una atmósfera de serena conformidad, suave resignación y oración recogida domina el ambiente. Se trata de un verdadero hogar cristiano y donde quiera que haya un hogar cristiano rico o pobre, herido por la muerte, la atmósfera será siempre esta. Los hijos de la Iglesia creen en la resurrección de la carne y saben que por la Redención del género humano “la muerte ha sido destruida por la victoria”.
De vez en cuando debemos meditar sobre la muerte, para que comprendamos lo que hay de profundamente real en aquella advertencia que el sacerdote hacía a los fieles al comienzo de la Cuaresma: Recuerda que eres polvo, y en polvo te convertirás. No somos más que polvo y volveremos a ser polvo.
Eso nos hace dar una dimensión exacta a todas las cosas de esta vida. Todos, en este momento, podemos estar movidos por deseos muy diversos. ¿Pero qué son esos deseos, cuando se piensa en lo que somos? ¡Es algo tremendo!
La muerte nos puede sobrevenir en cualquier momento. Somos algo tan inconsistente que un coágulo en la sangre puede acabar con todos nuestros deseos, todas nuestras aspiraciones en relación a las cosas de esta vida. En último análisis, sabemos que moriremos y cuando pasamos por un cementerio vemos que allí nuestro destino está fijado: nos volveremos polvo.
¿No es buena esta meditación para refrigerar muchos ardores, para crear muchos desapegos, para humillar mucho orgullo y hacernos comprender que podemos comparecer a cualquier momento ante el juicio de Dios? ¿Quién sabe si dentro de una hora nos esteremos quemado en las llamas del Purgatorio?
Sin esas incertidumbres la vida no tiene ninguna grandeza. Nada es bello, nada es atractivo, a no ser con un telón mortuorio de fondo. Sólo por el contraste el hombre conoce el valor de las cosas de esta vida. Y es sólo por el contraste con esta miseria fundamental que uno comprende como todo cuanto queremos en esta vida es poco en comparación con la grandeza del destino que nos espera.
La civilización moderna tiene pavor al luto porque en el fondo tiene miedo de morir. Y por eso no quiere el luto.
Se debe encarar la muerte con serenidad, con grandeza, inclusive en lo que ella tiene de aflictivo y de tremendo. Esta es la lección que los muertos y la muerte nos da. Una lección incomparable de profundidad, de fuerza de alma, de coraje y de grandeza.
Antiguamente había reportajes que al describir la muerte de alguien decían: la majestad de la muerte revistió sus trazos. Es una idea muy bonita.
Recemos por las almas del Purgatorio que estén más abandonadas y por las que nadie reza, almas que quizás tengan que cumplir mil años en el fuego purificador. Pidámosles que nos obtengan la comprensión, el amor y el entusiasmo por todas las sombras con que la muerte enriquece la estética del universo y los panoramas verdaderos de la vida humana.
Esta artículo se publicó originalmente en https://plineando.blogspot.com/
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