El 13 de julio de 1917 la Virgen en Fátima mostró a los tres pastorcitos el infierno donde van a parar eternamente las almas de los condenados, es decir, de los que mueren en pecado mortal. Lucía, después de la visión, contó que la proyección de un haz de luz pareció penetrar en la tierra y vieron un gran mar de fuego donde estaban sumergidos los demonios y las almas con forma humana como si fuesen brasas transparentes y negras fluctuando entre las llamas. Caían por todas partes igual que las pavesas en los incendios, sin peso ni equilibrio, entre grandes gritos de dolor y desesperación que hacían temblar de espanto. Los demonios se distinguían de las almas humanas por sus formas horribles y repugnantes de animales desconocidos, como carbones en brasa.
Por otra parte, la monja carmelita Santa María Magdalena de Pazzi, durante un éxtasis previo a su muerte en 1607, tuvo la gracia de visitar el Purgatorio donde vio a religiosos en un lugar horrible. Los calabozos de los mártires en comparación con eso eran jardines deliciosos. Pasó de allí a lugares menos tristes. Eran calabozos de las almas simples y de los niños que habían caído en muchas faltas por ignorancia. Sus tormentos le parecieron a la santa mucho más soportables que los anteriores. Allí solo había hielo y fuego. A las almas cuya conducta había estado manchada por la hipocresía eran atravesadas por afiladas espadas y cortadas en pedazos. Una gran multitud de almas impacientes y desobedientes eran golpeadas y aplastadas bajo una gran presión. A los mentirosos se les vertía plomo fundido en sus bocas y mientras se quemaban temblaban de frío. Las almas que pecaron por debilidad padecían un fuego más intenso que las que lo habían hecho por ignorancia. Las que habían estado demasiado apegadas a los bienes de este mundo y habían pecado de avaricia eran derretidos como el metal en un horno. Las que se habían manchado de impureza estaban en tan sucio y pestilente calabozo, que la visión le produjo náuseas y se volvió rápidamente para no ver tan horrible espectáculo. Los ambiciosos y orgullosos que deseaban brillar ante los hombres estaban condenados a vivir en una espantosa oscuridad. Las almas ingratas con Dios eran ahogadas en un lago de plomo fundido, por haber secado con su ingratitud la fuente de la piedad. En el último calabozo estaban aquellas que no se habían dado a un vicio en particular, sino que por falta de vigilancia habían cometido faltas triviales, tenían que compartir el castigo de todos los vicios, en un grado moderado.
Este artículo se publicó originalmente en https://plineando.blogspot.com/
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