Antes de Pedro el Grande, Rusia venía elaborando lenta y penosamente una espléndida civilización, marcada a fondo en varios aspectos por la influencia cristiana, reveladora de un alma nacional rica y magníficamente original. El núcleo de la cultura y de la civilización rusa debería ser la Iglesia, y el cisma, habiendo separado el imperio moscovita de la única viña verdadera de Jesucristo, perjudicó gravemente el recto y pleno desarrollo del país. Más tarde la acción de Pedro el Grande, benéfica por varios aspectos, desvió en un sentido cosmopolita la cultura rusa. No obstante, de los tiempos añorados de la Rusia católica muchas tradiciones quedaron con una vitalidad admirable. Lo cual mostraba que la Providencia no abandonó la nación eslava y que preciosas raíces de civilización cristiana allí perduraban a la espera de la hora de Dios para producir abundantes frutos. Estas ideas están representadas simbólicamente en la mitra de la foto, con forma de corona, para uso de dignatarios eclesiásticos en ceremonias oficiales. La primera impresión que da es de riqueza. Un análisis detenido muestra como esa riqueza fue ennoblecida y ordenada por un sentido de armonía y proporción, un gusto y una majestad evidentes. Espléndida manifestación de una alta idea sobre la sublime dignidad del sacerdocio y de la religión. Todos los elementos positivos de la vieja y legendaria Rusia aquí traslucen de modo admirable.
Pero el flagelo del régimen comunista ruso aniquiló la mentalidad auténtica del pueblo al estar sometido a su yugo durante 70 años. La tiranía fue tal que se podría decir que su mentalidad fue aniquilada, lo cual es catastrófico para un país.
Antes del comunismo había dos Rusias. Una, la de San Petersburgo, y otra, la de Moscú. San Petersburgo es una ciudad situada junto al rio Nevá, cerca del mar Báltico, que mantenía comunicaciones fáciles con Europa Occidental, por lo que esa región era muy occidentalizada. La Rusia de Moscú, más profunda, en la que todo sucedía de acuerdo con lo que se podría llamar Edad Media rusa. Esa época histórica correspondía a la Rusia de Iván el Terrible. Presentaba una arquitectura regional muy bonita pero bastante misteriosa: salas con penumbras y escondijos. La vida de corte en el Kremlin, residencia del zar, era de un fasto extraordinario, que reflejaba mucho lujo, correspondiente a la grandeza del imperio ruso. El pueblo era inteligente, no muy amigo del raciocinio, pero sí de la imaginación. Por eso eran menos frecuentes los grandes sabios que los literatos de porte. Estos sí, numerosos y de renombre internacional como Dostoievski. Tal mentalidad no se debe apenas al temperamento nativo del pueblo sino al hecho de que durante la Edad Media rompió con la Iglesia católica y constituyó la iglesia cismática. Los zares prácticamente se erigían como jefes de esa iglesia rusa. Todas las características del alma de ese pueblo se encuentran también en esa iglesia. Ceremonias religiosas y liturgia esplendorosas, solemnes y bellas, cuyo origen era anterior al cisma, de la época en que Rusia era católica. Los sacerdotes en general eran hombres robustos, con barbas largas y bigotes, ostentando miradas oscuras que recuerdan los ojos de los reyes asirios de la Antigüedad.
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