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Entrevistas

El doctor Stefano Abbate analiza la sociedad líquida, el desarraigo y la falta de referencias trascendentes

La cultura en la que vivimos está tan degradada que es muy difícil educar contra corriente cuando el aire que respiramos, que es la cultura, está tan viciado.

Stefano Abbate es profesor adjunto en Filosofía Social e imparte las asignaturas de Historia del Pensamiento Político y Doctrina Social de la Iglesia en la Universitat Abat Oliba CEU. Es también profesor en el Instituto Santo Tomás de Barcelona. Ha sido premiado por las Academias Pontificias de Teología y de Santo Tomás de Aquino en el 2018. Doctor en Humanidades y Ciencias Sociales con una tesis sobre la secularización de la esperanza cristiana y el mesianismo moderno. Su investigación se centra en la filosofía social, política y moral, con especial atención a la influencia de la gnosis en los diversos ámbitos de las ciencias sociales, filosofía de la historia y las transformaciones políticas y sociales a través del prisma del control social. Ha publicado más de 20 publicaciones entre revistas y libros.

Entre sus publicaciones más recientes destacan: “La salvación en la gnosis: exposición y refutación a partir de Ireneo de Lyon” (Espíritu); “Sexual Freedom and Violence in the Neoliberal Capitalist System” (Studia Gilsoniana); “Pandemic and desacralization: the new political order founded on the bare life (Scientia et Fides, 2023); “El desarrollo de la plenitud intrahistórica en San Agustín” (Pensamiento); “Transhumanismo y gnosis: un paralelismo” (Scientia et Fides, 2022), “El orden del amor en la Divina Comedia” (Conocimiento y acción, 2022; “Capital y Estado: fronteras de la precariedad en la posmodernidad” (Tirant lo Blanch, 2021), “Iglesia consumada, san Francisco y orden franciscana: la esperanza intrahistórica según san Buenaventura” (Archivum Franciscanum Historicum, 2021); “Nacionalismo y mesianismo” (Revista de Estudios Políticos, 2020).

¿Qué se entiende por sociedad líquida y cómo afecta a nuestras vidas?

Principalmente nos referimos a una sociedad en la que prima la desvinculación de las relaciones personales, de las relaciones de amistad, una sociedad sin compromisos en donde el placer es el principio que rige la vida moral, la vida activa y en donde la conveniencia, la ganancia y el cinismo son los ejes principales de la vida de las personas. Es algo líquido porque no hay nada que permanezca en el tiempo, todo es cambiante y puede transformarse en algo nuevo. Esto hace que los hombres vivan una vida sin ningún tipo de arraigo y de estabilidad. Por esto las personas tienen delante suyo toda una serie de posibilidades, en las que piensan que pueden ser o actuar como les parezca mejor o más conveniente.

¿Por qué el contexto cultural de la posmodernidad está tan degradado?

La posmodernidad es una hipermodernidad en el sentido de que es “pos” solamente en sentido cronológico, pero es un fruto maduro de la modernidad. Todos los grandes sueños de progreso, de democracia, de grandes revoluciones y transformaciones quedaron sepultados debajo de las trincheras de las guerras mundiales y los campos de concentración. En ese sentido el racionalismo humano convirtió el mundo en un infierno. Esta profunda decepción es la semilla de nuestro tiempo, en donde lo humano se convierte en algo pasajero, sin ningún tipo de dignidad y por esto vivimos las consecuencias de un tiempo tan degradado, en donde no hay ningún tipo de lealtad ni de fidelidad. Todo es cambiante y esto genera un mundo simbólico posmoderno muy degradado en el sentido de que el hombre no tiene ningún tipo de lugar para poder descansar, en sentido anímico y espiritual más que material.

¿Por qué es, por tanto, tan difícil en este ámbito transmitir los valores eternos en la familia?

La tradición es aquello que hemos recibido y queremos transmitir como un bien a las futuras generaciones. Cuando la experiencia vital nos dice que el mundo no es un lugar habitable ni cordial, evidentemente no queremos trasmitir lo que hemos recibido. Transmitimos en cambio la frustración, la decepción, el cinismo y la falta de amor. La cultura en la que vivimos está tan degradada que es muy difícil educar contra corriente cuando el aire que respiramos, que es la cultura, está tan viciado.

Aunque haya familias muy bien dispuestas, hay que entender que el contexto y el ambiente va radicalmente en contra de una transmisión educativa de valores, de virtudes y de bienes recibidos.

Ante la gran hostilidad del ambiente exterior, ¿hasta que punto es más importante que nunca crear hogares católicos, con principios solidos, para poder irradiarlos luego a toda la sociedad?

Si la familia es el lugar en el que vivimos la experiencia primera de la fe y esta fe, que es un bien recibido, es transmitida bien, entonces la familia debe ser el lugar del amor, de la caridad, en el que una persona se siente amada por su mismo ser y el culto divino se transmite a través de la oración, de los sacramentos y de la vida familiar cotidiana hasta en los momentos más sencillos (comidas, juegos, paseos, vacaciones…)

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En la vida cristiana hace falta huir del fariseismo, que decía Castellani, de la fachada, de una forma burguesa de vivir la fe. Hay que vivir el amor a los padres, abuelos y hermanos. A pesar de las dificultades debe primar una fidelidad que es imagen del amor de Dios.

