El 20 de febrero de 1920 falleció la vidente de Fátima Jacinta Marto.
En los designios de la Providencia estaba que ella muriese pronto dada la necesidad de que alguien sufriese, asociando su holocausto a la fecundidad de esos acontecimientos extraordinarios.
Todas las grandes obras de Dios se hacen con la participación de los hombres cuando de la salvación de otros hombres se trata. En general, con almas que lucharon, sufrieron y rezaron para que aquella obra fuese llevada a cabo. Es decir, siempre es necesaria la participación del sufrimiento humano. Y sin el sufrimiento humano, nada de grande se hace.
Esto es especialmente llamativo en el caso de Fátima. Es una intervención directa de Ella avalada por milagros maravillosos como por ejemplo la rotación del sol vista a grandes distancias. Es uno de los mensajes más importantes que la Virgen ha dado a lo largo de la Historia.
En esta ocasión y en estas circunstancias la Madre de Dios quiso el sacrificio de dos almas que se inmolasen, Jacinta y Francisco, ofreciendo sus vidas para que todo ese plan de la Providencia tuviese la fecundidad necesaria. Se comprende bien por ahí como ese apostolado del sufrimiento es verdaderamente insustituible y como es el que efectivamente abre los caminos para la Iglesia.
La manera de que las almas se abran a la gracia es por medio de la oración y del sacrificio. Es por medio del dolor que encontramos la vida, cargando amorosamente la cruz de Nuestro Señor, comprendiendo que es normal el sufrimiento, que la persona sólo es grande en la medida en que sufre, y quienes cargan los grandes sufrimientos por amor a Dios son los únicos grandes hombres de la historia. Esto explica mucho el sacrificio de Jacinta.
Esta aceptación de la cruz es contraria al mito del hombre de hoy, al mito hollywoodiano del final feliz, que en la vida normal es todo alegría, y que el sufrimiento es una especie de monstruo que invade locamente la vida de la gente. ¡Es lo contrario! La vida sin cruces es una vida que no vale nada. San Luis María Grignion de Montfort llega a decir que cuando la persona no sufre debe rezar intensamente, porque a quien Dios no envía sufrimientos es para desconfiar de su salvación eterna.
Evidentemente que no se trata apenas de un sufrimiento pasivo, dejando caer los golpes en la cabeza, sino un sufrimiento activo. Es decir, muchas veces se trata de tomar la iniciativa de la lucha, siempre según la Ley de Dios y de los hombres, es combatir, es romper con quienes uno quiere, es enfrentar la opinión de los otros, todos los sufrimientos de la batalla más intrépida, más osada y más llena de iniciativa. Todo eso es sufrir y hasta sufrir por excelencia. Pero es necesario saber sufrir.
El antipapa Wojtyla decía que el final de la vida humana siempre es un final feliz, o sea, que todo el mundo se salva. Fue lo contrario lo que la Virgen le mostró a Jacinta cuando vio multitud de almas cayendo en las llamas eternas del infierno, y de tal manera le impresionó que ofreció prolongar sus grandes sufrimientos antes de morir por la conversión de los pecadores.
Este artículo se publicó originalmente en https://plineando.blogspot.com/
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