Por Francisco Segarra
En España, la demografía y la fe católica se han hundido al mismo tiempo.
Desde 1978, hemos asistido a un progreso material indudable que, tal vez ahora, empieza a declinar. La Transición, que no fue pacífica porque los terrorismos se cobraron algunos miles de víctimas, se fundamentó en una Constitución de marcado tono liberal y, muy probablemente, masónico. Con los años, en un proceso impecable de ingeniería social, se ha arrancado de cuajo el último, el único vestigio histórico que nos mantenía unidos: la religión católica.
El islam, que es una religión de conquista y fuerte, conserva en la unidad a un marroquí y a un persa o un indonesio. La diferencia entre ellos no es menor que la que existe entre un vasco y un extremeño. Es cierto que no hay una potencia mundial islámica -como lo fue el Imperio Otomano, liquidado por logias inglesas y el masón Ataturk-, pero es cierto también que su cohesión es envidiable. A pesar de los intentos occidentales por socavarla.
Cualquier sociólogo honrado sabe que solo las creencias fuertes unen en un destino, a veces político, común. La religión comunista unió al calmuco y al ucraniano, al ruso y al mongol. La religión católica unió al Occidente Cristiano y formó la Cristiandad. El judaísmo en su versión política sionista unió a los israelíes.
La Revolución francesa destrozó a Europa. Y hasta hoy. El liberalismo jamás ha pedido perdón por sus desmanes. Si nos encontramos en peligro de extinción demográfica y cultural no es por culpa del Islam, sino por culpa de las políticas liberales: se empieza por el divorcio, se sigue con el aborto y la eutanasia y se termina en el transhumanismo y la ideología LGTBIQ+. Gracias, liberales, por vuestra eficacia en el uso social «del mal menor». Y por haber puesto a los pies del EBITDA todos los problemas sociales y al mismísimo bien común. La Doctrina Social de la Iglesia, como el legado de Francisco de Vitoria, a la papelera, claro.
Un periodista afecto al régimen del 78, predecía hace poco, intentando tranquilizarse, que lo de Francia no podría suceder en España. Este buen hombre, católico por más señas, temía más al islam que a la satánica ideología de género, hoy legal en este país (sic) con todas sus perversiones.
Yo pregunto a los católicos: ¿qué lleva al alma a la condenación eterna: asumir el aborto y la sodomía -pecado que clama al Cielo-, o luchar contra los musulmanes? Naturalmente, apoyar tácita o explícitamente el crimen del aborto y tantos otros, hoy legales, repito. La lucha contra el musulmán ha dado reyes, reinas, soldados y monjes santos. Y muchos mártires, naturalmente. Almas para la Gloria Eterna.
Así, puestos a elegir, prefiero el modesto y pudoroso atuendo de las musulmanas a la degeneración infernal del «Orgullo» sodomita y lésbico. Y puestos a elegir, prefiero una revuelta musulmana, violenta -que despierte nuestras conciencias cristianas-, a una adoración idólatra de «los derechos de bragueta», como dice el señor De Prada.
Porque, señores políticos católicos, ¿cuál es su orden de prioridades, qué es lo que les importa, además de la poltrona? «Amarás a Dios sobre todas las cosas» se traduce en el tradicional «Dios, Patria y Rey», lo cual, traducido a su vez al lenguaje liberal, significa: primero, Dios; después la nación y por último la política. Todos ustedes ponen por encima la idolatría nacionalista, de Madrid, Bilbao o Barcelona; la idolatría política y económica; y, por mero cálculo y comercio democrático, a Dios como golosina final.
Debo decir que España, Europa, Cataluña, etc, ya lo han perdido todo, empezando por el honor y la dignidad. Son naciones vencidas porque han tirado por la borda lo único que podía mantenerlas unidas y fuertes: el Cristianismo. El islam ganará esta guerra porque cuenta, además, con la izquierda que cobra de Soros y de otros plutócratas, y que tiene una fe infantil en el multiculturalismo y «la diversidad». Como escribía el señor Carlos Esteban, no son tales conceptos para el musulmán sino un signo palpable de la debilidad de su enemigo infiel. Y juegan con ello, apuntándose a todo movimiento que disfrace al Islam como religión de paz y tolerancia. Hasta que esas mismas feministas acaben, más pronto que tarde, vistiendo el pudoroso burka y no digan esta boca es mía.
La democracia liberal es un poder débil, el hijo raquítico de la Revolución, y ha contaminado a Europa de raquitismo. No, no me hablen de los Estados Unidos: un estado que utiliza la bomba atómica, y no pide perdón por ello, no es en absoluto un estado democrático, sino un ente imperial en manos de unas pocas familias patricias, lo dijo hace años el patricio homosexual y novelista Gore Vidal. De ese Estado Imperial nos ha venido la pornografía, la liquidación de la Fe, la inmoralidad y la corrupción multinacional al más alto nivel. No. No han sido los musulmanes, sino las sectas protestantes y el «Selecciones del Reader’s Digest», cuya edición en español era conditio sine qua non para recibir la ayuda americana en 1953. Lo dice Pemán, no yo.
Veo, pues, que todo el mundo se quedará la mar de tranquilo votando al partido del mal menor de siempre, el que nos ha traído hasta aquí, el que se apunta con fervor a la ideología arcoíris, al homosexualismo y al crimen del aborto; y al nuevo partido posibilista de derechas para el que lo que importa es, básicamente, la economía envuelta en la rojigualda, un españolismo poco soberanista y otaniano, inocuo para el Imperio. Incluso aplaudido desde el Imperio, sector trumpista. Marruecos y Gibraltar tampoco se tocarán: ya lo harán los angloamericanos por nosotros. No problem.
La solución radical al problema de la inmigración ya la he dado, para quien quiera entenderlo. Acoger o expulsar son parches, caballeros. Se trata de la demografía superior de una religión secular que no encontrará rival digno de ella. Y menos en esta España.
Allá cada cual con su voto y su conciencia.
Un servidor, se abstendrá, por simple respeto a mi conciencia y a mis palabras.
¡Viva Cristo Rey!
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