¿Por que los tres ejes fundamentales; cultura, trabajo y ámbito sagrado se van desmoronando?

La cultura, el trabajo y la religión son los modos a través de los cuales todos los hombres han socializado con el ambiente exterior. Los hombres han entendido su vida desde esos tres ejes. Entendemos nuestra vida a través de la cultura que vivimos, el trabajo que realizamos y las respuestas que damos a las cuestiones fundamentales que nos plantea el orden sagrado de la vida. Cuando esto se desmorona, la persona vive una serie de incomprensiones con el mundo exterior que hace que su vida sea ininteligible. Esto causa una serie de patologías, enfermedades y vicios en el alma que son muy difíciles de arrancar. Esto es lo que la socióloga Simone Weil llamaba desarraigo. Es una enfermedad espiritual que nuestro tiempo sufre de modo muy agudo. Cuando la persona vive en un contexto cultural tan pobre, el mundo familiar se desmorona, el trabajo se convierte en algo estandarizado, monótono, asalariado en el sentido peor de la palabra y esclavizante. Cuando lo religioso niega lo sagrado porque ha sido mercantilizado y el negocio, la ausencia de ocio, es lo que se impone, evidentemente se da un desarraigo.

¿Por qué se ha perdido el sentido del bien común y la moral y prima tanto hoy el individualismo y el hedonismo?

Yo diría que hoy en día hay un cambio de paradigma en la vida de las personas, que coincide con una apostasía generalizada de la fe católica en los lugares en donde en un tiempo el pueblo era fiel. La ausencia de Dios no produce una vida natural. Pensemos qué significa la frase de Santo Tomás que afirma que la gracia perfecciona la naturaleza sin destruirla. Cuando quitamos la gracia de la naturaleza no encontramos una naturaleza pura, kantiana, una naturaleza que es capaz del deber moral. Encontramos muchas veces un salvajismo, un primitivismo, una amoralidad, una anomia. Por eso esos fenómenos como el individualismo o el hedonismo como ejes de vida son muy frecuentes. El individualismo es fruto de ideologías liberales que han atomizado a la persona frente al estado y han relegado la vida religiosa al lugar privado. El hedonismo en cambio es una respuesta a un tiempo de desmoronamiento social y cultural y por eso cuando se dan pérdidas de significado, la forma más fácil de poder anestesiar la vida es el placer. Es una vida infrahumana, una vida que Aristóteles dice que es de animales de pasto. Y es la opción que mucha gente elige ante la incapacidad de llevar una vida humana y plena.

Incluso en la música moderna, los tatuajes, las tendencias, la depauperación del lenguaje…se percibe como una vuelta a lo tribal, a lo primitivo y a lo animal. ¿En qué medida este embrutecimiento de la población conviene a los que dirigen los destinos del mundo?

Todo este empobrecimiento de la cultura y de la sensibilidad de las personas es en el fondo una pérdida de lo bello, en sentido artístico y en sentido vital. En el mundo pagano impera la violencia, prima la ley del más fuerte, la prepotencia y los valores son invertidos. Por eso el Evangelio es una inversión de la lógica del mundo, de este deseo de dominio y de poder. Lo que la Iglesia ha hecho en el mundo ha sido una obra de civilización enorme a través de la gracia, los sacramentos y el Evangelio. La Iglesia ha hecho emerger una vida distinta entre los hombres, una vida cordial y de concordia.

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Cuando esto se pierde, no tenemos un entorno inocente roussoniano de vida pacífica sino que sale a flote una vida pagana en donde prima la violencia y la ley del más fuerte. Esto lo vemos en el ámbito económico, laboral, social etc…Es una vida que los hombres no quieren vivir porque no están dispuestos a llevar una existencia pragmática, funcional y primitiva.

La televisión (ahora Netflix) nos propone patrones de comportamiento diametralmente opuestos a la moral cristiana…¿Cómo contribuyen a normalizar el pecado, por aberrante que sea?

Las pantallas en general y sus derivaciones producen una mimesis como antes se daba en el teatro griego. El espectador mimetizaba lo que vivía en la obra y lo asumía como propio. Además no son neutrales el tipo de representaciones escénicas que miramos. Cuando mimetizamos con series o programas que son inmorales y promueven patrones de comportamiento anticristianos, acabamos normalizando esos comportamientos y conductas morales. Todas la series crean de algún modo patrones de mimesis con los personajes y nos hacen asumir de algún modo comportamientos que antes no teníamos. Esto es lo que ha hecho la televisión en los años 60, 70, 80, 90…y hasta nuestros días en donde aparecen estas plataformas.

En lugar de ver la pantalla, somos vistos por la pantalla, que entra en nosotros y nos da a conocer un modo de vida que no teníamos.

