Según los anticonsumistas aquello que no es indispensable para vivir, nadie lo puede tener. Así, nadie tiene derecho a gastar en helicópteros, en viajes, ni en figuras de porcelana, todos deben gastar para provecho de todos. Quien sea trabajador, aquel a quien Dios dotó con mayor capacidad de trabajo, si da el fruto de su trabajo a los otros, procede bien. Pero si acumula para consumir en beneficio propio o de los suyos, es un gran egoísta. El resultado es que en una sociedad en la cual nadie tiene ventaja en trabajar más que los otros… nadie trabaja más que los otros. Es una sociedad organizada en beneficio de los perezosos, con perjuicio de los trabajadores auténticos en los diversos niveles sociales. En esa sociedad, prácticamente desaparece la abundancia. Voltaire, hombre pérfido, ateo despreciable, pero que tenía cierto talento, con el cual, dicho sea de paso, hizo un grandísimo mal a la tradición europea siendo un difusor encarnizado de los principios de la Revolución, Voltaire, sin embargo, lanzó una frase espirituosa y no desprovista de profundidad: “Lo superfluo, esa cosa tan indispensable…” Es lo contrario de lo que inculca el anticonsumismo. A fin de que haya estímulo para trabajar, es necesario dar a quien lo hace la debida compensación. Para aprovechar en beneficio de la sociedad a los más productivos, es decir, a los mejores, es necesario que ganen más. Si esto no ocurre, la sociedad se desalienta y cae en el no consumismo. Y de ahí resbala hacia un estado de pobreza crónica, perezosa, emoliente, que tiende en último análisis a la barbarie.
Hacer de la convivencia mundial una liga en que los pueblos más capaces trabajen inútilmente, sin ventaja propia, en beneficio de los incapaces, perezosos, vagos… es inaceptable. La glorificación de la vagancia es propia del socialismo y del comunismo, no de la civilización cristiana ni de la doctrina católica. Es, sin embargo, hacia donde conduce este anticonsumismo, ocioso, bebedor, enemigo de la civilización, del bienestar y del buen vivir de todos los hombres. El anticonsumismo es la glorificación del ocio y de la indigencia. En esas poblaciones se introdujo así la idea de que trabajar mucho para producir mucho no compensa la fatiga del esfuerzo. Por otro lado, estaba la preocupación de estar elucubrando negocios y el temor del perjuicio generalmente acarreado por negocios fracasados.
Entonces, según los propugnadores del anticonsumismo, América del Norte, Europa Occidental y Japón, naciones consumistas, oprimen a las naciones pobres, defraudándolas en todo tipo de negocios. Consecuentemente, las naciones expoliadas, no consumistas, deben hacer una contraofensiva para obligar al mundo consumista a bajar su nivel de vida nivelándolo con el mundo pobre. Con eso, todos caerán en una situación parecida a la que la dictadura comunista arrastró a Rusia y a las naciones satélites del antiguo imperio soviético.
En la foto cinco barrenderas rusas quitan la nieve de la plaza roja moscovita. Calzadas con botas masculinas, empuñando grandes escobas recorren las calles en el ejercicio de una profesión que aún para los hombres es pesada. Resulta desagradable ver a una mujer encargada de trabajos cuya rudeza es incompatible con su naturaleza delicada, como camionera, mecánica o barrendera. En último análisis, cinco esclavas del estado comunista, brutalmente tratadas, hijas infelices de un “orden” de cosas del cual la gracia, la delicadeza y la suavidad, son expulsadas como valores decrépitos, falsos, propios tan sólo de burgueses corruptos.
Este artículo se publicó originalmente en https://plineando.blogspot.com/
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