Carlos X. Blanco
Reseña de En el Mar de la Nada. Metafísica y nihilismo a prueba en la posmodernidad. Hipérbola Janus, 2023.
La civilización occidental o “Modernidad” le ha declarado la guerra a la realidad. Todos los proyectos protestantes emanados de una interpretación subjetiva y personal de las Escrituras, toda la rebeldía del yo (engordado e infatuado) contra la Comunidad, el Estamento, la Estirpe, la Patria, la Iglesia y, en suma, contra Dios, surgieron a raíz de la decadencia de la Escolástica y con tal declive metafísico se formó el pus que está en la raíz del panteísmo y del idealismo. Solamente una parte del catolicismo, aquella que se mantuvo fiel a la línea marcada por el Angélico, conservó sus firmes nexos con la más sana y viril filosofía helénica, y orientó, sobre todo en las Españas, toda la interpretación teológica greco-cristiana en una senda lo más alejada posible del hebraísmo y del paganismo.
Fue Santo Tomás el más vigoroso, rotundo y sistemático filósofo de la realidad. Aunque si decimos realidad, decimos poco. Para una mayor exactitud diremos que el Aquinate fue el filósofo del ente. El ente es la individualidad creada por Dios. Sobre él se apoyan los accidentes y los principios constitutivos (materia y forma, esencia y esse, acto y potencia). Tanto los accidentes como los principios constitutivos son reales, pero estas realidades no son entes individuales. El ente es la realidad que en primer lugar se capta y en el sentido más propio y primero existe. Todos los entes, salvo Dios, son entes compuestos.
Hasta los ángeles, que son espíritus puros, son entes compuestos. Cada individuo angélico es una especie en sí misma, una forma sin materia, y no obstante cada individuo angélico es un compuesto, compuesto no ya de materia y forma (pues un espíritu puro no posee materia ni la precisa) sino de esencia y existencia. Y esto ¿por qué? Pues porque el ángel, aun liberado de materialidad es criatura y toda criatura es un ser participado, como el hombre lo es. El esse, el ser o mejor, el acto de ser, le es dado por Dios al hombre -como a todo ente finito- como forma única e individual. La forma, que también es creada por el Hacedor, hace como de receptáculo que alberga el esse procedente de Dios, una fuente creadora que es acto purísimo. Solamente en Dios no hay composición: es puro Acto, es esse infinito simplicísimo cuya esencia consiste simplemente en ser, y cuyo ser ya es su propia esencia de la que no se distingue.
En la Modernidad, una metafísica que cuestione la realidad, es, en el fondo, una rebelión contra Dios. Toda criatura tiene ser, y Dios es (no tiene, sino que es en sí mismo) el Ser. No nos extrañe que el idealismo y el nihilismo que han anidado en Europa a partir del siglo XV sean, en el fondo, maniobras dirigidas a un mismo fin: negar a Dios. Hoy, en el siglo XXI, completado el ciclo nihilista que Occam inició, vemos la negación de todo (no hay realidad, sino “mundos virtuales”, no hay valores sino “experiencias construidas”, no hay hombres ni mujeres, sino “cuerpos con sexo asignado”). La ideología moderna es la destrucción misma de la metafísica, de la realidad, del hombre, facetas todas de la maquinación demoníaca de rebelarse contra Dios. Es la revolución nihilista.
El estudio constante de Santo Tomás, la frecuentación pertinaz y sistemática de sus escritos, su aplicación rigurosa a los problemas de hoy y de siempre. es el antídoto más eficaz contra los desvaríos modernos que, según decíamos al comienzo, son desvaríos que no se reconcilian con la realidad, y pretenden usurparla. Acaso no existe mayor pecado contra el hombre, contra Dios y contra la Creación, que negar la realidad y des-realizarla.
Tomás nos dice que Dios creó los entes. Solamente Dios es un ente increado, simple y no participado. El ente creado es ya un compuesto. El ente natural es una realidad individual sujeta a composición. Los constitutivos no poseen existencia propia, independiente. Son realidades siempre y cuando hagamos constar que son realidades de un ente y en un ente. Dios no creó la materia, por un lado, y las formas, por el otro. Dios creó cada ente como un compuesto y al hacerse, ese ente arrancado por Dios de la nada y de las causas, los constitutivos también se hicieron. En un ente finito natural -animal, mineral o planta- la materia y la forma, la esencia y la existencia, son elementos constitutivos que ya han sido creados para ese ente, y no poseen otra realidad que como elementos constitutivos de ese ente, sin existencia independiente.
Con esta doctrina metafísica en mente, podemos decir que un ser humano no puede maldecir la materia de la que está hecho, un cuerpo orgánico sexuado y con características biológicas que Dios le ha donado, sin maldecir a un tiempo a la propia Creación, y sin blasfemar contra el propio Dios. Dios me quiso hombre, me quiso blanco, me quiso como soy (humano y con cierto cúmulo de virtudes y defectos) y yo he de amar la realidad de cuanto soy. Esto no me impide ni me justifica para regodearse en conformismo alguno, antes, al contrario: el amor a Dios me lleva también al amor por mí mismo: conservando la salud, evitando mi ruina, así como pugnando por mi perfeccionamiento.
Grande necedad es pensar que el realismo significa resignación y parálisis. Realismo filosófico significa amor a la realidad, amor a lo creado por Dios y obligación de cuidarlo y acrecerlo en cuanto que lo dado ha caído en manos nuestras.
¿Qué les ocurre a aquellos que “no están a gusto” con su cuerpo, o con su ser en general, y lo rechazan y lo mutilan y disfrazan para tentar de ser quienes no son según voluntad de Dios? (por ejemplo, y en los casos más graves, véase el transgenerismo). Sencillamente: les falta amor. Quien no es realista, digámoslo abruptamente, no sabe amar. Amar lo creado, amar lo circundante, amarse a uno mismo como requisito para amar al prójimo.
La llamada Modernidad es una rebeldía insolente contra Dios, por falta de amor y por voluntad torcida. La voluntad, que está en general y por naturaleza tendida en dirección al Bien, se distiende y pervierte dirigiéndose a bienes menores, obstaculizadores y crasos. Cuando no es uno solo quien peca, como hizo Adán, sino una civilización, como sucedió con la europea, tenemos la palabra exacta para describir el mal: nihilismo.
El libro del padre Curzio Nitoglia, En el Mar de la Nada, es una viril defensa del realismo tomista como antídoto contra el nihilismo moderno. Denuncia que el nihilismo, el culto y la rendición a la Nada, es un piélago “en donde todo naufraga”. Bellamente editado, Hipérbola Janus ha tenido el acierto de dar a conocer en el mundo de habla española la obra de un sacerdote católico no comprado por el sistema, nada pusilánime ni complaciente con el nihilismo demoníaco que también ha arrasado a la propia Iglesia; si bien Iglesia la habrá, como dijo el Señor, “mientras dos se reúnan en mi nombre”.
Celebramos esta publicación valiente. Excelente prólogo, además, a cargo del profesor don Carlos Andrés Gómez Rodas. Mucho hay en Santo Tomás para curarse del mal, que no es sustancia: el Mal, literalmente, es “la nada”.
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