Si exponemos a la acción del aire un frasco de perfume, éste se evaporará pasado un tiempo. Y, mucho después de que se haya evaporado completamente, la sala continuará impregnada por la suavidad de su aroma. Con el paso del tiempo el propio olor habrá desaparecido y del delicioso perfume sólo quedará un recuerdo.
Después de que la victoria de los cristianos abrió para la humanidad el frasco de esencias morales preciosísimas que es la Iglesia Católica, el buen olor de las virtudes evangélicas comenzó a esparcirse día a día por el mundo, venciendo el mal olor acre de la barbarie franca o germánica, y las exhalaciones insalubres de la civilización romana, ya entonces en franca descomposición. Y el bálsamo de la sabiduría evangélica, fundiendo razas, levantando naciones, fue la savia fecundísima que alimentó e hizo crecer una nueva y magnífica civilización.
La Pseudo Reforma protestante irrumpió después, inflada del orgullo de un monje apóstata, que lanzó a la humanidad en el camino de la perdición. Y la furia anticatólica de Lutero, que engendró el rencor ateo y anticristiano de Voltaire, se unió a éste para impedir que la Iglesia continuase exhalando sobre el mundo, con la profusión de otrora, el mismo perfume moral del Salvador, del cual Ella es la fuente inagotable.
Sin embargo, durante muchos años el buen olor evangélico continuó embalsamando parcialmente el mundo paganizado, como el florero que conserva algún tiempo el perfume de las flores retiradas.
Poco a poco, sin embargo, el perfume se fue diluyendo completamente, cediendo lugar a la fermentación creciente de las pasiones malsanas, suscitadas por las herejías que el mundo no supo y no quiso dominar.
El poeta andaluz Federico García escribía desde Nueva York en 1929: He asistido a oficios religiosos de diferentes religiones y he salido dando vivas al portentoso, bellísimo, sin igual catolicismo. No me cabe en la cabeza cómo hay gentes que puedan ser protestantes. Es lo más ridículo y lo más odioso del mundo. Está suprimido todo lo que es humano, consolador y bello. Aun el catolicismo de aquí es distinto. Está minado por el protestantismo y tiene esa misma frialdad. Hay un instinto innato de la belleza en el catolicismo y una alta idea de la presencia de Dios en el templo. Ahora comprendo el espectáculo fervoroso, único en el mundo, que es una misa. La lentitud, la grandeza, el adorno del altar, la cordialidad en la adoración del Santísimo Sacramento, el culto a la Virgen, son de una absoluta personalidad, de una enorme poesía y belleza. Ahora comprendo también, frente a las iglesias protestantes, el porqué de la gran lucha de España contra el protestantismo y de la españolísima actitud del gran rey Felipe II. La solemnidad en lo religioso es cordialidad, porque es una prueba viva para los sentidos de la proximidad de Dios. Es como decir: Él está con nosotros, démosle culto y adoración. Es una gran equivocación suprimir el ceremonial. Las formas exquisitas son la hidalguía con Dios.
El cuadro de José Gallegos titulado la Misa nos recuerda la sacralidad del ceremonial litúrgico.
Este artículo se publicó originalmente en https://plineando.blogspot.com/
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