Por tercer año consecutivo, el carlismo catalán ha subido a la Montaña Santa para desagraviar el terrible acto que supuso la retirada del Requeté yacente frente al Mausoleo que recoge los restos de más de 200 caídos en el Tercio de Nuestra Señora de Montserrat. La unidad laureada realizó la promesa de entregar su bandera a la Moreneta si se ganaba la guerra, y así se hizo. Hoy fuerzas oscuras quieren que no se les recuerde, pues su sola existencia pone en duda el relato victimista de los perdedores.
Manifiesto de Montserrat 2024
Por tercer año consecutivo, el carlismo catalán se concentra en la sagrada montaña de Montserrat para denunciar la injusticia cometida con la retirada del monumento al Requeté y en demanda de su recolocación frente a la cripta donde descansan nuestros caídos, lugar desde donde tantos años honró la memoria de aquellos catalanes que valientemente dieron su vida por Dios y por España.
Pero, ¿por qué fue retirado el monumento? Fundamentalmente por dos razones:
- La primera, por la voluntad de la izquierda de imponer una versión de la historia según la cual la II República era legítima y democrática. De este modo, pretenden hacernos creer que el bando republicano en la Guerra Civil era «el bueno»; en consecuencia, el otro bando era «el malo» y su memoria debe ser eliminada.
- La segunda, porque el monumento suponía la ruptura de eso que llaman el «relato» del nacionalismo catalán, es decir, esa visión idílica y falsa según la cual los catalanes no son españoles y se opusieron en bloque al Alzamiento de 1936.
Por si fuera poco, su presencia suponía una mazazo en la conciencia de los propios monjes de Montserrat, conocedores, a buen seguro, de que veintitrés de los suyos fueron asesinados por los republicanos, con lo que esto supone para una comunidad como la actual profundamente nacionalista y progresista.
Sin embargo, esta versión de la historia que nos quieren imponer no es más que propaganda, una falsedad. La II República se caracterizó, desde el primer momento, por su profundo anticatolicismo. Desde la misma Constitución republicana hasta la persecución física, pasando por la aprobación de leyes contrarias a la Fe o la desacralización de cementerios, el espíritu que animaba a la II República era esencialmente totalitario y contrario a la fe de la mayoría de los españoles. La idea última de las izquierdas españolas era la instauración de la dictadura del proletariado, no la implantación de una democracia liberal como pretenden hacernos creer. De hecho, esto no ha cambiado a día de hoy; la concepción del poder por parte de la izquierda sigue siendo esencialmente la misma: sólo es legítimo que gobiernen ellos. Por eso defendían la revolución y la violencia para hacerse con el poder; por eso iniciaron la revolución de 1934; por eso, hoy en día, siguen etiquetando como fascistas y ultraderechistas a todos aquellos que osan llevarles la contraria, y por eso promueven leyes como la de «memoria histórica». Pero, en su momento, se encontraron con que media España, como poco, era todavía católica y no se iba a dejar someter tan fácilmente. Pretender, además, que todos los que se levantaron contra el régimen republicano eran fascistas es una simplificación insultante.
