Alguien cubrió el rostro del joven crucificado antes de descender su cuerpo. No debería perder ni una gota de sangre porque con ella se iría su alma.
Tres hombres portaban el cadáver envuelto en mortaja de lino, despacio y entristecidos ante la pérdida del amigo amado, del maestro querido, y aún sobrecogidos recordando la tortura sufrida por aquel que decía ser el Hijo de Dios. Tras ellos, sollozando y traspasada de dolor, caminaba su madre, que sabía con certeza que su hijo era quien decía ser.
Con sumo cuidado depositaron el cuerpo sobre un poyete de piedra dentro de una cueva excavada para que fuera el sepulcro de un hombre justo, quien cedió su tumba al joven azotado y crucificado, hecho que no se produciría nunca más en la historia, ya que las leyes romanas prohibían aplicar ambos castigos a un mismo reo.
Tres días más tarde, tal y como se había dicho, las mujeres y algunos discípulos hallaron la tumba vacía y los lienzos en un rincón de ésta. Resucitó, dijeron ellos; lo robaron, pregonaban los fariseos; pasó algo extraño, se excusaban los soldados que hicieron guardía ante el sepulcro sellado abierto después sin saber cómo.
Años más tarde los lienzos que cubrieron el rostro de aquel hombre recorrieron miles de kilómetros desde Jerusalén hasta Francia para acabar en Turín la llamada síndone y en Oviedo el sudario que cubrió su rostro. Allí por donde pasaron fueron reconocidos como los que habían servido de mortaja a Nuestro Señor Jesucristo, en bastantes ocasiones realizando curaciones milagrosas o evitando plagas como la peste.
Para el hombre de hace 2.000 años no fue difícil creer sin dudar pues su fe era infinitamente superior a la que profesamos en estos días, por lo que a medida que avanzaba el tiempo las reliquias pasaron a tener una importancia secundaria. «Cuanto más avanza la ciencia menos fe tenemos», afirmaban unos. «La ciencia sin religión está coja, y la religión sin ciencia, ciega», afirmaba, sin embargo, Albert Einstein. A finales del siglo XIX, concretamente en 1898 y con motivo de las bodas del heredero de la casa de Saboya, propietaria de la Sábana Santa de Turín, un conocido abogado torinés, Secondo Pía, fue invitado a tomar una fotografía de la reliquia. Advirtiendo con anterioridad que la técnica fotográfica comenzaba a desarrollarse y que él sólo era un aficionado, aceptó tal honor. Fue la primera vez que la ciencia moderna tomó contacto con tan controvertida pieza de lino.
Tras mostrar al mundo el hallazgo de la imagen que se reflejó en la foto, Secondo Pía fue desprestigiado, no sólo en el ámbito fotográfico sino en su profesión de abogado ya que se cuestionó su credibilidad, porque, según los críticos, era imposible que se pudiera reflejar el positivo de una fotografía.
30 años más tarde, con una técnica más avanzada, un grupo de científicos consiguió permiso para fotografiar nuevamente la Sábana Santa y el resultado fue todavía más nítido que el anterior. Gracias a Dios el primer hombre que tuvo el privilegio de tomar la foto, se hallaba junto al grupo.
A partir de entonces el lienzo de lino que había recorrido tanto camino, que fue rescatado de un incendio y restaurado con agujas de oro por las monjitas que lo custodiaron, tomó gran interés para el mundo científico en todos los ámbitos, habiéndose convertido en nuestros días en el objeto arqueológico más estudiado.
Miles de horas de exhaustivos trabajos desarrollados por cientifícos y artistas expertos en sus respectivas materias, sin remuneración económica y teniendo que aportar su capital; pérdida de empleos o prestigio de muchos de estos incansables buscadores, bastantes de ellos no creyentes o pertenecientes a otras religiones, sacuden la curiosidad de cualquiera.
De todos los resultados posteriores a dichos experimentos desarrollados con infinidad de aparatos de la tecnología más moderna, el único que fue rápidamente derogado incluso por el propio director de éste, fue precisamente el que más airearon los medios de comunicación: la prueba del carbono 14. Los laboratorios encargados de realizarla sobre un fragmento de la Sábana Santa publicaron unos resultados tan inexactos que hasta el propio director del proyecto reconoció al año siguiente que en efecto lo eran, tanto que el propio inventor de dicha técnica, galardonado con el Premio Nóbel, se había negado a aplicarla sobre ésta porque habría que limpiarla a fondo pues sufrió mucha contaminación ambiental, incluso un incendio. Los titulares de muchísimos medios de comunicación rezaban la misma premisa: «¡La Sábana Santa es una falsificación! Fue pintada en la Edad Medía».
