El plan de la Revolución era liquidar a la Iglesia por dentro y después establecer el reino de Satanás en la sociedad temporal por medio del humanismo, del laicismo y cosas del estilo. Pero entonces la Iglesia expulsa a los protestantes, condena el movimiento laicista, el humanismo, quedaron como subproductos que continuaron existiendo porque la atención de la Iglesia estaba toda concentrada en la lucha contra el protestantismo. El resultado es que quedó una revolución quebrada, en la que había un movimiento no específicamente religioso, sino un movimiento cultural, un movimiento civil. Ese movimiento que se realizaba en la esfera del pensamiento no era específicamente eclesiástico, aunque penetrase también en la Iglesia, pero era un movimiento secundario. Ese continuó vivo y la parte principal cayó.
Entonces la Revolución, la cabeza de la serpiente, resolvió tomar ese resto de movimiento que, en sus formulaciones iniciales y más directas, daba al hombre una noción nueva sobre la sociedad civil, de la cultura, de la civilización, del Estado, de las relaciones de las clases sociales, etc. y decidió hacer progresar ese error en la sociedad civil para, modelando el espíritu de los hombres erradamente en esas materias, acabar preparándolos para modelarlos erradamente sobre la religión e intentar derrumbar de nuevo la religión.
Es un largo zigzag que el humanismo, iluminismo, cartesianismo, revolución francesa, romanticismo, comunismo, y todos los demás ismos que no tocan directa y explícitamente en el dogma, sino que afectan a la visión civil de las cosas, y que a través de esa visión civil fue preparando una mentalidad tal, que en determinado momento fue posible hacer el conciliábulo vaticano segundo y alterar toda la religión según aquel modelo civil que había sido concebido anteriormente.
Es decir, hubo por tanto una concepción de la sociedad civil, que era la matriz de la nueva transformación religiosa, hubo una inversión de valores. Lo cual quiere decir que la lucha debería haber sido trabada en el terreno civil y que continúa en el terreno civil. Esto es lo más curioso, aunque la Revolución haya penetrado en el terreno eclesiástico y esté adaptando la vida eclesiástica a la esfera civil, las matrices y los clichés en que los errores de la Revolución están puestos, son mucho más dinámicos en la cabeza de la mayor parte de las personas que en sus términos eclesiásticos.
Tomando las palabras democracia y aristocracia en el sentido que Pio XII las usó, cuando dice que en la perfecta democracia católica debería haber instituciones de espíritu altamente aristocrático, se puede afirmar que el alma católica que adquiere un espíritu intensamente aristocrático, más temprano o más tarde rompe con los errores del conciliábulo vaticano segundo. Pero un alma católica que no acepta los errores del conciliábulo, no necesariamente adquiere el espíritu intensamente aristocrático.
Cuando se habla de aristocracia civil, todo el mundo piensa en un principio metafísico que abarca a la Iglesia también, y ahí se percibe como lo esencial de la lucha, no en cuanto valor puramente especulativo o doctrinario, sino como estrategia, consiste en discutir los puntos relativos a la sociedad civil, que ahí es más fácil hacer emerger los valores metafísicos que dirigen igualmente las estructuras de la sociedad civil, de la sociedad eclesiástica, y que están a caballo igualmente del pensamiento del católico en materia de teología, como de filosofía, de sociología, etc.
Este artículo se publicó originalmente en https://plineando.blogspot.com/
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