El espíritu de la Revolución Francesa, en su primera fase, usó máscara y lenguaje aristocrático y hasta eclesiástico. Frecuentó la Corte y se sentó en la mesa del Consejo del Rey. Después se volvió burgués y trabajó para la extinción incruenta de la monarquía y de la nobleza, y por una velada y pacífica supresión de la Iglesia católica.
La nobleza, cuya complicidad había abierto el camino para el triunfo de los principios revolucionarios, viendo el rumbo que tomaban las cosas, comenzó a emigrar. Luis XVI se convenció de que la única solución para detener el proceso revolucionario, ya muy avanzado por culpa de su filosofía de ceder para no perder, sería abandonar París ocultamente, retirándose a una ciudad o provincia, reunir allí sus tropas fieles y recuperar de esa forma el poder. Él no quería, sin embargo, restablecer el Antiguo Régimen, sino hacer una revolución moderada e impedir que los emigrados más contrarrevolucionarios restableciesen la antigua situación. La nación, percibiendo perfectamente que la Revolución le arrastraba a un precipicio fatal, respondería a su llamada.
Fue escogida Montmédy, a unos 287 kilómetros de París, gran plaza militar cuya guarnición era comandada por el Marqués de Bouillé, considerado ardiente monárquico. Según lo planeado, en junio de 1790 la familia real salió furtivamente de París.
Todo fue cuidadosamente preparado. Destacamentos de tropas, dispuestos en puntos estratégicos del camino por donde debería pasar el rey, aseguraban el éxito de la fuga. Pero la enorme berlina que conducía a la familia real caminaba con gran lentitud, lo que produjo un descontrol en los horarios, perjudicando así los trabajos. Además, el movimiento de tropas llamó la atención de los campesinos.
En Varennes, la familia real fue reconocida y detenida por los revolucionarios a tan sólo 50 kilómetros de Montmédy, como muestra el grabado. Choiseul y Damas, comandantes de la guarnición que debería proteger el trayecto, propusieron abrir el camino a sable para reiniciar inmediatamente el viaje, pero Luis XVI recusó. Nada de violencia, nada de sangre. Horas después el rey recibió la orden de detención, remitida por la Asamblea Nacional. Para cuando Bouillé con sus tropas llegaron a Varennes la familia real estaba ya camino de París, bajo vigilancia militar.
La vuelta de Varennes fue un verdadero calvario para los prisioneros: el cortejo ebrio, la multitud ultrajante, las amenazas, los insultos, el cansancio, llegaron hasta arañar el rostro del rey, un hombre fue asesinado por haber saludado a la reina.
El caso contribuyó a sacudir los sentimientos de fidelidad y afección que la mayoría del pueblo aún conservaba por el rey. El monarca fue suspendido de sus funciones por la Asamblea provisional y mantuvo a la pareja real bajo custodia hasta que acusados de traición fueron ejecutados en la guillotina.
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