El hombre en la Antigüedad, así como en la Edad Media, al igual que todos los que después tuvieron verdadera fe, poseían una profunda noción de la gravedad del pecado.
Quien que no se toma en serio a sí mismo, no es nada, no vale nada. Lo normal es tomarse en serio a sí mismo, es el primer paso para ser algo.
Sería un despropósito o una blasfemia preguntar si Dios se toma en serio a Sí mismo. Como Él se ama infinitamente a Sí mismo, también se toma infinitamente en serio.
El resultado es que cuando dice a los hombres que una actitud es pecado, y practicándolo se rompe con Él, uno se vuelve su enemigo y Él se vuelve nuestro enemigo. Él toma el asunto con infinita seriedad. Si Dios no fuese así de serio se podría preguntar si Dios existe.
Es con esa seriedad que Él acompaña las acciones de los hombres. Es con esa seriedad infinita, irradiación de Su propia Sabiduría y Santidad, que contempla la seriedad con que estas palabras son escritas y son leídas.
Todo es inmensamente serio en la presencia de Dios y por tanto el pecado es profundamente serio, execrable, gravísimo. Quien lo comete rompe con Dios y está en la más miserable de las situaciones.
Así es que en el ceremonial del Miércoles de Ceniza desde el fondo de la iglesia venía el cortejo de los pecadores públicos cantando el salmo Miserere mei Deus, secundum magnam misericordiam tuam, et secundum multitudinem miserationem tuarum, dele iniquitatem meam, etc. Tened compasión de mí, oh Dios, según Vuestra gran misericordia, y según la multitud de Vuestras bondades, borrad mis faltas, etc.
Se comprende lo adecuadas que son cada una de esas palabras, ya que preparan el espíritu de la persona para una profunda compenetración de su pecado, pero también para una confianza enorme de que Dios le perdonará. Los primeros salmos no hablan directamente de la confianza, sino que se tiene la impresión de que el sol de la confianza se va levantando a medida que los salmos se suceden y en el último es una explosión de confianza: ¡Vos me salvareis, oh Dios! Es que la gracia habló en el interior del alma y acabó dándole la certeza de que le salvará. ¡Qué alegría maravillosa! Es el comienzo de la Cuaresma. La persona quiere hacer penitencia, quiere sufrir para expiar el pecado que cometió. Y por eso se aproxima al sacerdote, inclinado, arrodillado delante del sacerdote que le pone la ceniza sobre la frente haciendo una cruz mientras dice: Recuerda, hombre, que polvo eres y en polvo te convertirás. Es decir, ¡cuidado, que la muerte ronda a tu alrededor! Dios es infinitamente bueno, es verdad, pero también es infinitamente justo. Abra los ojos, marche y haga penitencia.
Este artículo se publicó originalmente en https://plineando.blogspot.com/
COMPARTE:
EMBÁRCATE EN LA LUCHA CONTRARREVOLUCIONARIA: Si quieres defender la cristiandad y la hispanidad, envíanos tus artículos comentando la actualidad de tu país hispano, o colaboraciones sobre la fe católica y la cultura, así como reseñas de libros, artículos de opinión… Ya superamos las 12.000.000 de páginas vistas anualmente en todo el mundo, únete a nuestro equipo de voluntarios y difunde la verdad compartiendo en redes sociales, o remitiendo tus colaboraciones a redaccion@tradicionviva.es . Puedes seguirnos en Telegram: t.me/tradicionviva / Facebook: @editorial.tradicionalista / Twitter: @Tradicion_Viva / Youtube: youtube.com/c/tradicionvivaTv / Suscríbete a nuestro boletín digital gratuito, pulsa aquí.
TE NECESITAMOS: Somos un espacio de análisis lejos de los dogmas de la corrección política; puedes colaborar haciendo una DONACIÓN (pulsando aquí)