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Igualmente se ha perdido el sentido de lo sagrado y lo eterno en la sociedad…¿Cuál es la causa de este inmanentismo, de este vivir el ahora, el placer, de cerrarse a la trascendencia?

La única vez que Jesús muestra su santa ira es cuando ve el templo ocupado por los mercaderes. Cuando el negocio entra en la vida religiosa, la sociedad se cierra a la trascendencia porque de algún modo ha encontrado sustitutos y otros medios de poder vivir esta sombra de eternidad en la tierra. Todo esto se debe al idealismo alemán y a todas las formas existencialistas que ofrecen al hombre un entorno futuro inmanente que le da una cierta esperanza. Podemos hablar de religiones políticas, de secularización de la esperanza cristiana, en las cuales el mundo moderno ofrece al hombre un sustitutivo de la salvación. En el siglo XX se hablaba de un hombre nuevo, de una esperanza de justicia, de igualdad y todo esto eran secularizaciones que se dan en contextos que ya no son cristianos. Usan categorías cristianas, pero ya secularizadas. Tenemos el marxismo, el nazismo, el liberalismo…No dejan de ser formas secularizadas de la recta esperanza cristiana, de que la redención llegue a su plenitud y haya un cielo nuevo y una tierra nueva, una esperanza escatológica. Los hombres cansados de esperar que Dios obre este último paso de la redención buscan hacerlo ellos por su cuenta y riesgo. Es un voluntarismo.

¿Por qué prevalece el negocio (la negación del ocio) sobre el ocio (cuya forma más elevada es la religión)?

Entiendo ocio en el sentido clásico, lo que los antiguos romanos habían entendido como algo vital del hombre. Después del trabajo se retiraban a sus jardines para realizar el ocio, que era la vida intelectual, la vida con los amigos, la vida de contemplación…Esta vida es lo que el mundo moderno, con su aceleración economicista y su pragmatismo, ha perdido. A partir del calvinismo y la revolución industrial se crea una retórica en la que se afirma que el tiempo es dinero y que el hombre solo tiene esta misión productiva.

Y entonces el ocio pasa a convertirse en algo negativo, en sinónimo de holgazanería y en un enemigo de la productividad. En realidad el ocio es la parte positiva de lo que viene a negar el negocio. Por eso lo humano es lo que permite este ocio y lo realiza en un sentido comunitario primeramente y también personal, con la vida intelectual. Esta vida se hace con los amigos y transciende a lo sobrenatural, a la vida del culto divino, a la vida eclesial, a los amigos en Cristo que dice San Agustín. Por esto el ocio es tan importante y la pérdida de ocio causa un fenómeno muy común hoy en día que es el burnout o agotamiento por el trabajo. Hay personas que son incapaces de parar esta vida productiva y finalmente quedan agotados.

El ocio es esta vida de los hombres para la contemplación, que se realiza especialmente y perfectamente en el culto divino, en la Santa Misa, que es la realización más alta de este ocio humano, en donde los hombres alaban a Dios y descansan en Él.

¿Por qué el hombre al carecer de lo sagrado busca un sustitutivo ya sea el trabajo, el culto al cuerpo, falsas espiritualidades etc…?

San Agustín afirma que el hombre no puede vivir sin Dios. Su alma desea conocer a Dios y cuando este deseo es frustrado, porque no lo conoce o no se le anuncia o simplemente vive en un contexto apóstata y secularizante, busca otras formas de llenar este vacío de Dios y se fija en ídolos y falsas espiritualidades…En definitiva busca algo para adorar. Si no se adora a Dios se adora a uno mismo con este culto al cuerpo tan difuso, el culto a otras personas…Cuando el hombre no adora a Dios se convierte en idólatra. Este sustitutivo que el hombre busca no deja de ser una huella de Dios en su alma. Solo Dios da la felicidad, las otras cosas no pueden llenar.

A modo de conclusión, ¿qué soluciones propone para combatir esta cosmovisión de la vida tan abiertamente anticristiana?

Voy a dar algunas propuestas, aunque no necesariamente en orden de importancia. Es esencial restaurar una vida comunitaria familiar entre los amigos que sea digna de este nombre. Por esto es muy importante conservar relaciones humanas en donde prime la lealtad, la gratuidad, la lógica del don, donde se pueda hacer experiencia de la vida humana entre los amigos. Esto me parece fundamental.

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Y sobre todo es clave la vida de fe. Volver a una vida en donde prime lo sagrado, el culto divino, donde se experimente y se haga carne la vida cristiana. Debemos experimentar lo sagrado frente a la ocupación de lo mercantil.

Es muy necesaria la vida intelectual, la oración, la vida del alma, formarse para poder entender qué estamos viviendo y no dejarse seducir por falsas doctrinas. Todo esto en un contexto en donde se restablezca un orden de vida en donde haya gratuidad, haya don…haya caridad finalmente, haya virtud y se experimente lo bello de la vida humana.

Por Javier Navascués

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Periodista y guionista. Productor del canal Agnus Dei. Colaborador en diversos medios de comunicación católicos (El Correo de España, Infocatólica, NSE, EWTN, Radio María, Canal San José, Ahora de la Información …)

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