Frente a la tesis de rechazo o incompatibilidad de la escuela franciscana de Teología del s. XIII respecto a la Filosofía, podemos recordar el criterio de Étienne Gilson, considerando que  ni en el primer maestro franciscano  en Teología de la Universidad de París, Alejandro de Hales,  ni posteriormente en  Juan de la Rochela,  existe un rechazo explícito de la reflexión filosófica. Este último apuesta por la Filosofía que, en el fondo, sería despreciada por “el influjo de Satanás”,  que “no quiere que los cristianos sean hombres cultos”.  Avicena influyó de forma destacada en estos autores especialmente en la explicación de la serie ascendente de las  facultades humanas: el sentido; la imaginación; la razón; el intelecto y la inteligencia. Se trató de coordinar la doctrina greco árabe del Entendimiento Agente con la doctrina agustiniana de la iluminación divina. En la primera mitad del s. XIII la psicología de Aristóteles incluso influyó en los maestros franciscanos, por el contrario  con San Buenaventura el influjo de san Agustín irá predominando con más extensión  y profundidad. Aristóteles será un filósofo más entre otros, no el primordial ni el preferente. 

  En San Buenaventura  las ciencias teoréticas siempre tendrán mayor certeza de especulación, en su propio  ámbito, y, según la perspectiva de la fe, serán parciales e insuficientes  tal como señala Nicolas Abbagnano. Podrán coexistir la ciencia y la fe respecto a algunas cuestiones; la ciencia podría apelar a la fe haciendo necesaria la iluminación, pero claro está,   cuando se admita el presupuesto  de alcanzar una supuesta verdad plena,  que estimula el afecto y el sentimiento en un sentido de  purificación  de las condiciones de tiempo y lugar, eximido el cambio, circunstancias   que por conjetura no podría ofrecer la pura ciencia. Este último presupuesto se puede eliminar como condición y entonces el resultado  del razonamiento sería evidentemente  muy  distinto. Las ilaciones conclusivas desde las premisas  y la verdad de las proposiciones no dependen de las cosas materiales ni  de  la mente humana fragmentaria y mudable,  más bien de los modelos eternos ;  del arte eterno de Dios. 

 Ciertamente en el positivismo cientificista de los siglos XIX y XX,  de A.  Comte a Br. Russell, el proceso  sería justamente el contrario.  N. Abbagnano hablará de una cierta, una relativa  “conformidad por sugerencia de razones probables” entre ciertos artículos de la fe, para los creyentes,  y,  algunas aseveraciones de la ciencia.  En cualquier caso la certeza superior de la ciencia no se puede, en su propio terreno,  excluir desde presupuestos fidelistas  con una indebida invasión de la fe en cuestiones ajenas. La inspiración filosófica de san Buenaventura  será más bien Plotino , por medio de R. de Grosseteste, orillando a Aristóteles, tal como afirma Jacques Guy Bougerol. Ya que los filósofos no habrían podido ofrecer la felicidad a sus seguidores, la sabiduría se debe conquistar por medio de una triple conversión del alma que implicaría volver hacia sí misma;  hacia las inteligencias espirituales y buscando las razones eternas. La inteligencia y el afecto, por la iluminación, pueden alcanzar un equilibrio enaltecedor.  Las cosas externas al conocerse siguen siendo externas, no se asimila su sustancia pero sí su imagen, su semejanza. “Hemos de decir que el alma fue creada carente de toda especie, y que Aristóteles tenía razón al afirmar que era una tabula rasa”  escribió Buenaventura. Por lo tanto el material del conocimiento lo interpreta Buenaventura de una forma muy aristotélica,  pero la comprensión de la verdad está condicionada a los principios innatos que Dios infundió en el hombre; luz que rige el intelecto y, según san Agustín, que “el hombre  podría intuirla según las  posibilidades de su condición terrena”-  

 LUIS FERNANDO TORRES VICENTE. ZARAGOZA 

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