Es posible que en alguna ocasión, abrumados por la realidad circundante, hayan sentido la tentación de abandonarlo todo, escapar lejos y aislarse del mundo. Como es natural, este sentimiento de huida, de fuga, ha venido apareciendo en determinadas personas desde la que tenemos evidencias históricas. Sin embargo, no se había escrito ningún estudio sistemático sobre este aspecto de la Antropología que podría denominarse como Escapología —neologismo acuñado por el autor—, un «campo de conocimiento que se centra en el estudio de la huida». Esto es precisamente lo que ha realizado con éxito Antonio Pau, uno de nuestros intelectuales más importantes y secretos, con Manual de Escapología, estupendo ensayo publicado por Trotta cuya lectura recomiendo con entusiasmo desde este mismo instante.
Esta Teoría y práctica de la huida del mundo, como el subtítulo describe con rigor, comienza con una breve introducción donde Pau establece algunas premisas importantes. En primer lugar, atendiendo a la última definición del verbo huir («Apartarse de algo malo o perjudicial») se constata que se huye de algo que el sujeto considera desfavorable («La premisa objetiva de la huida es el entorno hostil. […] A ese entorno lo hemos llamado mundo»). Este anhelo de huir de algunas personas va más allá de ser un fenómeno psíquico, un simple estado emocional, para constituir un fenómeno antropológico, un patrón de conducta. La huida puede ser un recogimiento momentáneo o puede ser definitiva (aunque siempre es posible regresar de ella). El suicidio, para el autor, no es huida sino rendición. Tampoco considera huida si de lo que se huye es de la libertad y del placer (esta afirmación es problemática puesto que para lo que algunos es libertad y placer para otros es alienación y esclavitud). Tampoco, contra lo que se suele afirmar, la fuga es un acto de cobardía; al contrario, huir supone una acción valerosa (no se trata de huir de los deberes y responsabilidades, sino de huir de una circunstancia vital adversa. Puesto que la felicidad es un deber, «hay que huir valientemente de la infidelidad a la felicidad»). La huida no es la única reacción frente al entorno. Cabe también la rebelión, que es una reacción frente al mundo en vez de escapar de él. Con independencia de los motivos individuales de escape, «hay tiempos reacios y tiempos proclives a la huida». El nuestro es tiempo de huida.
La búsqueda de la ataraxia (tranquilidad y ausencia de deseos y temores) ya era objetivo de varias escuelas filosófica griegas (estoicos, epicúreos, cínicos). Pero las primeras huidas del mundo, las más radicales y profundas han sido las de los anacoretas (Fuga saeculi). Nos vienen a la memoria los eremitas del desierto de Egipto, Siria o Anatolia, como san Antonio Abad o el inefable Simeón el Estilita. Sin embargo, antes de los primeros monjes cristianos ya existieron hombres que se apartaron de la sociedad humana para entregarse a la ascesis y la soledad. Gimnosofistas (filósofos ascetas indios), cátocos (monjes del dios Serapis, en Egipto) y esenios (secta judía) fueron los precursores de estos padres del yermo. Menos drástica es la huida de la ciudad al campo ya cantada por Horacio (Beatus ille) buscando una vida sencilla; o la parecida huida a la aldea, como pedía fray Antonio de Guevara (la aldea se representa como la armonía entre soledad y sociedad).
La palabra huida, cuyo sentido parece a primera vista sencillo y claro, comprende en realidad tres conductas muy distintas.
La primera es la huida de un peligro actual o presente. Esta huida es un acto reflejo, es decir, una respuesta inconsciente a un estímulo externo. Es una conducta común a personas y animales. Quien se encuentra de pronto ante una amenaza visible huye, y el animal huye también.
La segunda es la huida de un peligro inminente o próximo. Esta segunda huida la comparten los seres humanos, limitadamente, con los animales sentientes (sentient beings), los capaces de sufrir y expresar angustia, porque estos animales tienen —aunque reducida— una cierta percepción del futuro, y pueden advertir la inminencia de un peligro.
En el caso de los hombres, esta huida puede ser individual o colectiva. Una persona puede percibir el riesgo de sufrir un daño y un territorio o un país entero puede temer las arbitrariedades de una tiranía, o la inminencia de un ciclón o de un bombardeo, o de la erupción de un volcán, o del desencadenamiento de la hambruna.
