Woke, wokismo, wokista, los anglicismos que poco a poco van conquistando el espacio de debate público, intelectual, político y social en todo el mundo occidental. Son ya muchos los ensayos que en estos últimos años han intentado explicar este fenómeno asombroso y totalitario, y también alertar del peligro que supone para nuestra civilización. El filósofo francés Jean-François Braunstein, que ya había tratado la irracionalidad de la ideología de género en La filosofía se ha vuelto loca (Ariel, 2019), acaba de publicar en Esfera de los Libros, su obra La religión woke, libro que constituye una magnífica disección de esta nueva ideología pseudorreligiosa.
Pero, ¿qué es lo woke? Etimológicamente es una palabra que deriva del verbo to wake y que en la jerga afroamericana, significa «despertar», «estar despierto», expresiones que se relacionan con los innumerables «despertares» religiosos protestantes que ha vivido el país, siempre a la espera de un nuevo milenarismo redentor. Porque, en efecto, el movimiento woke presenta comportamientos psicológicos, percepciones y cosmovisiones típicas las sectas religiosas más delirantes. (Muchos sostienen que el wokismo es una herejía cristiana, de carácter gnóstico, atormentada y sin Dios). Otras expresiones que están relacionadas con lo woke y que están incluidas en ella, son «corrección política» (Political correctness), «cultura de la cancelación» (Cancel culture) y «guerrero de la justicia social» o «justiciero social» (SJW, Social Justice Warrior). La primera de ellas se corresponde con las primeras expresiones de autocensura e imposición de lenguaje de los inicios del movimiento; la segunda indicaría el modus operandi que se aplica a los discrepantes, que no es otro que la censura total y la anulación profesional y personal; el tercero, SJW, describe a las personas (generalmente jóvenes y estudiantes) altamente fanatizados que operan especialmente en los campus universitarios y que han causado estragos, puede que irreversibles, en las universidades y en todo el sistema educativo.
La primera respuesta al wokismo de las personas sensatas fue ignorarlo y pensar que esas ideas morirían pronto debido a su propia inconsistencia. Ha sido un gran error. Porque como advirtió Jaime Balmes a mediados del siglo XIX, «Cuando se nos anuncian grandes mudanzas en la organización de los pueblos, no debemos resistirnos a creerlas por la sola razón de que nos parezcan muy extrañas»; es decir, la profunda irracionalidad, cuando no necedad, de este conjunto amorfo de teorías autorreferenciales no garantiza su fracaso, antes bien, en una sociedad nihilista e infantilizada fruto del bienestar y de los medios de masas, donde se privilegia el emotivismo y se ha abandonado el uso de la razón, su éxito —financiado generosamente por las élites culturales y empresariales, naturalmente— está casi asegurado.
«Los hombres están embarazados», «las mujeres tienen pene», «las mujeres trans son mujeres», «todos los blancos son racistas», «todos los negros son víctimas», «si afirmas que no eres racista, es que lo eres», «la biología es virilista», «las matemáticas son racistas», «Churchill es racista», «Schoelcher es esclavista», etc. Sorprende lo absurdo de tales declaraciones y, sin embargo, constituyen la base del pensamiento woke, ese pensamiento «despierto» que tiende a imponerse en las sociedades occidentales. Surge a partir de teorías como la «teoría de género», la «teoría crítica de la raza» o la «teoría interseccional», que se han convertido en poco menos que evangelios dentro de nuestras universidades.
Los woke defienden que el género es una «elección» y que lo único que importa es la conciencia que tenemos de ser hombre o mujer, o cualquier otra cosa. La raza se ha convertido en un condicionante esencial de nuestra existencia en sociedad: los blancos serían, por definición, racistas. Sin embargo, los «racializados» no podrían serlo en ningún caso. En cuanto a la interseccionalidad, esta es una «herramienta» que sirve para potenciar todas las identidades de las víctimas y luchar contra el responsable de cualquier tipo de discriminación. Todo está organizado: el hombre blanco occidental y heterosexual, por definición sexista, racista y colonialista, es el «chivo expiatorio perfecto». Aquellos que no aceptan estas teorías woke son denunciados en redes sociales y, si es posible, apartados de sus puestos de trabajo, ya sea en la universidad o fuera de ella. Los medios, además de buena parte de los políticos, abrazan estas teorías con entusiasmo y aquello que comenzó siendo una simple curiosidad estadounidense se ha convertido, rápidamente, en el discurso oficial de nuestras élites.
Podríamos caer en la tentación de consolarnos pensando que esto solo afecta a las facultades de letras y de humanidades, que ya están curadas de espanto. Sin embargo, la ofensiva woke tiene lugar actualmente en las facultades de ciencias y de medicina: son las propias ciencias puras quienes sufren la acusación de ser «racistas» y «virilistas». Además, la oleada woke se extiende mucho más allá de nuestras universidades ya que, gracias a los estudios de género y a la teoría crítica de la raza, está cada vez más presente en la educación primaria y secundaria, tanto en Estados Unidos como en Francia. […]
El autor comienza señalando en la primera parte (La religión que nace en las universidades) que estas ideologías disparatadas («esta locura de multitudes», según Douglas Murray) no surgen en apartados ranchos ni en comunidades cerradas y marginales, sino que aparecen en algunas de las mejores universidades estadounidenses, primero en los departamentos de ciencias sociales y luego se van extendiendo al resto de los saberes. El origen habría que buscarlo en la penetración de la filosofía de la Escuela de Fráncfort y de la posterior French Theory, es decir, eldesembarco de los pensadores postestructuralistas franceses (Foucault, Derrida, Barthes, etc.) en Estados Unidos en la década de los setenta y las mutaciones de sus ideas: deconstrucción, diseminación, feminismo radical, microagresiones… que encontraron tierra fértil en una sociedad plagada de sectas protestantes salvadoras. Esta nueva «religión» cuenta con sus textos sagrados y ritos woke, sus prosélitos, sus puros y sus réprobos; pero es una religión de gente frágil, intolerante, buenista, sin ideas de futuro y que no conoce el perdón (ni el humor).
