Hoy en lugar de comentar el santo del día comentaremos lo que casi se podría llamar el demonio del día, ya que se cumplen 70 años de la muerte de Stalin, responsable de la muerte de más de un millón de personas.
Su hija Svetlana contó que su respiración se hacía cada vez más jadeante. En las últimas doce horas quedó claro que la falta de oxígeno crecía. La cara oscurecida se alteraba gradualmente, sus rasgos se hacían irreconocibles, los labios se volvían negros. En la última hora se fue sofocando. ¡Agonía espantosa! Era estrangulado bajo la mirada de todos. En el último minuto, de repente, abrió los ojos y miró a todos los que estaban a su alrededor. ¡Fue una mirada terrible! Quizás loco, o lleno de terror, ante la muerte y los rostros desconocidos de los médicos que le atendían. En ese momento irguió inesperadamente el brazo izquierdo apuntando hacia arriba, como amenazando a todos, y expiró.
Se puede imaginar la vastitud del Kremlin, misteriosa fortaleza en pleno Moscú, toda amurallada, dentro un drama más se desenvuelve, esta vez la muerte del dictador. El juego inevitable de la enfermedad o del envenenamiento que llega a su paroxismo y que produce la dilaceración: el alma separándose del cuerpo. Él impotente, pero su organismo lucha contra la muerte.
Se ve que muere lejos de la gracia de Dios. No hay nada que manifieste la idea de religión. Toda su vida fue la de un ateo propugnador del ateísmo y que muere con odio, desesperado. No había hecho en la vida más que gobernar con el terror, en cierto momento se da cuenta que quizás había sido envenenado víctima de una conspiración, sintiéndose confusamente derrotado, movido por el odio, abre los ojos, intenta reaccionar levantando el brazo amenazante. A continuación, Dios llama su alma para ser juzgada. El brazo cae y ya no es más que un cadáver…
Para quien sabe interpretar esas escenas con ojos de fe, solo queda decir: ¡es la victoria de Dios!
En ese momento extremo se ve la inutilidad de la rebelión, del ateísmo, del odio, porque Dios venció completamente, compareció ante el juicio divino como cualquier otro, él que bajo algunos aspectos era un gigante.
Una persona llena de odio a Dios al comparecer ante Él siente el odio de su Creador, lo cual es incomparablemente más terrible que morir. Juzgada, cae en los tormentos eternos del Infierno. De una sala del Kremlin, del alto poder, a la destrucción de todo poder y aniquilación completa. La última blasfemia, el supremo acto de odio, inmediatamente después el castigo. Está arrasado y acabado. Así termina el poder de los que desafían a Dios, Nuestro Señor.
Este artículo se publicó originalmente en https://plineando.blogspot.com/
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