Cuando unos de los cimientos filosófico-teológicos y morales edifican su casa sobre arena, las lluvias y vendavales la derriban o la dejan tan desolada que resulta irreconocible.

No es difícil suponerlo  cuando se siembran los vientos del ateísmo práctico, vengan del Oriente o del Occidente.

José Antonio Primo de Rivera ya lo dijo sobre lo  que estamos recientemente padeciendo en un aburrimiento cotidiano, por el espectáculo  teatral entre la lucha de partidos políticos y juegos aritméticos de “quinielas futbolísticas” de posicionamientos secesionistas.

En  julio de 1934, hace ahora 80 años,  aseveró: “El germen destructor de España, de esta unidad lograda tan difícilmente, crece a sus anchas… Y la indolencia separatista crece  a sus anchas. Y el Gobierno busca fórmulas jurídicas. Pero piense el Gobierno que si España se le va de las manos, no podrá escudarse tras una exculpable negligencia que cuando llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición”.

¿Qué diría ahora este profeta ante esta anarquía práctica, hija de la traición liberal y perjura, cobardía y pasotismo indiferente…?

¡Qué razón tienen estos amantes de Dios, la Patria y la Justicia!

José Antonio, puente unitivo entre la obra de su padre, Miguel Primo de Rivera (que en seis años de su sabia dictadura, con el visto bueno de Alfonso XIII, enderezó y liberó la España ensangrentada por la guerra con Marruecos y pagó la deuda externa del Estado, tras todas las obras de infraestructuras sanitarias, sociales y agrícolas), con la obra providencial del Caudillo Francisco Franco.

El tiempo da la razón a lo que sí se edifica sobre roca, y España se levantó de sus cenizas tras la prueba de fuego de una Santa Cruzada de Liberación Nacional (la undécima Cruzada, al decir de Pio XII) que además, declaró al Caudillo como “el hijo predilecto de entre los estadistas católicos”.

No era para menos, tras la salvación de España y de Europa del yugo del  comunismo marxista, que pretendía en forma de tenaza, de sur a norte, esclavizar al continente europeo, según los planes de Lenin.

Seguimos aun en la indolencia, a la sombra de las austeridades y espíritus abnegados de aquellos patriotas que la levantaron de sus ruinas (del 36 al 39), a base de sentido católico operante, de una unión cívico-militar, dando su sangre martirial por la eterna España, tierra de Maria Santísima y orgullo nacional y universal (como bien dice Gil de la Pisa), por sus glorias imperiales de casi tres siglos, llevando el  estandarte de Cristo a medio mundo, y siendo el brazo derecho del Vaticano en su defensa apologética contra las herejías y asaltos al Reino de Cristo.

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Asistimos asustados a esta situación de incoherencias administrativas, corrupciones de unos y de otros, obsesionados por la lucha por el poder, que no por la autoridad, teatralizando una sucesión sin amor al bien común y con un narcisismo protagonista diario, vacío de ideas y de autoridad urgente y vivificante en el que se habla de “libertad e igualdad”, términos ambiguos que eluden el  concepto de justicia, como lo que más compromete.

¡Qué buen repaso tendría que hacer esta casta politiquera al libro de José Luís Jerez Riesco, “Historia Gráfica de la Falange” (editorial Actas, San Sebastián de los Reyes, Madrid, 2018), dedicado “A los Caídos de la Falange”.

Obra, sin duda, ya para la Historia de lo heroico e innegable.

Gloria a los que con su fe católica salvaron a España, la engrandecieron una vez más y nos legaron lo que por razón, fe y gratitud, hemos de salvar hasta el fin de los tiempos.

¡Viva Cristo Rey!

Jesús Calvo Pérez, Párroco de Villamuñio, León, España.

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