Para los que no querían creer supuso un alivio en sus conciencias, los que ya creían no necesitaban la certeza de ninguna reliquia porque su fe se sustenta en pilares más sólidos, pero para los científicos de verdad, esos hombres que dedican el sueño y la juventud a la busqueda de nuevas fuentes de curación de enfermedades, a descubrir los elementos que confluyen en el infinito universo, a perfeccionar aparatos capaces de operar en la distancia o adentrarse en las fosas marinas, para ellos, mentes carentes de prejuicios y rebosantes de humilde curiosidad, supuso un reto que les hizo saltar de su sillón. Tanto que desde el año 1988 hasta hoy, año 2023, se han llevado a cabo más de trescientos estudios de diferente índole, dando lugar a conclusiones que nada tienen que ver con los resultados publicados en 1988.
Gracias al tesón de éstos incansables trabajadores podemos observar y estremecernos ante la visión de la escultura del hombre que plasmó su imagen en ese lienzo de lino por medio de una radiación mayor a la emitida por la bomba atómica que cayó en Hiroshima, y esto sin dañar la tela ni quemar el entorno. Empíricos y artistas han aunado sus esfuerzos para descubrir qué, cómo, cuándo y para qué pervive la imagen de un hombre maltratado hasta el extremo. Una imagen imposible de vislumbrar si no es a varios metros de distancia pero que, utilizando toda la tecnología moderna disponible, narra la historia contada por los que tuvieron el privilegio de ser testigos del advenimiento del Hijo de Dios a la tierra, que cuenta sus padecimientos y muerte casi copiados de los textos escritos por uno de los hombres que portaban el cuerpo envuelto en tal mortaja.
Resulta cuanto menos curioso descubrir que se hayan utilizado en el estudio de un trozo de tela instrumentos tan sofisticados como sondas cartográficas creadas por la NASA, Rayos X de gran angular, rayos ultravioleta, etcétera, etcétera.
Tras más de tres semanas leyendo, escuchando y viendo vídeos dirigidos por esos «locos» que prefieren quemar sus retinas y sus bolsillos durante años a pasar el tiempo opinando sobre lo que leyeron en titulares sensacionalistas, he de confesar que me sentiría avergonzada del tiempo empleado buscando fuentes para este artículo sino fuese porque no he concluido la busqueda pero sí tengo material suficiente como para contar el motivo que me llevó a escribir y aportar un granito de arena.
Ni los apóstoles ni el rey de Edesa, que fue curado de lepra al tocar la Santa Síndone, pudieron ver todo lo que hoy se ha podido descubrir, pero aún así creyeron.
Ningún peregrino que acudía esperanzado a contemplar el dichoso lino que envolvió el cuerpo de Jesús descubrió la sangre vertida por Él y recogida en la tela y a pesar de ello creían.
¿Por qué? Era imposible ya que hasta el siglo XIX no apareció la primera fotografía, porque nadie sabía nada de tipos de sangre AB+ ni de rayos X, sencillamente porque no existía absolutamente ningún aparato que pudiera hallar esto.
Entonces, ¿por qué el Creador complicó tanto las cosas y que tuviéramos que esperar hasta nuestro tiempo para registrar restos de albúmina en la sangre que sólo se registran a traves de los rayos ultravioleta? ¿Por qué tener que esperar para aplicar la última tecnología fotográfica y así hallar una imagen nítida del cuerpo? ¿No habría sido más fácil plasmar con nitidez la figura yacente del Señor?
No. Dios en su infinito Amor nos reservó ese privilegio a los hijos de esta era porque nos quiere de vuelta a las Moradas Celestiales.
Dios, conocedor del hombre, sabía que en estos siglos de descreimiento tendríamos que tocar la llaga como Santo Tomás y para nosotros está propuesto el desafío.
Sí, para aquel que quiera saltar de su círculo de comodidad y orgullo y busque la verdad, para los que, admirando el arduo trabajo realizado por miles de inconformistas, sepan escudriñar el misterio de la Sábana Santa. La mayoría no somos científicos pero sí podemos y debemos, con agradecimiento, conocer los resultados de los trabajos realizados con ahínco y profesionalidad.
No he nombrado más que al primer hombre que fotografió la Sábana Santa, Secondo Pía, porque fue quien abrió la puerta a un misterio aún sin resolver por completo y porque son tantísimos que me daría vergüenza obviar a alguno.
Además, les invito a buscar en esta era de fácil acceso a cualquier medío de comunicación, artículos, conferencias publicadas en vídeo, libros, etcétera. Les aseguro que sentirán que les gustaría haber acompañado a ese trío que con tanto dolor portaba el cuerpo sin vida de un joven de 33 años que aún hoy 21 siglos después sigue generando controversia.
Si no fuera Dios, ¿Para que tanto lío?
Si no fuera Él, ¿Por qué tanto misterio?
Para mi está muy claro, Dios nos invita a encontrarle.
Macarena Assiego
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