«La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza.» Esta es una famosa frase de “1984”, novela distópica escrita por George Orwell; en la cual el líder del partido único controla todos y cada uno de los movimientos de la población, incluyendo sus pensamientos, que son vigilados bajo un omnipresente Gran Hermano. Actualmente, los férreos mecanismos utilizados por el sistema, a fin de controlar a la población tales como: la propaganda, la vigilancia, el miedo, la desinformación, la distorsión de la verdad y la deformación del pasado histórico; políticas que dieran pie al término «orwelliano”, son cada vez más evidentes en nuestra sociedad.
El vertiginoso desarrollo tecnológico, con todas las ventajas que ofrece, se ha convertido en el ojo vigilante que todo lo ve y todo lo sabe por medio de las múltiples cámaras con las cuales somos vigilados constantemente, en varias ocasiones, sin siquiera estar conscientes de ello. Además, lo que no puede ser observado en las cámaras, es descubierto mediante el uso de algoritmos. Aunado a esto, se encuentra el miedo provocado por: la guerra, la posibilidad de “otra pandemia” (que nuestros líderes parecen esperar con ansia), la terrible inflación y la constante amenaza de la escasez de alimentos. Por si fuese poco, el cambio climático, a pesar de no ser nuevo en la historia de la humanidad, amenaza con ser esta vez (por obra y magia de los medios) “catastrófico”, al grado que ya son varios los jóvenes que sufren de “ansiedad climática”. Dichos eventos fortuitos podrían provocar otra “situación de emergencia”; término utilizado para acabar, de un plumazo, con las libertades de: tránsito, reunión, expresión, trabajo, estudio y hasta de atención médica.
Estos mecanismos de control han podido ser impuestos, de manera más o menos sutil, a una ingenua población, gracias a lo que Orwell llamó neolenguaje o lenguaje político; “diseñado para que las mentiras parezcan verdades, el asesinato una acción respetable y para dar al viento apariencia de solidez.” Así, el lenguaje políticamente correcto ha sido impuesto, hábilmente, a la población a la cual encima han divido en víctimas y en victimarios. De esta manera, se ha alentado primero y conminado después, no sólo a evitar todo lenguaje que pudiera resultar “ofensivo” para ciertos grupos o minorías sino a utilizar términos completamente arbitrarios que, lejos de adecuarse a la realidad, la niegan o distorsionan; cosa nada inocente, ya que la manipulación del lenguaje deforma nuestro pensamiento.
Además, la incorporación al lenguaje cotidiano de ciertos términos (contenido dañino, discurso de odio) ha permitido al sistema controlar y limitar, cada vez más, la información. A través del uso constante de peyorativos fóbicos (homofóbico, xenófobo) se ha logrado, sin base alguna, silenciar toda disidencia la cual es calificada de intolerante y oscurantista. Con la colocación del prefijo “anti” a una serie de palabras clave (antivacunas, anti-ciencia) se ha manipulado la opinión pública anulando el debate. Encima, al controlar el lenguaje, el tiránico sistema manipula a un importante sector de la población que no sólo acepta, como símbolo de virtud, el discurso promovido por el sistema imperante; sino que lo promueve y protege de quienes disgregan. Basta recordar cuantas personas apoyaron los despóticos e inútiles mandatos de vacunación durante la pandemia.
En la distopia imaginada o mejor dicho, vaticinada por Orwell, se mantenía a las masas bajo control mediante el uso de eslóganes tan absurdos como: la guerra es la paz. Actualmente mediante la frase: “mi cuerpo, mi decisión”, se justifica el asesinato de un cuerpo distinto del propio; con la consigna de seguir la ciencia, se imponen dogmas anticientíficos y bajo un disfraz de inclusión y tolerancia, se empujan agendas perversas que además, se apoyan en nuevas leyes. De este modo en California, a través de las leyes de “etiquetado erróneo de género”, se penaliza el lenguaje que no se ajusta a la identidad de género. Otro ejemplo, lo tenemos en la provincia de Ontario donde se considera discriminación el «equivocar el género» de una persona a sabiendas, incluidas las personas «no binarias» (aquellas que no se identifican ni como hombre ni como mujer) ya que, de acuerdo con la Comisión de Derechos Humanos de Ontario: “La identidad de género es el sentido interno e individual de cada persona de ser mujer, hombre, ambos, ninguno o cualquier parte del espectro de género.”
El sistema, no contento con controlar el lenguaje, ha empezado a prohibir, ciertos pensamientos, calificados de subversivos, como la oración frente a los abortorios aún, cuando dicha plegaria se realice mentalmente y sin siquiera mover los labios. Basta que la policía, que vigila el lenguaje y ya hasta del pensamiento, sospeche que una persona está rezando, para que tome cartas en el asunto como en los dos casos recientes en Inglaterra. El primero, de Vaughan-Spruce quien fuera arrestada, por rezar en silencio, sin balbucear siquiera, mientras estaba de pie fuera de un abortorio. Y el caso de Smith-Connor, veterano militar multado por rezar calladamente frente a un centro de aborto. Y es que la “ley de protección” del Reino Unido prohíbe rezar e incluso santiguarse dentro de las llamadas «zonas seguras» que rodean las instalaciones de aborto.
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El sistema imperante detesta la verdad. Por ello, con ayuda de los medios de comunicación, ha establecido exitosamente un nuevo código lingüístico de ingeniería social que está redefiniendo y subvirtiendo la realidad mediante la distorsión del significado de las palabras. Si en la distopia orwelliana la libertad es la esclavitud; en nuestra sociedad un hombre es una mujer, la salud reproductiva es eliminar la reproducción (aborto) y la tolerancia es imposición. Una sociedad que se acostumbra a distorsionar y manipular la realidad a través del lenguaje; deja de distinguir entre la verdad y la mentira, entre lo bueno y lo malo, entre la luz y las tinieblas. Y ha sido, gran parte debido al control del lenguaje, que se ha impuesto una agenda anticristiana y por ende inhumana y antinatural a nuestra sociedad.
Atrevámonos, con claridad, caridad y valentía, a expresar la verdad a través de nuestro lenguaje. No cedamos ni a los chantajes ni a las presiones. Llamemos al pan, pan y al vino, vino. El lenguaje importa, y mucho, pues como nos recuerda G.K. Chesterton: «¿Por qué no deberíamos pelear por una palabra? ¿De qué sirven las palabras si no son lo suficientemente importantes como para pelear? La Iglesia y las herejías solían pelear por las palabras, porque son las únicas cosas por las que vale la pena pelear”.
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