En esta huida, el fugitivo tiene muchos rostros: el del acosado, el perseguido, el refugiado, el exiliado, el evadido, el prófugo. En todas las épocas, pero especialmente en la nuestra, esta segunda huida se encarna en las masas que escapan de las persecuciones y las guerras hacia la sociedad del bienestar que caracteriza a Occidente. Van con la ilusión de integrarse en esa sociedad, pero en realidad se convierten en seres ilegales y por tanto clandestinos, en puros y simples simpapeles, como dice la Academia que debe llamárseles si se quiere hablar y escribir con propiedad (lo que es a la vez una desalmada metonimia). El filósofo italiano Giorgio Agamben ha rescatado una expresión del derecho romano arcaico y los ha llamado homo sacer. Paradójicamente, sacer significa sagrado. Cuando una cosa era declarada sacer quedaba destinada al sacrificio en el altar de los dioses. El juez romano declaraba sacer a una persona cuando era condenada por ciertos delitos, y entonces quedaba destinada también al sacrificio. Cualquiera podía matarla y no cometía homicidio.
[…]
Las anteriores son fugas en el espacio y fugas de sí mismo. Pero es posible establecer pequeños lugares de escape que reparen el desgaste de la vida mundana. Un simple jardín cerrado o un reducto íntimo (studiolo o cabinet du sage renacentistas) rodeado de libros y obras de arte a la manera de Maquiavelo y Montaigne pueden ser suficientes para ciertas personas. También hay fuga a lugares imaginarios como Utopía («Las utopías pretenden instaurar sociedades justas y libre por medio de la ley») y Arcadia («espacio natural, no corrompido por la civilización»). Igualmente comenta Antonio Pau las huidas a la soledad del bosque (Henry David Thoreau), el retorno a una vida ascética de inspiración jansenista de los Solitarios Port-Royal des Champs, el neorruralismo (una de las utopías libertarias de mayo del 68), el uso de las drogas («La huida de las adversidades de la vida diaria hacia los paraísos artificiales es la huida más rápida»), el hippismo y el neonomadismo («Convertir la vida en un viaje permanente, rompiendo todos los anclajes, es instalarse vitalmente en la libertad») y su precursores los goliardos del siglo XIII. Cito, por último, tres capítulos de la Escapología interesantes: el hikikomori, literalmente «estar recluidos», afecta a muchos jóvenes japoneses que perciben el mundo como algo violento, agresivo y exigente y consiste en encerrarse en un cuarto de la casa, a veces durante meses. Una forma novedosa de huida es el marginalismo digital, es decir, «dar un salto hacia fuera del mundo tecnológico, allí donde está la vida real». Por último, lo que llama Pau la «huida pascaliana» (por El difunto Matías Pascal, de Pirandello) y que es el modo más drástico de fuga de la sociedad, esto es, fingir la propia muerte.
Es evidente que las formas de huida son infinitas y que cada día surgen nuevas. Pero se puede observar que sólo existe un pequeñísimo número de modelos de escape que se van renovando, actualizando y adaptando a las particularidades de cada época. También, en cierto sentido, la lectura de este libro —y de cualquier libro— es una de las mejores formas de huida, ciertamente muy transitoria y superficial, pero cómoda y efectiva.
En conclusión, tienen aquí para elegir, si surge la necesidad y lo desean, entre algunas de las formas de fuga descritas por Antonio Pau. Yo, por mi parte, seguramente me inclinaría por el «marginalismo digital», cosa que viniendo de un modestísimo bloguero no deja de ser paradójico.
Editorial Trotta (5ª edición, 2021)
Colección: La Dicha de Enmudecer
275 págs.
Ver y Comprar este libro en Amazon: Manual de Escapología
En este libro se exponen treinta maneras de huir y, también, treinta maneras de ser felices. Sin renunciar a las ilusiones y sin huir de los deberes, enseña cómo romper con el entorno que nos amarga la vida. La Historia, que es maestra de la vida, es también maestra de huidas.
Con este libro se abre el camino a una nueva disciplina, la Escapología. Porque la huida, que ha sido una constante en la evolución de la humanidad y que está presente, como proyecto o como realidad, en la vida de cada hombre y cada mujer, merece que se le dediquen estudios de rigor científico, tanto teóricos como prácticos. (Sinopsis de la editorial)
Antonio Pau (Torrijos, Toledo, 1953). Escritor y jurista, obtuvo el Premio de Ensayo y Humanidades Ortega y Gasset en el año 1998 y en 2011 ha recibido la Medalla Lichtenberg, de la Academia de Ciencias de Gotinga, por sus estudios y traducciones de literatura alemana. En esta misma Editorial ha publicado las biografías Vida de Rainer Maria Rilke. La belleza y el espanto (2012), Hölderlin. El rayo envuelto en canción (2008) y Novalis. La nostalgia de lo invisible (2010), así como los libros Rilke en Toledo (1997), Hilde Domin en la poesía española (2010), Rilke, apátrida (2011), Rilke y la música (2016) y Thibaut y las raíces clásicas del Romanticismo (2012), entre sus obras dedicadas a la literatura y la cultura alemanas. Sus últimos libros han sido Manual de Escapología. Teoría y práctica de la huida del mundo (5ª edición en 2021) y Herejes (3ª edición en 2021).
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