Este es un tema del que se hablaba más en otro tiempo. Alguien comentó con bastante chispa que la cultura es aquello que queda cuando la persona se olvida de lo que leyó. Esto aparentemente puede parecer un poco jocoso, pero no lo es considerando que la persona se impregnó de lo que leyó e incorporó lo esencial, lo más importante, y olvidó lo secundario.
Se dice de una persona que leyó mucho, que es muy culta, por lo menos en comparación con otra que leyó poco. Y entre dos personas que leyeron mucho, la que más leyó, se presume que sea la más culta. Como de sí, la instrucción perfecciona el espíritu, es natural que, salvo razones contrarias, se repute más culto quien haya leído más. El peligro de un error en este asunto, nace del hecho de que muchas personas simplifican inadvertidamente las nociones y llegan a considerar la cultura como mera resultante de la cantidad de libros leídos. Error evidente, pues la lectura es provechosa, no tanto en función de la cantidad, sino de la calidad de los libros leídos, y principalmente en función de la calidad de quien lee, y del modo como lee. En otros términos, en tesis, la lectura puede hacer hombres instruidos: tomamos aquí la palabra instrucción en el sentido de mera información. Pero una persona que ha leído mucho, que es muy instruida, o sea, informada de muchos hechos o nociones de interés científico, histórico o artístico, puede ser mucho menos culta que otra con un bagaje informativo menor. Es que la instrucción sólo perfecciona el espíritu en toda la medida de lo posible, cuando es seguida de una asimilación profunda, resultante de esmerada y detenida reflexión. Y por esto, quien leyó poco, pero asimiló mucho, es más culto de quien leyó mucho y asimiló poco.
La cultura contiene siempre un elemento básico invariable, esto es, el perfeccionamiento del espíritu humano. En el meollo de la noción de perfección está la idea de que todo hombre tiene en su espíritu cualidades susceptibles de desarrollo y defectos pasibles de represión. El perfeccionamiento tiene pues dos aspectos: uno positivo, que significa crecimiento de lo que es bueno y otro negativo, o sea, la poda de lo que es malo. Por supuesto, la reflexión es el primer medio de esta acción positiva. Pero, mucho y mucho más que un ratón de biblioteca, como representa el cuadro de Carl Spitzweg, depósito vivo de acontecimientos, nombres y textos, el hombre de cultura debe ser un pensador. Y para el pensador el libro principal es la realidad que tiene delante de los ojos, el autor más consultado es él mismo, y los demás autores y libros son elementos preciosos, pero nítidamente subsidiarios. Sin embargo, la mera reflexión no basta. El hombre no es puro espíritu. El esfuerzo cultural sólo es completo cuando la persona impregna todo su ser de los valores que la inteligencia consideró. Por una afinidad que no es sólo convencional, existe un nexo entre las realidades superiores que él considera con la inteligencia y los colores, sonidos, formas y perfumes que alcanza por los sentidos. El esfuerzo cultural sólo es completo cuando el hombre embebe todo su ser, por estas vías sensibles, de los valores que su inteligencia consideró. El canto, la poesía, el arte, tienen exactamente este fin. Y es por una detenida, esmerada y superior convivencia con lo bello que el alma se embebe enteramente de la verdad y el bien.
Este artículo se publicó originalmente en https://plineando.blogspot.com/
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