Hace varios años, cuando todos leíamos un poco más y estábamos menos en las “redes”, un padre intelectual que tuvimos en la juventud nos recomendaba leer, para comenzar a pensar, un librito hoy bastante desconocido por muchos, titulado “El ocio y la vida intelectual” de Josef Pieper, ese gran filósofo y humanista alemán que brilló en la segunda mitad del siglo XX.
Lejos de lo que pensábamos ese texto sería uno de nuestros primeros peldaños en el ascenso a la filosofía perenne de Platón, Aristóteles y el gran Santo Tomás. Un texto completamente “disruptivo”, distinto, polémico, que pateaba el tablero del conocer para el hacer, del estudiar para…
No. El ocio es, la negación del negocio, como decían los romanos (neg-otium). Es el estado natural del hombre, pero no el estado natural del naturalismo rousseauniano o liberal, sino el que poseyó Adán antes del pecado original, aquello que le permitía conversar con Dios en el paraíso, como lo hacen los santos aún aquí, en la tierra (Fil 3,20).
Es esa no-actividad servil la que nos permite elevar el alma a los únicos temas importantes de la vida a fin de aprender “cómo el hombre se eterniza”, al decir de Dante. Scholé lo llamaban los griegos, término que devino en schola y, luego, en “escuela”: ese lugar donde todo debía tender a facilitar la contemplación de la Verdad: lo contrario de la realidad actual.
Es que el ocio es justamente lo que todos buscamos al dedicarnos al neg-otium, pues “estamos no ociosos para tener ocio” (Etica a Nicomaco, 10. 7). Buscamos ese reposo del alma que los negocios no nos permiten.
¿Y cuáles son esos “temas fundamentales” de la vida? ¿acaso no son los de siempre: la muerte, la vida, el alma, Dios, la felicidad, el origen del mal, etc.? ¿acaso no constituyen el horizonte de nuestro pensamiento cuando, después de ocuparnos de nuestros “temas minúsculos” como Gracían ya debemos pensar en el óbolo que le daremos a Caronte?
– “¿Estar no ociosos?”. Sí, pero para poder gozar de la contemplación de Dios, como el Hijo lo hacía, aún en su paso por esta tierra, con Su humanidad (Jn 14,3).
Dejo pues esta reflexión, hecha entre negocios y batallas varias, por si sirve el dato del precioso libro de Pieper, que tanto bien sigue haciendo.
Que no te la cuenten
P. Javier Olivera Ravasi, SE
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