Una religión contra la realidad, el segundo capítulo, trata del eje central y de mayor penetración en la sociedad del wokismo: la ideología de género. En efecto, la teoría de género es el núcleo mismo de la ideología woke, el primer descubrimiento que abre la vía a todos los atropellos contra la ciencia, la verdad y la propia realidad. El resto de los componentes del wokismo, las teorías de la raza y la interseccionalidad, con sus variantes indigenistas y decoloniales, son meros accesorios en comparación con la teoría de género, que es le verdadero misterio, en sentido religioso, de la nueva religión. Braunstein señala que la invención de género supone el borrado del cuerpo, ya que según esta teoría sólo existe el género, es decir, la conciencia que tenemos de ser hombre, mujer o cualquier otra cosa. Quien recuerde la existencia del cuerpo será estigmatizado y quien señala la contradicción del transgenerismo será acusado de tránsfobo. «Paradójicamente, es esta teoría totalmente imaginaria la que tiene las consecuencias más evidentes y graves en nuestra sociedad», ya que hace desaparecer a las mujeres y convierte en ídolos de nuestro tiempo a las personas transgénero. Ello somete a la sociedad a una presión creciente para que todos acepten el mundo ilusorio de una minoría, para hacer que todo el mundo comparta esa ficción, por ejemplo, mediante la alteración del lenguaje, que se ve obligado a dejar de describir la realidad y ajustarse a ese mundo alternativo («El mundo imaginario debe ser considerado como más real que el mundo real»).
No menos delirantes son las otras patas fundamentales del wokismo, la «Teoría crítica de la raza» y la «interseccionalidad». Para religión woke, la raza blanca es, per se, racista, colonialista, heteronormativa y machista, como un pecado original y sin redención posible. Los blancos deben deshacerse de su blanquitud aceptando un racismo inverso en búsqueda de la «equidad», esa nuevo mantra woke (contrario a la «igualdad», concepto que ha sido borrado) que implica resarcir los abusos pasados de cualquier colectivo (reales o imaginarios) mediante la discriminación actual a las personas de raza blanca. Por su parte, la interseccionalidad señala que las definiciones clásicas de opresión no actúan de manera independiente, sino que están interrelacionadas, creando un sistema de opresión múltiple. (Por ejemplo, el racismo y el sexismo interactúan creando una doble discriminación).
Por último, Jean-François Braunstein indica el ataque permanente que la ideología woke está realizando contra las ciencias naturales, especialmente la medicina y la biología, a las que acusa de ser meros constructos culturales, naturalmente, blancos, masculinos y colonialistas. Esto, que mueve a risa, está provocando una verdadera catástrofe en las universidades del ámbito anglosajón. (Por ejemplo, en una universidad de Nueva Zelanda se ha incluido un «conocimiento» chamánico aborigen con igual rango que la Física). Obviamente, se pone en entredicho toda búsqueda objetiva de la verdad, todo el conocimiento y todo el progreso humano, en definitiva, a la Ciencia misma. Como ha escrito certeramente el economista Juan Manuel Banco, «para la nueva doctrina, los seres humanos son un mero constructo social: nacerían completamente moldeables, como tabula rasa, sin condicionamiento biológico alguno. Y acabarían totalmente determinados por la identidadde los grupos a los que son asignados. Como consecuencia, el sexo o el género no serían atributos biológicos sino puramente sociales, adjudicados arbitrariamente a cada individuo mediante reglas injustas y opresoras», y concluye que «nos encontramos ante un culto integrista, irracional, incompatible con los principios de la democracia liberal».
De la multitud de ejemplos de la deriva woke que cita el autor, recojo el pensamiento de una filósofa del movimiento, Donna Haraway. Según esta mujer, la humanidad debe desaparecer, convertirse en compost, y desea que «generemos allegados, no niños» (por allegados entiende «entidades florares máquinas, orgánicas y textuales con las que compartimos la tierra y la carne»). Que semejantes idioteces hayan colonizado el sistema de enseñanza y cultural sólo se explica por la profunda crisis intelectual y espiritual que atraviesa nuestra sociedad. Y, también, por la cobardía de los que tenían el deber de poner freno a estas ideas irracionales y utópicas, y cuyo silencio los convierte en cómplices necesarios del wokismo por miedo a la presión en redes sociales o de su entorno laboral. (Como se observa, todo esto recuerda demasiado a la sumisión total de los científicos alemanes al régimen e ideas nacionalsocialistas).
La religión woke de Jean-François Braunstein es por su claridad expositiva, concisión y profundidad un ensayo de lectura ineludible para entender este movimiento corrosivo que amenaza con acaban con todo el legado de la cultura occidental. No lo conseguirán.
Esfera de los Libros (2024)
Colección: Ensayo
Traducción: Isabel García Olmos
248 págs.
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Jean-François Braunstein (Marsella, 1953) es profesor de Filosofía Contemporánea en la Universidad de París 1 Panthéon-Sorbonne. Enseña Historia de la Ciencia y Filosofía de la Medicina, así como Ética Médica. Ha publicado con éxito en Francia Canguilhem. Histoire des sciences et politique du vivant; L’histoire des sciences. Méthodes, styles et controverses; La philosophie de la médecine d’Auguste Comte. Vaches carnivores, Vierge Mère et morts vivants. También se ha traducido al castellano La filosofía se ha vuelto loca (2019).
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