(Una entrevista de Javier Navascués).-
Sergio Fernández Riquelme, profesor de Universidad, es historiador y doctor en sociología es autor de más de treinta libros y más de cien artículos científicos y divulgativos. Colaborador en diferentes medios de comunicación nacionales e internacionales, también es director de La Razón histórica. Revista hispanoamericana de Historia de las Ideas.
¿Por qué una obra sobre el Distributismo y la Economía Social según Chesterton?
Porque ante los crecientes debates sobre el camino sostenible y solidario que debe encontrar el actual sistema económico, nada mejor que poner en valor una de las primeras doctrinas que hablaba de parar el motor o de retroceder sin miedo, de vivir con menos o de compartir un poco más, de respetar la naturaleza medioambiental y la naturaleza humana. Y frente a los “parches” en los que se convierten la mayoría de las propuestas bajo la etiqueta ecológica, para que dicho sistema no frene o no pierda dinero, el Distributismo pone a cada uno en su sitio: si hay que hacer algo valioso, hay que hacerlo a toda costa, y si se quiere un mundo más justo y más limpio, hay que vivir con muchas menos cosas materiales y con muchas más cosas inmateriales (espiritual, familiar y fraternalmente hablando).
¿Cómo se podría definir el Distributismo?
Una muy pequeña doctrina socioeconómica para una muy pequeña vida normal. Surgida, a contracorriente en la cuna industrial y liberal, Gran Bretaña. Hablaba de pequeñas comunidades de pequeños propietarios por todo un país, frente a los enormes gigantes del momento: el capitalismo y el estatismo. Y la plantearon, sin apoyos y sin miedo, un pequeño grupo de valientes cristianos (la mayoría católicos conversos) de manera más fiel a la Doctrina Social Católica en territorio enemigo, frente a los inmensos poderes locales (anglicanos, plutocráticos, financieros), hablando, a veces de manera ucrónica, de un pasado gremial, artesanal y familiar que a su juicio nunca moriría. Como decía Chesterton, vivir con “tres acres y una vaca”.
¿Qué documentos de la Doctrina Social de la Iglesia avalan este sistema económico?
Los distributistas siguieron, casi a rajatabla, las Encíclicas Rerum Novarum del Papa León XIII (1891) y Quadragesimo Anno del Papa Pio XI (1931); pero en muchos escritos de Chesterton o de la Liga Distributista se muestra la influencia de textos más “políticos”, en su crítica a los fundamentos de liberales y socialistas, como Quanta Cura de Pio IX o Graves de Communi Re del mismo León XIII.
¿Por qué es importante su carácter antiliberal y antisocialista?
Por hablar del ser humano frente al mero cliente y al simple contribuyente, ante el poder del dinero y el sueño de la revolución, y frente a los derechos de unos pocos y la miseria de las mayorías. Su importancia radica en su discurso a contracorriente, ayer y hoy: libertad con responsabilidad, con límites espirituales y morales superiores, e igualdad con propiedad, con familias y productores con capacidad de autogestionarse. Un desafío que le llevó a la marginalidad en su tiempo, pero que ha perdurado por la autenticidad del mismo.
¿Qué importancia deberían de tener los gremios en la sociedad?
Ante la crisis casi terminal de los sindicatos de clase en la sociedad consumista e individualista del dominante progresismo liberal, los gremios (adaptados, eso sí, a los condicionantes actuales) son el futuro. Recuperando su esencia como “cuerpo social intermedio” en la era de la Globalización, pueden volver a aparecer como el mejor instrumento en ese mundo laboral y profesional que necesita, ante conflictos y desigualdades, volver a sociedades más orgánicas: ayudar a los trabajadores a la hora de conciliar derechos y obligaciones, impulsar la cooperación profunda y estable entre los factores productivos, y renovar la empresa en el inevitable camino de conciliar pasado y futuro en el proceso de renovación obligada, y necesaria, de los medios de producción y consumo. Vemos en determinados sectores, y en otros países, como una novedosa iniciativa asociativa gremial se abre paso combinando la innovación más puntera y los valores más tradicionales.
¿Por qué la familia natural, el derecho a la propiedad y la fe católica deberían ser los pilares de una civilización cristiana frente al globalismo hiperconsumista?
Porque una Iglesia que se adapta al mundo y no adapta a ese mundo, acaba feneciendo como mero referente cultural, simple asociación de amigos, u otra más de las tendencias a elegir y desechar. Más grande o más pequeña, tiene que tener clara su doctrina interna y su labor externa, y ambas pasan por esa cosmovisión que pone al ser humano y a su familia y comunidad en el centro de la vida espiritual y social. Y en tiempos de disolución individualista, cada vez más ciudadanos (pese a que los medios dominantes le quiten la voz o vendan todo lo contrario), reclaman ese asidero para controlar los efectos negativos del progreso, para no perder sus referentes ante tantos cambios acelerados, para encontrar luz ante la oscuridad, para entender lo bueno y lo malo de la vida, para proteger lo más natural de la existencia, para no ser simples números en un sistema que todo lo cuenta, que todo lo mide, que todo lo controla.
¿En qué medida serían aplicables estos principios en nuestros días?
En gran medida. Pero más como referencia general que como práctica concreta. El distributismo respondía a unas coordenadas espacio-temporales determinadas, que explicaban su principio y su fin epocal. Ahora interesan sus análisis, sus referentes, sus críticas y sus argumentos sobre una Economía social más justa y solidaria, tan necesaria en los días presentes. Es decir, volver a hablar de la dignidad del trabajo, del papel de la familia natural, de la preservación del medio ambiente, de los gremios realmente profesionales, de recuperar tradiciones y costumbres, de proteger la producción nacional, de buscar la cooperación entre clases, de luchar contra monopolios capitalistas y de oligarquías estatales, y de fomentar la propiedad para todos.
¿Qué matices nuevos aportan al respecto otros pensadores como Hilaire Belloc?
Belloc se centró más en el fundamento histórico y espiritual necesario para fundamentar el sistema distributista, a modo de apologista católico del grupo. Sus obras Camino a Roma, Las Cruzadas, Cómo aconteció la Reforma y Europa y la fe atestiguaban la necesidad de principios solidos (innegociables quizás) para sostener la vida socioeconómica en común de un pilar doctrinal esencial para dar sentido y significado al camino, y de conocimientos fundados para la batalla cultural asociada al devenir.
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