(Gaudium Press) Exponía un día el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira su teoría sobre el “apego”, que en su momento muchos entendíamos superficialmente como un mero no apegarse a los bienes pasajeros de este mundo, cuando en realidad era algo mucho más profundo y mucho más importante.
Decía el Dr. Plinio que el apego era fundamentalmente un rechazo a la visión global de Dios en el Orden del universo, que era algo propiciado por el demonio, y que llevaba al pecado, visualizando de esta manera el camino hacia el pecado como nunca en la historia de la Iglesia se había hecho.
Apego, en esta visualización, es perder un conjunto.
El que se “apega” a un plato que especialmente le gusta, por ejemplo unas buenas costillas de cerdo, pierde la oportunidad de degustar, con “desapego”, de otros regalos culinarios que Dios puso al alcance del hombre, como un buen filete de pez, un delicioso caviar, o incluso gustos más sencillos, pero que tienen su papel en el “conjunto universal culinario”, como una rica tarta, una buena pechuga de pollo, etc., etc. Quien por el contrario, degusta con templanza y desapego lo que la vida le va ofreciendo – a veces cosas magníficas, a veces sencillas –, sea desde un refinado risotto hasta un sencillo postre de leche, ese puede ir formando mejor en su espíritu la visión de conjunto de los sabores del universo, de los sabores de la Creación, y en ellos puede mejor conocer a Dios en sus reflejos.
El mar es una maravilla.
Pero hasta el mar, de riquezas tan variadas y que tanto reflejan al Creador, puede ser objeto de ese binomio apego-desapego, que es muy parecido al binomio vicio-virtud, o al binomio visión fragmentada del orden del universo vs. visión de conjunto del orden del universo.
Quien no conoce el mar y un feliz día viaja por ejemplo hasta el Caribe, normalmente recibe en su alma un impacto de belleza espectacular, contundente, tiene algo a la manera de un toque divino casi sustancial, por ejemplo cuando contemple un bello atardecer en Curaçao. Sin embargo, si el feliz visitante considera el mar con “apego”, si cree que solo puede ser feliz en el mar, si decide partir de sus montañas para irse a vivir en el mar porque ‘solo el mar merece la pena’, etc., tarde o temprano terminará añorando las montañas donde se crió. Porque el mar solo es un reflejo de Dios, magnífico, pero un reflejo, elemento de un gran conjunto llamado “paisajes de la Creación”, donde el mar puede ocupar un lugar pinacular, pero también están las montañas, las nieves, las extensas llanuras, los desiertos, etc.
Quien en lugar de dejarse apegar al mar, lo goza con templanza, y busca enmarcarlo desapegadamente en un conjunto llamado “paisajes de la Creación”, tendrá un deleite más profundo, más duradero, menos animal y más espiritual que lo acercará más al reflejo de Dios en el orden del universo y lo llevará más a Dios, que es la Fuente-primaria de nuestra felicidad.
Porque Dios es como el mar, pero también es como las montañas, y también como la nieve, como el desierto, como todo eso sumado, y más.
El vicio, considerado en esta perspectiva, no es solo un apegarse a una creatura, sino por ese apego perder el reflejo de un conjunto de Dios en el orden del universo, perder el mensaje de Dios que nos viene a través de los conjuntos del Universo. En sentido contrario, equilibrio tendiente a la virtud es el de aquel que considera los bienes de la creación no como únicos, exclusivos y excluyentes, que no se deja dominar por ninguno por más placentero que sea, sino que busca enmarcarlos en un conjunto, y a partir del conjunto procura una visión más completa, más global de la Divinidad, de la cual el conjunto es mejor reflejo que cualquier ser individualmente considerado.
El pecado original nos inclina a una visión y contacto apegado con los seres, mientras que la gracia nos lleva al desapego, a la templanza, y con ella a la conformación de visiones de conjunto, no a visiones o consideraciones o degustaciones fragmentadas.
El hombre apegado sufre en la perspectiva de perder el objeto de su apego. El desapegado no pierde la paz, porque no muere cuando abandona cualquier deleite por más elevado que sea.
Lo de que Dios se manifiesta más en los conjuntos es una verdad tan fundamental, que incluso se aplica al más bello y elevado ser meramente creado que existe en el Universo, María Santísima: es más bello el conjunto de la Creación con la Virgen como pináculo, que el solo ser gigantesco de la Virgen Madre. Es más, siendo el universo un reflejo también de la Virgen, entendemos mejor a la Virgen viéndola integrando el conjunto del orden del universo, pues ahí está Ella y sus reflejos que le sirven de lente de aumento de sus cualidades.
Pero el tema apego y desapego, para ir formando visiones de conjunto, se constituye también en todo un programa de vida.
Porque el programa de vida de todo hombre y más de todo cristiano no puede ser otro sino caminar hacia Dios. Pero ya dijimos que Dios se contempla y se conoce más en los conjuntos.
Dios está presente en un hombre eminente, está más presente en una inteligencia rutilante que en una mediana, pero está aún más presente en el conjunto conformado por las diferentes inteligencias de los hombres. Dios está presente en un artista insigne, está presente en un orador arrebatador, en un brillante literato, en un encantador poeta: pero está más presente en las cualidades del conjunto de los grandes artistas. Quien no se deja dominar por su gusto hacia un solo arte, quien entra en contacto con él con desapego y no con apego, de tal manera que – aunque respetando su gusto – busque trascender hacia el conjunto, este irá habitando en un reino superior, el Reino de los Universales, que no solo es más cercano a Dios sino que, por algo que no deja de ser misterioso, desde ese Reino entenderá y profundizará mejor en los seres individuales.
Estas consideraciones pueden servirnos de aliciente para no dejarnos dominar por los placeres, por la concupiscencia, por los gustos monomaníacos y fragmentarios, pues vemos que esto nos acerca al animal bruto, que vive pegado a la tierra de sus instintos, haciendo que perdamos los principales deleites a nuestro alcance, que es la contemplación de Dios en los conjuntos, en los Universales.
Porque el que tiene un gusto monomaniaco por Francia, por más que la civilización francesa haya sido maravillosa, pierde la capacidad de maravillarse con lo que Dios puso en España, o en Austria, o en Inglaterra. Pues si bien Dios regaló a los hombres un magnífico Bordeaux, también le dio un maravilloso vino del Rhin, o un buen Scotch.
El ir formando visiones de conjunto, donde van apareciendo los Universales, nos va también dando la degustación de la armonía del Universo, reflejo de la armonía de Dios.
Y así, el Universo se va convirtiendo en un catecismo aleccionador, porque la contemplación de su orden y armonía, va ordenando y armonizando el alma.
Pero para ir caminando en ese camino maravilloso, es necesaria la gracia, pues nuestra naturaleza se ha desordenado y tiende al apego. Y son necesarias las cruces, que se enfrentan decididamente con la ayuda de la gracia; pero con la gracia, se van descubriendo, ya en esta vida, conjuntos maravillosos, universos maravillosos, cada vez más cercanos a Dios.
Por Saúl Castiblanco
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