La edición consultada para esta reseña es la publicada por Espasa Calpe. Madrid, 1975

Bertrand Russell, aristócrata inglés,  premio Nobel de Literatura en 1950, mejor filósofo que escritor y, probablemente, mejor matemático que filósofo. En esta obra de 1916, expone sus planteamientos sobre la interacción entre el hombre capaz de pensamiento libre que  expresaría “el placer de la aventura mental”, la creación más aristocrática de la vida cultural y social del hombre; síntesis de humildad y valor.  Contrapone, en buena medida, el afán de lo Posesivo frente al impulso de lo Creativo.  Estado, Guerra y Propiedad serían expresión máxima de la posesividad, mientras que la Educación, el Matrimonio y la Religión podrían alimentar mejor los impulsos de lo creativo, cuando esas instituciones no garantizan la opresión. El credo  místico sería una equivocación procedente de la emoción, aunque esta emoción al informar y embellecer  los pensamientos y sensaciones “inspiraría todo lo mejor del hombre”. Las Instituciones Políticas, a la altura de 1916 en Europa, representarían unas dificultades expresas para cultivar la libertad y la creatividad.  El buen conocedor de la obra de Russell, Alan Wood, consideró que  su aparente “dogmatismo polémico” debería enfocarse  mejor “en cuidadosas reservas y continuas calificaciones”. Russell vivía los argumentos contrarios como sus propias críticas y siempre estuvo abierto a considerar las ideas nuevas, independientemente de su procedencia”.  Russell, posteriormente en los años treinta, en su obra “ El poder, un nuevo análisis social “ incidió en ideas ya esbozadas en la obra ahora comentada, a saber  cómo era decisivo igualar los poderes en todos los niveles sociales e institucionales  incluyendo las Administraciones Públicas y frente al peligro del  funcionariado y de la burocracia , se trataría de resaltar la Liberalidad frente al Liberalismo; la propia democracia peligraba en su sentido si no se garantizaba un “ Espacio de Libertad definido en términos no liberales “ ( p. 605 de su Autobiografía ). El dinero y la propiedad no tenían que ser tan peligrosos como el poder hipertrofiado en el pliegue del abuso y de la injusticia. 

  Las necesidades y los deseos de un ciudadano trascienden su vida y se incardinan en la sociedad, por lo tanto “los fracasos de la sociedad son sus fracasos” (p. 25). La excelencia específica de cada hombre debe ser favorecida por las instituciones sociales. No obstante Russell es proclive a un cierto individualismo ya que incluso en el ámbito de las matemáticas se debería  primar en el estudiante “el valor de uno mismo y por sí mismo” frente al entramado de la Historia de la Ciencia.  Cuando la autoridad es inevitable, ya fuese en modelos socialistas o más liberales y conservadores, “lo que se necesita es reconocimiento y reverencia” (p. 121). Todos los sistemas representan una maquinaria férrea, reformistas y reaccionarios, crean prisiones  pedagógicas  que modulan al hombre. La reverencia hacia el débil por parte del poderoso que acapara poder  social  inoculará bienes morales  e intelectuales, “sin infringir el principio de libertad”. Es preferible asegurar lo que es bueno antes que “luchar para evitar  lo que se piensa que es malo” (p. 137), Russell apuesta por un futuro menos sombrío que el pasado gracias al esfuerzo humano. 

 El Espíritu universaliza las emociones, supuestamente, evitaría  los aspectos “crueles y destructivos” (p.173) de la mente que buscará  emanciparse de las circunstancias accidentales. El instinto proporciona fuerza, la mente dilucidaría los medios hacia los mejores fines, trascendería los usos particulares hacia los impersonales donde el criticismo no puede menoscabar una vida armoniosa. Russell cae en un cierto optimismo antropológico cuando afirma que “El instinto, la mente y el espíritu son cada uno ayuda de los otros cuando su desarrollo es libre y no viciado “(p. 173). Apuesta por una sociedad donde el progreso no se malogre. Y los hombres de ciencia entronizarán como fruto de la inteligencia la felicidad, algo muy criticable ya que la plenitud del ser no es biunívoca con la del saber. En la felicidad del científico cree Russell,” quizá encontremos el germen de una felicidad futura  para toda la Humanidad” ( p. 174 ). 

LUIS FERNANDO TORRES VICENTE. ZARAGOZA

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