En 1933 las urnas habían hablado y la mayoría de los españoles había elegido un Gobierno de centro derecha que pusiera coto a los desmanes de la coalición republicano socialista. La izquierda, una vez más y como ocurrió en 1931, no aceptaba los resultados electorales, así que el 4 de octubre de 1934 el Partido Socialista dio la orden de insurrección a sus militantes que se dirigieron hacia el Ministerio de Gobernación con la intención de tomarlo por asalto, pero la esperada colaboración de militares simpatizantes se quedó en una vana ilusión y el apoyo social en una quimera. En Asturias, los revolucionarios ocuparon Oviedo y buena parte del Principado, los administradores e ingenieros de las minas fueron asesinados, decenas de guardias civiles fusilados, de religiosos martirizados, de civiles liquidados, además de actos de destrucción generalizada. A pesar de los 1.500 muertos provocados por los revolucionarios la represión llevada a cabo por el Gobierno fue indulgente. El camino hacia la guerra civil del 36 estaba abonado.
En la primera mitad de 1936 las izquierdas desataron una persecución religiosa que cometió miles de atentados con cientos de asesinatos políticos y el incendio o profanación de más de cuatrocientas iglesias. La gota que colmó el vaso fue el asesinato con dos tiros en la nuca del líder conservador Calvo Sotelo a manos de unos pistoleros del Partido Socialista, lo cual fue la espoleta para el glorioso Alzamiento de los españoles de orden frente al comunismo, que fue una admirable epopeya por Dios y por España cuyo símbolo más elocuente fue la gesta del Alcázar de Toledo. Durante 70 días los militares alzados a favor del bando nacional se refugiaron en el Alcázar, entonces Academia de Infantería, Caballería e Intendencia, acompañados de sus familias, sumando 1.800 personas en total, y resistieron heroicamente el asedio de 8.000 milicianos comunistas del Frente Popular. El coronel Moscardó recibió una llamada telefónica en la que se le conminaba a rendir la fortaleza inmediatamente o su hijo sería asesinado, pero la respuesta fue tajante: el Alcázar no se rinde. Los rojos dispararon 11.500 proyectiles de artillería y mortero, efectuaron 30 ataques de aviación lanzando 500 bombas, arrojaron 35 latas incendiarias de gasolina que provocaron 10 incendios, 200 cócteles molotov, 1.500 granadas de mano, 2.000 cartuchos de dinamita y miles de milicianos realizaron ocho asaltos generales, pero se estrellaron con la resistencia heroica de los defensores sitiados hasta que el 27 de septiembre, con la llegada de la Legión al mando del general Varela, el Alcázar fue liberado. Cuando Varela visito las ruinas Moscardó informó a su superior diciéndole: ¡Sin novedad en el Alcázar, mi general! El episodio se convirtió en un símbolo de la lucha victoriosa contra el comunismo.
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