El día 1 de mayo de 1886, en medio de varios movimientos obreros, se inicia la huelga de Chicago cuyos conocidos disturbios llegaron a su punto crucial el 4 de mayo, con la Revuelta de Haymarket. En ésta, los violentos enfrentamientos entre manifestantes de la clase trabajadora y miembros de la policía dejaron como resultado decenas de heridos y un par de muertos en ambos bandos. En 1889, los socialistas, aprovechando tanto el centenario de la revolución francesa como el mencionado conflicto, proclamaron el 1 de mayo como el Día Internacional de los Trabajadores. Si bien varias de las demandas de estos tales como: jornada laboral más corta, salarios justos y beneficios básicos eran legítimas; el medio y la solución propuesta por diferentes movimientos obreros inspirados por la ideología comunista (junto con su versión edulcorada, el socialismo) provocaron un daño mucho mayor al mal que aspiraban resolver. Y es que la finalidad del comunismo ha sido, desde su origen: incitar la lucha de clases, derruir la jerarquía y con ello todo orden, abolir la propiedad privada, destruir a la familia y eliminar el cristianismo.
Sin embargo, la Iglesia Católica desde el inicio supo ver el peligro de dicha ideología que, oculta bajo apariencias seductoras se propone, como advirtiera Pio IX, en 1849 en su encíclica Noscitis et Nobiscum; el “Trastorno absoluto de todo orden humano”. En 1864, en sus encíclicas Quanta Cura y el Syllabus, vuelve a condenar esta “doctrina pestilente que deprava las mentes”. El Papa León XIII en 1878 en su encíclica Quod Apostolici Muneris afirmó que el socialismo busca destruir la sociedad civil con su “mortal pestilencia que serpentea por las más íntimas entrañas de la sociedad humana poniéndola en peligro de muerte”. Asimismo, en dicha encíclica condena los principios del socialismo que: niega a Dios y a Su iglesia; rechaza toda autoridad; promueve la igualdad absoluta; disuelve el vínculo matrimonial rebajándolo a contrato hiriendo mortalmente a la familia; deroga el derecho a la propiedad y pervierte, con su demagogia, la política. Por su parte Pio X, calificó a esta ideología como “secta pestífera”.
En 1920 el Papa Benedicto XV, en su Motu Proprio, Bonum Sane, advirtió a los fieles respecto del socialismo al tiempo que confiaba, “a todos los hombres que se ganan el sustento con su esfuerzo y su trabajo, al cuidado de San José para que, venerándolo como patrono, les guie en su deber y les conserve inmunes del contagio del socialismo, enemigo acérrimo de la sabiduría cristiana.” Su sucesor, el Papa Pío XI, ante la creciente amenaza de la pestilente secta comunista, decidió confiar a la iglesia católica bajo el poderoso patronato de San José quien, señaló: perteneció a la clase obrera y experimentó personalmente el peso de la pobreza en sí mismo y en la Sagrada Familia y que, realizando con fidelidad los deberes de su profesión, ha dejado un ejemplo viviente de la justicia cristiana a todos los que tienen que ganarse el pan con el trabajo de sus manos.
Para 1955, el comunismo había logrado afianzarse en varios países y sus ideas seguían seduciendo a muchas personas en todo el mundo. Debido a ello, el Papa Pío XII instituye el día de San José Obrero justo el día 1 de mayo a fin, de que la dignidad del trabajo humano y los principios que la sustentan, fueran grabados profundamente en las almas de los trabajadores a través del ejemplo y protección de San José.
Desafortunadamente, hemos hecho oídos sordos a las reiteradas advertencias de los Papas en contra del comunismo y sus envenenados frutos. Por ello, a pesar de éstas y otras serias advertencias, dicha ideología ha seguido esparciendo su veneno cambiando, cual serpiente que muda de piel para camuflarse con su entorno; sus medios, mas no sus fines manteniendo, como rasgo característico, el conflicto entre un dominado y un dominador cuyo rostro se transforma continuamente. De ahí, que bajo reivindicaciones ya no sólo laborales sino también sociales tales como: racismo, feminismo, homosexualismo, transgenerismo y la causa progresista del momento; el comunismo bajo su nuevo rostro, el marxismo cultural, ha seguido provocando el conflicto en la sociedad, sembrando la cizaña en muchos corazones y llevando a la ruina a numerosas almas.
De esta manera, el marxismo se ha propagado de las fábricas y talleres a las principales instituciones. El rechazo de los dogmas y la moral cristiana que la revolución ha propagado, bajo sus diferentes rostros, ha llevado a la sociedad a abrazar, sin examen ni cautela alguna, multitud de errores tales como: materialismo, escuela laica, feminismo, anticoncepción, divorcio y aborto, entre otros, los cuales son mayoritariamente aceptados en un occidente que, lejos de “asaltar el cielo”, como prometieron algunos socialistas, está a punto de precipitarse al abismo.
Hoy, la gran mayoría de la sociedad está más hambrienta, fatigada y desesperanzada que hace un siglo. La mentira seduce pero sólo la verdad ilumina. No encontraremos la paz y la justicia tan anhelada rechazando a Cristo, quien vino a que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia. Por ello, nuestra sociedad necesita urgentemente recurrir a San José, modelo de todo trabajador y ejemplo de esa virilidad generosa, fuerte y justa que tanto necesitamos. Pidamos a San José, parafraseando a Pio XII, que con humildad y sencillez de corazón sobrellevemos con alegría las pruebas inevitables de esta vida; para que, a ejemplo de la Sagrada Familia, podamos llevar en la tierra una vida santa y apacible que sea preludio de la vida de felicidad eterna que nos espera en el cielo para toda la eternidad.
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