José R. Ayllón (Cantabria, 1955). Ha sido profesor en la Universidad de Montevideo, en la Universidad de Navarra y en dos colegios. Ha cultivado la biografía en El hombre que fue Chesterton y Sophie Scholl contra Hitler. Es autor de dos novelas históricas: Querido Bruto y Etty en los barracones. Entre sus ensayos: Qué leer cuanto antes, 10 claves de la educación, 10 ateos cambian de autobús y Desfile de modelos (finalista en el Premio Anagrama). Su breve análisis de la modernidad lleva por título El mundo de las ideologías.
Le entrevistamos con motivo de la publicación de su nuevo libro.
¿Por qué decidió escribir un libro titulado ‘Breve historia de Occidente’?
Al ser Occidente una civilización extraordinaria, conocer su historia supone un enorme enriquecimiento personal. Si no la conoces, no puedes imaginar lo que te pierdes. De ahí que siempre sea pertinente reescribirla en el lenguaje de cada época. Por otra parte, al ser inabarcable lo que sabemos de Europa y América, si pretendo llegar a todos los públicos estoy obligado a ser breve.
¿Hasta qué punto el riquísimo legado del mundo griego y romano ha sido clave en la historia?
En gran medida seguimos siendo griegos y romanos: en nuestras categorías mentales, en nuestras lenguas, en los planes de estudio, en las instituciones políticas y jurídicas, en la gastronomía… Debemos a la Grecia clásica el descubrimiento de la razón humana como instrumento prodigioso y multiuso. Los helenos fueron los primeros en optimizar su empleo con media docena de magníficas aplicaciones: la razón ética y política, científica y filosófica, estética y literaria. Roma, por su parte, logró unir y civilizar toda la cuenca del Mediterráneo. Tal hazaña fue posible gracias unas instituciones políticas admirables, una lengua común, una educación homogénea, una paz asegurada por las legiones, un eficaz sistema de comunicaciones y un portentoso Derecho.
Pero, sin duda, fue el cristianismo, la Cristiandad, la que llevó a su culmen la civilización occidental…
Así es. Occidente debe al cristianismo su misma existencia. Cuando Grecia y Roma desaparecen, recae sobre los líderes cristianos –Clodoveo y Clotilde, Carlomagno, San Isidoro, San Bernardo, Berenguela, Fernando III y tantos otros- la tarea religiosa, cultural y política de configurar una nueva sociedad que se llamará a sí misma Cristiandad, no Edad Media. Estamos hablando de un milagro de supervivencia histórica, pues entre los siglos VII y X, los europeos pudieron ser engullidos por el islam, los vikingos, los magiares y los eslavos. Pero resistieron. Después, entre los siglos XI y XV, con relativa paz, la Cristiandad puso fin a la esclavitud antigua, abrió el Camino de Santiago, levantó el Románico y el Gótico, cantó en gregoriano e inventó la Universidad.
¿Cuál fue la aportación del cristianismo al mundo de la cultura, tanto desde los monasterios como desde las universidades?
El cristianismo conservó y transmitió los genes culturales de Grecia y Roma. La historia nos enseña que los imperios antiguos se hunden irremisiblemente con sus culturas. Sin embargo, cuando Grecia y Roma desaparecen, la simbiosis cultural grecolatina es milagrosamente preservada en los monasterios, literalmente copiada a mano, hasta convertirse en germen de Europa y de la civilización occidental. Esa ingente tarea de conservación se concretará en un plan de estudios elaborado por San Isidoro y Casiodoro, compuesto por siete disciplinas que formarán durante siglos a cientos de miles de eclesiásticos, y que estará en el origen de la universidad: gramática, retórica y dialéctica; aritmética, geometría, música y astronomía. Al mismo tiempo, si en 1080 el Papa no hubiera tenido la idea de reunir en Bolonia a las mejores cabezas de Europa, para enseñarles Derecho romano, quizá no hubiera nacido la universidad y no estaríamos aquí.
También refulge el arte, como reflejo del esplendor de la cristiandad…
Bastaría con pensar que las catedrales y los monasterios son también los productos artísticos más complejos, completos y valiosos que ha producido la historia del arte. Su portentosa arquitectura es mucho más que piedra sobre piedra, y además ha sido pensada para acoger todas las modalidades artísticas: la escultura, la pintura, la orfebrería, la rejería, los tapices, el mobiliario, la polifonía sacra… Dice usted que el arte cristiano refulge, y realmente es así en el fuego de las vidrieras y en la policromía de las imágenes. Por eso, quienes hablan de oscurantismo al referirse a esos siglos, solo pueden hacerlo desde la ignorancia o la mala fe.
Igualmente, la Iglesia siempre estuvo en primera línea de la investigación y de la ciencia.
La ciencia es una gloria indiscutible de Europa, una de sus mejores credenciales. En la antigüedad apareció de forma embrionaria en diversas culturas –China, Egipto, Islam…-, pero solo nació realmente en las universidades cristianas, cuando científicos como Copérnico, Kepler, Galileo y Newton demostraron experimentalmente que el Universo está sometido a leyes, y que esas leyes se pueden expresar matemáticamente. No por casualidad, la ciencia surgió y cuajó en la única civilización que tiene clara la existencia de un Legislador divino que impone orden y regularidad a la naturaleza. Tampoco es casualidad lo que tienen en común los padres de las tres grandes revoluciones científicas: la copernicana, la genética y el Big Bang. Cuando digo a mis alumnos que los tres científicos aludidos son sacerdotes católicos, me preguntan si es una broma. Sonrío y les digo que consulten Wikipedia.
También la civilización cristiana abolió la esclavitud y libró al mundo de la barbarie y del retraso…
Recuerdo que André Frossard, periodista en Le Figaro, se quejaba de que sus autores favoritos –Voltaire, Rousseau- junto a su entorno familiar y académico, solo le habían hablado de la Iglesia en términos difamatorios, olvidando sus innegables buenas obras y sus grandezas. En cuanto a sus libros, reconocían el antiguo poder de la Iglesia, pero lo hacían para mejor censurar su uso: una larga dominación con máscara filantrópica. La Iglesia pedía humildad para obtener resignación, y predicaba esperanza para no oír hablar de justicia. Esos libros citaban gustosamente a los inquisidores y a los Papas pendencieros, pero nunca hablaban de los mártires ni de los santos; se subrayaba el comportamiento despótico de Julio II, y nada se decía de los encendimientos poéticos de Francisco de Asís. Sin embargo, fue la Iglesia la única institución que logró superar el hundimiento de Roma, poniendo en juego las grandes aplicaciones de la inteligencia que ya he mencionado.
¿Cómo se concretó en América el grandísimo legado de Occidente?
Tras la epopeya descubridora y militar, la proeza colonizadora y evangelizadora de América. En medio siglo, un inmenso espacio fue sembrado de ciudades, iglesias, palacios, escuelas, obras de arte. La imprenta publicó en México gramáticas y diccionarios de lenguas indígenas. Se estudió minuciosamente la geografía, la fauna, la flora y la minería. Las Universidades de México y Lima se fundan un siglo antes de que aparezcan Harvard y Yale. Así, a través de España, en pocas décadas, la cultura cristianizada de Grecia y Roma permite a los pueblos americanos ascender del Neolítico al Renacimiento, mientras su sangre se funde con la sangre de los recién llegados. En su España inteligible, Julián Marías reconoce que todo ello es absolutamente inverosímil, casi imposible de entender.
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