El retrato que vemos es el de Santa Gema Galgani que se hizo insigne por las excelsas visiones y revelaciones que tenía en la italiana ciudad de Lucca. Su proceso de canonización revela una cosa muy curiosa: la persecución que ella sufrió por parte del clero a causa precisamente de esas visiones.
Con el sacrificio de la Cruz, Nuestro Señor Jesucristo redimió, por sí sólo, a toda la humanidad. Sin embargo, como dice San Pablo, es necesario que completemos en nosotros, lo que faltó a la Pasión de Cristo, esto es, que recemos, suframos y luchemos para realizar lo que es indispensable para nuestra propia salvación.
En todas las épocas, el Salvador escoge almas que se ofrecen como víctimas a la Justicia Divina afrentada por los pecados de los hombres. Santa Gema tuvo la gracia de ser una de esas almas víctimas. ¡Ah, misión grandiosa! Ella tuvo el privilegio de recibir en su cuerpo los estigmas de la Pasión: las Santas Llagas de Nuestro Señor. “Si de verdad quieres amar a Jesús, en primer lugar, aprende a sufrir, porque el sufrimiento te enseña a amar”, afirmaba.
Por misterioso designio de Dios, también fue perseguida y atormentada por el demonio, que le hacía sufrir mucho, pero con la ayuda de la Virgen María, de quien era gran devota, salía siempre victoriosa en esas terribles batallas. Veía frecuentemente a su ángel de la guarda que le daba consejos y le ayudaba.
Murió santamente, a los 25 años, tal día como hoy de 1903 y es patrona de la industria farmacéutica.
Su fisonomía impresiona por la armonía de los rasgos, mientras la fisonomía de San Ignacio impresionaba por la profundidad de la reflexión, el de ella más por su mirada que tiene algo dirigido a lo alto, muy hacia arriba. Sus pensamientos no son de esta Tierra. En su fisonomía hay algo de extraterreno. Eso se nota en la altivez y pureza angelical, en el modo en que la cabeza está impostada sobre el cuello: recta y sin ninguna pretensión. No lleva ningún tipo de adorno. Su pelo está simplemente arreglado. Está muy limpia, pero no se nota nada que muestre el deseo de adornarse. Su vestido es oscuro y simple. Sin embargo, revela una dignidad extraordinaria, a la vez que una pureza virginal que se nota en algo de impalpablemente resplandeciente en el cutis. Se diría que su piel tiene algo de luminoso como también su mirada, la cual es de una rectitud completa. No es como la mirada de San Ignacio, que era más la de un pensador, la de ella es de una mística que ve, de una mística embebida de aquello que ve, en cuya mirada se puede sospechar lo que ve. Cabe resaltar la virtud de la fortaleza. Cuando la fe le ordena hacer algo, su voluntad es inquebrantable. ¡Quiere servir a Dios, a Nuestra Señora, a la Iglesia católica, y ella sigue ese rumbo, cualesquiera que sean los obstáculos! Es la representación física de la mujer fuerte descrita en la Sagrada Escritura, de valor incalculable. Merece la pena ir hasta los confines del universo para encontrarla, como una piedra preciosa.
Este artículo se publicó originalmente en https://plineando.blogspot.com/
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