El elemento clave en el estallido de la guerra en 1936 fue sin duda el religioso. El espíritu de Cruzada es el que empujó a miles de carlistas a combatir, entre ellos los valientes catalanes del Tercio de Nuestra Señora de Montserrat. «España siempre fue católica y únicamente católica desde el tiempo de Recaredo», escribió un carlista en el siglo XIX. Y dijo, además: «Cuando España estuvo al frente del catolicismo, entonces fue más grande y poderosa que nunca, y según fue enflaqueciendo su fe, así ha ido perdiendo su antiguo esplendor. La purísima moral de Jesús inspira a los españoles fuerza, vigor, entusiasmo, energía, unión, genio y belleza; el espíritu escéptico o liberal inspira inmoralidad, furor, ceguera, carencia de patriotismo, ignorancia y todos los males. La decadencia y la ruina de España está en razón directa de su ruina y decadencia en la Fe». Esta impronta católica de España es la que le procuró los enemigos de ayer y los enemigos de hoy, externos o internos. No se puede decir que no sea lógico; en realidad, es lo de siempre. Son las dos ciudades de san Agustín: «Dos amores fundaron, pues, dos ciudades, a saber: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena, y el amor de Dios hasta el desprecio de sí propio, la celestial. La primera se gloría en sí misma, y la segunda, en Dios, porque aquélla busca la gloria de los hombres, y ésta tiene por máxima gloria a Dios». No hace falta decir cuál es la ciudad que se ha impuesto no sólo en España, sino en todo Occidente. El hombre occidental ha dado la espalda a Dios y pretende, consciente o inconscientemente, ocupar su lugar. Cree que no le necesita. Sin embargo, como dijo un gran escritor colombiano, «el verdadero talento consiste en no independizarse de Dios». La soberbia generalizada de los occidentales les impide ver esto y, tarde o temprano, lo acabaremos pagando, y no se puede decir que no sea justo. Por eso, siguiendo al mismo escritor, debemos asumir que «nuestra última esperanza está en la injusticia de Dios».
Por otra parte, para los nacionalistas catalanes debe de ser muy difícil de digerir que un número tan importante de catalanes de ‘soca-rel’, en su inmensa mayoría catalanoparlantes, empuñara las armas en defensa de Dios y de España. Ahí estaba el monumento para recordarlo y no se podía consentir.
Y hoy, con el gobierno de España en manos de unos vendepatrias que se han entregado a los separatistas; con todos los resortes de poder en manos de los diseñadores de un proyecto de sociedad totalitaria donde impere el pensamiento único, es decir, el suyo; con la existencia misma de España amenazada, hoy, decimos, venimos aquí, a la montaña de Nuestra Señora de Montserrat, a elevar un grito en memoria de los Requetés caídos gloriosamente en defensa de la civilización, de Dios y de la Patria. Venimos aquí a decirles que, pese a todo, no murieron en vano. Venimos aquí a honrarles. Y venimos aquí a recordarnos a nosotros mismos su «ejemplo y sacrificio», como rezaba la placa que había en el monumento. Y seguiremos viniendo para recordarles a todos que un puñado de bravos carlistas catalanes derramaron su sangre en defensa de la España eterna, de la España católica.
Citaremos, para acabar, unos versos del ‘Himno marcial en honor de don Carlos VII’:
Hubo un tiempo, españoles altivos,
en que España las riendas tenía
de dos mundos, y noble vencía
en Otumba, en Lepanto, en Bailén.
Y los lauros cayeron marchitos
de tu frente, ¡nación sin ventura!
Ruja el son de tu antigua bravura
orgullosa levanta tu sien.
Visca Catalunya! Visca Espanya! ¡Viva Cristo Rey!
COMPARTE:
EMBÁRCATE EN LA LUCHA CONTRARREVOLUCIONARIA: Si quieres defender la cristiandad y la hispanidad, envíanos tus artículos comentando la actualidad de tu país hispano, o colaboraciones sobre la fe católica y la cultura, así como reseñas de libros, artículos de opinión… Ya superamos las 12.000.000 de páginas vistas anualmente en todo el mundo, únete a nuestro equipo de voluntarios y difunde la verdad compartiendo en redes sociales, o remitiendo tus colaboraciones a redaccion@tradicionviva.es . Puedes seguirnos en Telegram: t.me/tradicionviva / Facebook: @editorial.tradicionalista / Twitter: @Tradicion_Viva / Youtube: youtube.com/c/tradicionvivaTv / Suscríbete a nuestro boletín digital gratuito, pulsa aquí.
TE NECESITAMOS: Somos un espacio de análisis lejos de los dogmas de la corrección política; puedes colaborar haciendo una DONACIÓN (pulsando aquí)