Por Gabriel Lozano Cansino 

 No voy a hacer una valoración de los resultados de las últimas elecciones generales, celebradas en España. De eso ya se han encargado presuntos expertos, bufones tertulianos y tertulianos bufones además de opinadores sabelotodo con ínfulas de gurús, cuando lo que se dirime es una cuestión matemática ajena a matices, o mala literatura y verborrea politiquera. El empate técnico favorece por mor de la alianza entre progresistas, sean éstos filoterroristas, independentistas golpistas o miembros de la izquierda caviar, al fullero Sánchez y esbirros.  Y deja con el culo al aire a una derecha tan antinacional, vendida a intereses extranjeros, corrupta como el propio régimen al que sirve, y del que se sirve, y sobre todo ajena a los intereses, anhelos y deseos del pueblo que dice representar como su cómplice y socia en esas fechorías que dice llamarse la izquierda.

Como hombre libre, sin ataduras a los fantasmas de derecha o izquierda, lo que denuncio es un sistema electoral fabricado para hurtarle al pueblo la posibilidad de elegir a sus representantes, un diseño que no es democrático sino partidista en el que el votante sabe que su sufragio sólo sirve para refrendar unas listas cerradas emanadas de un todopoderoso jefe de partido. Y que los grandes poderes supranacionales otorgan a países de segunda con la intención de controlarles más cómodamente mientras sus caporales en el territorio juegan a un teatro de permanente campaña electoral.

Esa apariencia de democracia no podría perdurar en el tiempo sin lamebotas dispuestos a hacer y decir lo que sea mientras emulan a magos que manipulan a la plebe. Son los maestros, los profesores de universidad, los intelectuales, las gentes de la cultura y los peores de todos ellos los periodistas. Si un día en España se recobrase la dignidad y se respetara la justicia elementos como Iñaki Gabilondo, Susanna Griso, Jiménez Losantos o Ana Rosa Quintana se deberían pudrir en una mazmorra oscura e insana. Pérfidos, todos ellos, encargados de analfabetizar y encanallar a generaciones de españoles que no saben de dónde vienen ni a dónde quieren ir.

España hoy se asemeja a un estado fallido; ocupado por tropas extranjeras, las llamadas bases, que debe a sus socios «comunitarios» y fondos de capital apátrida una deuda impagable, ya se sabe que quien paga manda, con unas instituciones públicas y privadas corroídas por la más sucia abyección: Un ejército mercenario, una iglesia blanda y acomodaticia alejada de cualquier loor de santidad, unos sindicatos subvencionados y vendidos al estado, unos empresarios que son oportunistas empeñados en que los trabajadores tengan condiciones laborales más y más paupérrima mientras los salarios de miseria hace lustros que son la normalidad, una jefatura del estado que no está ni se le espera y un pueblo también culpable travestido de ciudadano a consumidor de grandes y profundas tragaderas.

Hoy somos menos libres que en cualquier otra época porque todo lo que nos rodea es política y propaganda, ambas trufadas de una pornografía sentimental que clava sus garras en el ansia del individualismo extremo, que han conseguido destruir casi todos los asideros comunitarios que el Hombre atesoraba para enfrentar al poder, empezando por la familia, siguiendo por la Fe y terminando con la patria. No la patria de pulseritas y banderas, yo vómito en esa patria, sino la de nuestros padres y ancestros, la que se retrata porque ve en cada español un Cervantes, y siempre se definió en las grandes empresas que otros catalogaron de imposibles.

España no es hoy, y ninguna votación hará cambiar esa situación.  A España quienes la dirigen han decidido suicidarla cultural, económica, política y poblacionalmente. Y sin embargo para que yo, usted improbable lector, nuestros hijos e hijas y la mayoría de nuestro pueblo sea libre necesitamos a España como madre y nunca como madrastra.

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