La colocación de las palmas o ramas de olivo bendecidas en el hogar, como se ve en el cuadro, simboliza el reconocimiento de que Jesús es nuestro Rey, pero ¿hasta qué punto será exacto decir que, para conservar la fe, evitamos todo lo que la puede poner en riesgo? ¿Evitamos las lecturas que la pueden ofender? ¿Evitamos las compañías con las que la ponemos en riesgo? ¿Buscamos los ambientes en los cuales la fe florece y echa raíces? ¿O, a cambio de placeres mundanos y pasajeros, vivimos en ambientes en que la fe se deteriora y amenaza transformarse en ruinas?
Todo hombre, por el propio instinto de sociabilidad, tiende a aceptar las opiniones de los otros. En general, hoy en día, las opiniones dominantes son anticristianas. Se piensa contrariamente a la doctrina católica en materia de filosofía, de sociología, de historia, de ciencia, de arte, de todo.
Nuestros amigos siguen la corriente. ¿Tenemos el coraje de divergir? ¿Resguardamos nuestro espíritu de cualquier infiltración de ideas erradas? ¿Pensamos como la doctrina católica en todo? ¿O nos contentamos negligentemente en ir viviendo, aceptando todo cuanto el espíritu del siglo nos inculca, y simplemente porque él nos lo inculca?
Es posible que no hayamos arrojado a Nuestro Señor de nuestra alma, pero ¿cómo tratamos a este Divino Huésped? ¿Es Él objeto de todas las atenciones, el centro de nuestra vida intelectual, moral y afectiva? ¿O, simplemente, existe para Él un pequeño espacio donde se le tolera, como huésped secundario, aburrido, un tanto inoportuno?
Cuando el Divino Maestro gimió, lloró, sudó sangre durante la Pasión no le atormentaban apenas los dolores físicos, ni sólo los sufrimientos ocasionados por el odio de los que en aquel momento le perseguían. También le atormentaba todo cuanto contra Él y la Iglesia haríamos en los siglos venideros. Lloró por el odio de todos los malos, de todos los Arrios, Nestorios, Luteros, Bergoglios, pero lloró también porque veía el cortejo interminable de las almas tibias, de las almas indiferentes, que sin perseguirlo no lo amaban como debían. Es la falange incontable de los que pasaron la vida sin odio y sin amor, los cuales, según Dante, quedaban fuera del infierno, porque ni en el infierno había un lugar adecuado para ellos. ¿Estamos nosotros en este cortejo?
He ahí la gran pregunta a la que, con la gracia de Dios, debemos dar respuesta en los días de recogimiento, de piedad y expiación de esta Semana Santa.
Este artículo se publicó originalmente en https://plineando.blogspot.com/
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