Acabo de leer «La Perplexitat«, un libro del filósofo catalán Jordi Graupera, que es una mina de ideas para quien sepa hallarlas.
La primera, que ya expresó Donoso Cortés: toda política es teología.
Yo añadiría que toda política eficaz es teología. Si no lo es, no pretende ser eficaz sino mero barniz.
Graupera rastrea con agudeza el origen religioso de la política en los EE.UU.
Es decir, busca allí donde debe buscar todo político honesto que de verdad quiera construir un país, una entidad política.
El puritanismo es la base sobre la que se construye el edificio político americano.
Los llamados «awakenings», despertares, de los que el «wokismo» es el último en llegar.
Una herejía cristiana tras otra, así de fácil.
Estos despertares adquirieron formas conservadoras, desde el pastor Edwards, y formas radicales, desde el pastor Whitefield.
Curiosamente, la radicalidad hoy llegaría de la mano de Trump, frente al conservadurismo del establishment socioprogre de los Demócratas, del New York Times y de muchas universidades.
Luther King sería un conservador y Malcolm X, un radical. Fueron asesinados porque eran realmente peligrosos. No lo eran por su diferente acción política, sino por su teología. Ofrecían una solución real, práctica, al sueño americano de la Tierra Prometida. Pero una solución NEGRA.
El protestantismo negro es distinto al blanco. Y no solo de matiz: confiere una identidad distinta. Inaceptable por el Sistema.
Una identidad trascendente, no folclórica como el idioma. La lengua nunca ha sido un arma para la independencia de nadie, no puede serlo.
Tanto es así, que Hispanoamérica se independizó en español; Brasil, en portugués; y las colonias norteamericanas, en inglés.
El comanche, el quéchua o el guaraní, no pintaban nada políticamente, pese a ser idiomas mayoritarios.
Este es el primer y gravísimo error del independentismo catalán: dar a su enemigo armas para que la lucha NO se centre en lo esencial.
La lengua, la cultura, la historia son anécdotas. Al final, si uno rasca un poco, el independentismo catalán y vasco están cómodos con esa lucha periférica del idioma y las sardanas que han regalado a su enemigo. Da lo mismo enseñar ideología de género en castellano que en vascuence. Cuestiona esa cosmovisión: ahí empezarán los verdaderos problemas.
Segunda idea: el dinero está en la sumisión. Pero solo a corto plazo. A medio plazo, uno puede dominar el planeta, desde la independencia, con multinacionales.
Estados Unidos nunca ha hecho del idioma una identidad. Y, por eso, ha sido la tierra de las oportunidades para italianos, judíos, polacos, chinos, alemanes o cubanos. Tampoco lo ha hecho de su cultura ni de su historia, porque no las tiene. El ejemplo del éxito de su reciente independencia va en contra de todos y cada uno de los postulados independentistas catalanes.
Como decimos en esta tierra, «háganselo mirar» si quieren ir en serio.
Madrid, que es a su vez una colonia yanqui, lo ha entendido muy bien: quiere ser, y es, la colonia de las colonias. Y fluye el dinero del imperio. ¿España? España les importa un bledo a las élites madrileñas de todo color. No temen irse a Holanda, esos piratas. Y mienten mucho.
Mienten sobre la soberanía, sobre la historia, sobre la cultura.
¿Qué más les da? Es el dinero. «No, no me hables de principios, niño, que me envuelvo en la rojigualda».
Hagan la prueba del algodón: pregunten a cualquier líder político español sobre la OTAN, Bruselas y la ONU (herramientas del imperio americano) y pídanles que se recupere la soberanía. Empezarán a toser y a mirarse los pies.
Los más tontos útiles, que son los de izquierdas, les llamarán fascistas, ese mote centenario de la Komintern de los comunistas verdaderos.
Felipe González, recuerden, el listo útil, nos metió en la OTAN y se forró. La prueba siempre son las casas, las mansiones.
Esas que nunca tuvieron ni Adenauer, ni Schumann, ni De Gasperi. Ni Anguita.
Madrid ha traicionado a España. Una España que no figuraba en los títulos de los reyes de la Monarquía Hispánica, que lo eran de: Castilla, Aragón y Navarra, Nápoles, Sicilia, Cerdeña y Milán, Países Bajos, Portugal, Mozambique, Orán y Túnez, Filipinas, virreinatos de Nueva España, Perú y Brasil y también de Inglaterra e Irlanda (cito de memoria). Añadan algunos y quiten otros.
Lo de España viene con los reyes «liberales». La traición liberal de Madrid que combate el tradicionalismo carlista.
¿Qué me ofrece Madrid? Nada trascendente. Sumisión y dinerito, acaso.
¿Qué me ofreció en el siglo XVI? Un imperio católico mundial.
¿Y les parece raro que, harto de pistoleros mesetarios y leridanos, busque una salida a lo Malcolm X: una nación islámica?
Malcolm X no ofrecía a los negros un Washington bis, sino algo muy distinto. Más grande, más heroico. Por eso lo mataron.
En cambio, el independentismo vasco o catalán me ofrecen un Madrid bis en Bilbao y Barcelona. Más de la misma basura.
Por eso, y solo por eso, no soy independentista. No quiero un Madrid bis, lacayo del antro masónico bruselense. Eso sí, en catalán.
¿A quién quieren engañar con la lengua? No soy tan tonto.
Sardanas bendecidas por la OTAN, desde la base de Zaragoza, ¡por favor!
«Hablen su lengua, bailen, levanten piedras y no molesten». A esto nos han rebajado los Pujol y los Arzallus. Colaboracionistas -de la CIA, imagino.
Atisbo una esperanza. Se llama Aliança Catalana y va a la esencia: salvar la civilización cristiana, al menos en Cataluña.
Los lacayos del globalismo, Esquerra Republicana, la CUP, Junts, el PdeCat, el PP e tutti altri ya están ladrando. Buena señal.
Coda: ¿Saben quién independizó militarmente a los EE.UU? ¿Quién les puso nombre? ¿Quién protegió sus primeras rutas comerciales? España. Aquí, los catalanes de 2017, como no querían nada en realidad, «internacionalizaron» el conflicto en los lugares menos adecuados.
Pero esta es, realmente, otra guerra.
Francisco Segarra
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