Cuando en las miniaturas medievales consideramos una ciudad vista de lejos, se presenta de un modo totalmente diferente de la ciudad moderna.
La ciudad moderna tiene contornos imprecisos, irregulares, es como un tumor que se va extendiendo de aquí para allá y para más allá, de tal manera que en una cierta dirección ha crecido mucho, y en otra existen aún parques que van hasta el centro.
La ciudad medieval da la impresión de una moneda bien acuñada. Estaba repleta de casas, en un recinto delimitado por una muralla y realzado por torres. El límite es definido y claro, más allá del muro, campo, dentro del muro, la ciudad. El muro es la aureola de la ciudad, que tiene a su alrededor una corona hecha de murallas, asegurándole la posibilidad de defenderse por sí misma y de mantener su autonomía.
Vista así en su conjunto, la ciudad antigua da la impresión de un cofre de tesoros. Porque lo que emerge de dentro de ella son cosas preciosas: las torres de las iglesias, las cúspides de las catedrales con los rosetones y los vitrales, las torres de uno u otro palacio, etc. Se diría que entre sus torres había una especie de competencia para alcanzar el cielo.
Las calles no correspondían mucho a las ideas del caótico e inhumano urbanismo moderno. Eran sinuosas, caprichosas, inesperadas, con peculiaridades singulares. Las casas no tenían numeración. Nada de anuncios inmorales, o de algo que pudiese ir contra las buenas costumbres.
Esas callejuelas están para las manzanas de nuestros días, cuadradas y cortadas en ángulo recto, más o menos como la caligrafía está para la mecanografía: la letra mecanografiada es irreprensible, la letra manuscrita muchas veces es irregular, incluso fea, pero tiene la expresión de un alma. ¿Qué expresan esos cuadriláteros urbanos? Las almas de los hombres sin alma.
Desde el punto de vista práctico, una de las lecciones que nos dejan los recientes terremotos en Turquía y la guerra en Ucrania es que hay que cambiar radicalmente el urbanismo moderno, conformado con masificados bloques de pisos, máxime teniendo en cuenta que nos aproximamos a un terremoto mundial de proporciones bíblicas, y a la mayor guerra de la historia, profetizados ambos acontecimientos por la Señora de todos los Pueblos en Ámsterdam durante la década de los años 50 del pasado siglo.
Este artículo se publicó originalmente en https://plineando.blogspot.com/
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