(Gaudium Press) La novela “1984”, del escritor inglés George Orwell, es un ejemplo de lo que el sistema puede hacerle a la mente de un ser humano. Vigilado constantemente por el “Gran Hermano” y recibiendo órdenes de cómo actuar, el personaje llega a un punto en el que comienza a dudar de la realidad, en un mundo en el que un gobierno totalitario persigue el individualismo y la libertad de expresión como un crimen de pensamiento.
Por supuesto, en la sociedad actual áun no llegamos a tal extremo, pero hay momentos en que las personas pierden la noción del bien y del mal, lo correcto y lo errado, lo bello y lo feo y, como resultado van perdiendo también su entusiasmo, su autenticidad, su sentido de la realidad y, si no tienen cuidado, corren el riesgo de perder la cordura, porque podrían convencerse de que todo es relativo.
Dictadura ideológica
Ser cristiano católico hoy en día no es visto con buenos ojos por muchos sectores de la sociedad. Discrepar de ideologías que se imponen como correctas, necesarias y verdaderas o, incluso sin discrepar, simplemente cuestionarlas, ya se ve como algo desafinado, y pronto llega la patrulla de la dictadura ideológica con ese aluvión de insultos: fanatismo, extrema derecha, fundamentalismo, ignorancia, absolutismo, etc.
Vivimos en una sociedad en la que se defiende el derecho a todo, incluidos –y casi principalmente– los derechos de los animales, en detrimento de los seres humanos, ya que en muchos hogares y lugares se trata a los animales mucho mejor que a las personas. Sin embargo, no se defiende el derecho intrínseco a estar en desacuerdo con cualquier cosa.
¿Tengo que elegir entre uno y otro?
Para dar un ejemplo más claro y sin demasiadas complicaciones, comparemos el tema con una discusión entre dos grupos de aficionados al fútbol. Uno defiende con uñas y dientes que su equipo es el mejor, el otro no se ammilana y utiliza todos los argumentos para demostrar que el suyo es el mejor.
Parece que no hay opción. Tenemos el equipo azul y el equipo morado, y los fanáticos de ambos intentan que parezca que no hay otra opción que elegir uno de los dos. En otras palabras, si no te gusta el azul es porque estás del lado morado, y si no te gusta el morado es porque estás del lado azul. Y aquellos que no eligen ninguno de los dos bandos ni siquiera son escuchados y se convierten en una minoría absoluta, incómoda e irrespetada.
Sin embargo, más allá del morado y el azul, existe una posibilidad evidente: alguien a quien no le guste el fútbol y, por tanto, no quiere elegir ninguno de los dos. Pero diga eso y prepárese para ser destrozado, desacreditado y “cancelado”, como ahora se ha puesto de moda decir y hacer.
La diferencia entre una piedra y una flor
La frase con la que abrí este artículo, del escritor inglés G. K. Chesterton, ilustra bien este punto de vista que intento defender, ya que vivimos en una época en la que todo parece relativo y muchos sostienen que algo es de una forma o de outra dependiendo del punto de vista que se le mire, lo que es algo absurdo y ridículo al máximo. Después de todo, una piedra es una piedra y una flor es una flor y no hay ningún punto de vista que cambie eso. Y tal condición se aplica a muchas otras cosas.
Citando siempre a Chesterton, que era un hombre muy firme y, en consecuencia, muy controvertido, dijo que “el mundo está dividido entre conservadores y progresistas. El negocio de los progresistas es seguir cometiendo errores. La tarea de los conservadores es impedir que se corrijan los errores” [ya estabelecidos por los progresistas]. Pero podemos completar su razonamiento repitiendo que, entre algunos, hay quienes no les gusta el fútbol, por lo tanto, no eligen ni el morado ni el azul.
Viviendo en un campo minado
Una de las cosas más agotadoras de la vida es intentar demostrar nuestros puntos de vista a aquellos que, ya sabemos de antemano, estarán predispuestos a no estar de acuerdo con cualquier argumento, por muy lógico y fundamentado que sea.
En el ámbito religioso, que para mí es el campo que mayor interés debería suscitar en la gente, ya que somos espíritus eternos confinados en materia pasajera, hay ataques de diversa índole, de un credo a otro y desde fuera y desde adentro de un mismo credo. Lo que indica que, siendo cristiano o cristiana, siempre estaremos caminando en un campo minado, corriendo el riesgo de pisar una bomba en cualquier momento.
Ya han cuestionado que nos refiramos a Dios en masculino, argumentando que la oración del Padre Nuestro debería convertirse en Nuestra Madre o que se debería utilizar un pronombre neutro para referirnos a Dios. Han cuestionado que Jesús realmente fue crucificado, o si resucitó o incluso si existió.
Y cuando se machaca mucho una idea, las mentes más sensibles empiezan a preguntarse si se equivocan, si no están engañadas por una ilusión y, con esa pusilanimidad, acaban crucificando de nuevo a Nuestro Señor Jesucristo; dando vueltas como cucarachas mareadas, sin saber qué viento seguir.
Aunque no quieran, la hierba seguirá verde
Y, no nos equivoquemos, en los próximos años será cada vez más difícil ser cristiano, ser católico, defender la Iglesia de Cristo en la Tierra. Es probable que incluso muchos de los más resistentes, esforzándose tanto por demostrarle al mundo que la hierba es verde, acaben cansándose y rindiéndose ante el enemigo común.
La mejor solución tal vez sea mantener encendida la llama de la fe, una fe ardiente y sencilla; y, aunque intenten convencernos de que la hierba no es verde o que tal vez ni siquiera sea hierba, cuando miremos el campo, sonreiremos por dentro por la certeza de que lo que Dios hizo al hombre nunca podrá cambiar, y que al final llegará el día cuando veremos a la Jerusalén Celestial descender del Cielo y entonces todas las cosas volverán a su verdadero lugar.
Por eso, los católicos, siempre adelante, con el rosario en la mano y la cruz ante los ojos, pidiendo humildemente, cada día de nuestra vida, en medio de esta lucha incesante: “¡Jesús, manso y humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo. . !”
Por Alfonso Pessoa
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