Por Gabriel Lozano
Cuando se habla del reseteo social y globalista, que las elites transnacionales están ya aplicando en nuestros días, prestamos mucha atención a los efectos muy nocivos que esa agenda despliega sobre pilares fundamentales de nuestra vida como son la familia y la religión, y no hay duda de que debemos estar en pugna contra esas medidas que van a trastocar hasta lo más humano y sagrado de nuestra existencia, sin embargo no acaban ahí las acechanzas contra la libertad de todos nosotros que ese nuevo totalitarismo pretende lograr.
El mundo del trabajo es afectado y pervertido por las ideologías posmodernas que van desde el transhumanismo, el feminismo o el movimiento woke siempre con la pretensión de deshumanizarlo. Estamos en una era de triunfo completo del liberalismo y de los mecanismos que para el trabajo impulsó la herejía protestante, con el calvinismo como la cara más atroz, y que produjeron la desorganización que en el mundo católico tradicional tuvieron experiencias como el trabajo comunal o los gremios.
Bajo estas premisas el trabajador se verá abocado en el futuro a un mundo no sólo inquietante sino devastador; la fuerza del trabajo que ha sido considerada en el mundo capitalista como una simple mercancía no va a ser necesaria, o por lo menos no en el número de las anteriores revoluciones industriales, recordemos que el llamado gran reseteo que quieren implantar las grandes instituciones mundialistas, O.N.U y Banco Mundial entre otras, está íntimamente ligado a la quinta revolución industrial y los últimos avances científicos y tecnológicos. En esa utopía mundialista no sólo el trabajo es superfluo sino el propio ser humano también. Dadas estas consideraciones no es de extrañar que las relaciones laborales, en el llamado mundo occidental, en los últimos lustros, hayan virado hacia la injusticia social más clamorosa con efectos nocivos para la vida de las personas, sumados a otros estructurales del capitalismo como el paro, como son la precarización, la auto explotación o el alargamiento de la vida laboral hacía un futuro sine die.
Así todos los medios de desinformación y propaganda del sistema te susurran al oído sobre las agendas 2030 y 2050: serás pobre y serás feliz. Es decir, no tendrás trabajo y te resignarás. Ante este estado de cosas como trabajador, católico y tradicionalista hago una llamada al tradicionalismo para que no olvide al mundo del trabajo. Explotado por el neoliberalismo sin respuestas y sin referentes, el trabajador sabe que los sindicatos son unas organizaciones que lo han traicionado, sufre el menoscabo al que las nuevas ideologías posmodernas lo han relegado y contempla un mundo venidero sin esperanzas. El tradicionalismo tiene ante si unos retos ciclópeos ante situaciones que hace sólo unos años eran inimaginables, pero sería deseable y es de justicia que entre ellos los que afectan al trabajador tuvieran un lugar preponderante. El carlismo nunca fue ajeno al mundo del trabajo, para confirmarlo está la historia de los sindicatos libres de los años veinte y treinta del siglo pasado o del Movimiento Obrero Tradicionalista de la década de los sesenta, hoy es perentorio que una vez más alce la bandera allí donde una vez se le necesita.
Gabriel Lozano
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