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Religión

Todo y todos en relación

Imagen con licencia Pixabay

La vida no son compartimentos estancos. La vida es un todo, un conjunto, un misterio, algo muy difícil de definir.
Y el ser humano se caracteriza básicamente por estar en relación: consigo mismo, con Dios, con los demás, con todo lo creado.
Es necesario tener en cuenta estas cuatro dimensiones en relación, siempre en relación, nunca en oposición. Uno se percibe a sí mismo como ser viviente y analiza o no cuál es su relación con su propia persona.
También nos relacionamos con los demás, pues vivimos en sociedad, en comunidad, en grupo, en familia, formando una gran familia, una colectividad, con sus aspectos positivos y negativos.
Nos relacionamos con Dios, porque el ser humano es un ser religioso por naturaleza (ver Zubiri: el hombre como ser religado). Y además, nos relacionamos con todo lo creado, pues vemos que todo está interconectado, interrelacionado, en relación.
El ser humano (varón o mujer) nunca es más persona que cuando vive con sano equilibrio esas cuatro relaciones o vinculaciones tan necesarias e imprescindibles en la vida de todos los días, para cada uno personalmente y para todos como sociedad.
Pongo un ejemplo: es como una mesa que tiene cuatro patas y las cuatro son necesarias para que la mesa pueda cumplir bien su función como mesa.
Si falla alguna de esas patas, la mesa ya no es mesa o se viene abajo, y que nadie venga diciéndome ahora que hay mesas de tres patas y hasta de una pata.
Si arrancamos al ser humano de su vinculación más profunda (con Dios), se da una quiebra interior en el hombre que le empobrece tristemente y le dice (como ya dijeron algunos) que el hombre es un ser para la muerte.
Contando con Dios es distinto: el hombre está destinado a vivir en profundidad esa relación suya con Dios Creador y Salvador.
Al fin y al cabo esta es la razón por la que la Iglesia lleva a cabo su misión evangelizadora en medio del mundo, porque Dios mismo quiere la felicidad del hombre, nuestra felicidad plena.
Arraigados en Dios podemos vivir relaciones de amor con los demás, podemos amar, servir, perdonar, comunicarnos, ser en relación con los demás por amor y desde el amor.
Uno ya no se percibe solo.
Percibe la compañía de otros (sus semejantes) y la del Creador de todo lo que existe (Dios)
De esta forma puede el hombre alcanzar su verdadera plenitud.
Y los desequilibrios que encontramos en nuestro mundo ponen de manifiesto que hay algo en nosotros que no funciona o funciona mal.
Nos falta fe, amor, esperanza y las demás virtudes que se derivan de estas tres que son las fundamentales.
Por eso, desde el principio, el hombre ha buscado en la Trascendencia la plenitud de su ser y de su hacer.
Ser y hacer desde su dignidad de criatura de Dios, de hijo o hija de Dios.
Algunos tratan de silenciar esta voz de la Iglesia cuando habla de Jesucristo, de la fe, de la esperanza, de vida en plenitud, del cielo, del infierno, de las realidades últimas, de Dios, de la dignidad de todo ser humano, etc, etc.
La batalla cultural que algunos han emprendido desde hace décadas contra la Iglesia y contra los creyentes no es más que una no-aceptación de que dependemos verdaderamente de los demás en todos o casi todos los sentidos.
Y sobre todo de Dios.

Puede leer:  Abrazadera

Dice San Pablo en el libro de los Hechos de los Apóstoles: «En Dios vivimos, nos movemos y existimos», y ésto es así nos guste o no.
¿Acaso el Dios que nos ha manifestado su rostro en Jesucristo viene a oprimirnos o a deshumanizarnos?
¿Viene a juzgarnos o a condenarnos?
¿Desea nuestro bien o nuestro mal?
¿Qué nos hace más humanos?
¿Qué hace que la sociedad sea en verdad más fraterna?
¿Es mejor vivir contando con Dios o prescindiendo de Él?
¿Cómo puede llegar cada uno a su plenitud personal si no es contando con el Autor de la Vida que es Dios?
¿Cómo es posible una sociedad de hermanos sin tener todos el mismo Padre común que es Dios mismo?
Nos jugamos mucho en esta llamada batalla cultural, que comenzó cuando algunos superexaltaron al hombre y quisieron borrar cualquier huella divina en la naturaleza y en el propio ser humano.
Después vino el ateísmo puro y duro.
Y ahora parece que nazcan esas ideologías a las que les da igual que Dios exista o no, sencillamente porque no vamos a hacerle caso y vamos a hacer lo que nos dé la gana.
¡Cuántas veces la Iglesia ha apelado a la ley natural, a la ley revelada, a la Ley de Dios, a la conciencia rectamente formada, a tener presente a Dios en todos los ámbitos de la vida, desde el más sencillo hasta el más complejo!

Tal y como dice el Vaticano II: «la criatura, sin el Creador, se diluye»

Entonces, ¿qué podemos o qué debemos hacer?
Volver a Dios, es decir, convertirnos, volver a Jesucristo, volver a una vida según el Evangelio, expresada por el mismo Cristo en el capítulo 5º del evangelio de San Mateo: el Sermón de la Montaña y las Bienaventuranzas.
Desde mi punto de vista, ése es el camino, el verdadero camino que lleva a la vida: Jesucristo, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, el único Mediador entre Dios y los hombres, el Servidor de todos, el Señor.
Contando con Él podemos salir a flote.
Prescindiendo de Él no vamos a ninguna parte y nos hundimos en nuestra propia nada

José Vicente Martínez.

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José Vicente Martínez, Sacerdote.

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