Artículo publicado en junio de 1996 en la Hoja Informativa nº 7, del Círculo Tradicionalista «Roca y Ponsa».
Es preciso tener bien claro lo que significan los conceptos y las palabras que empleamos para que podamos entendemos correctamente.
La unión es la suma de voluntades diversas comprometidas a lograr el objetivo común que es la ansiada UNIDAD. Parece incuestionable que no faltan, permanecen, las voluntades y los compromisos de esta unión. No ha de preocuparnos, pues, la diversidad de criterios históricos sobre accidentalismos al parecer superados.
La UNIDAD, sin embargo, es la indivisión del ser entre otros seres. O sea, la UNIDAD supone la consecución de la plena unión ontológica. Y en este nivel hemos de reflexionar, aunque sea someramente, el estado de la cuestión, referida no ya a las diversidades superadas, sino a las divergencias vigentes.
Se puede seguir con los ojos cerrados -táctica del avestruz- , refugiados en la ilusión optimista de que llegue no sabemos qué santo advenimiento; afirmando que la unidad está consumada.
Se puede, decimos, seguir así, pero no se debe, porque esas divergencias existen, y porque algunas de ellas, al menos la principal, atañe a la razón de ser del Carlismo.
Adoptando esta actitud seguiríamos realmente divididos o por lo menos divergentes. Los unos violentados, haciendo la vista gorda y protagonizando una aparente unidad ficticia e insincera. Los otros, decantándose en posturas rebotadas cada vez más distantes de la organización política central. Y unos terceros, los más, desesperando para que la doctrina se les dé masticada y digerida como es lógico.
Así estamos. ¿La solución?: Coger al toro por los cuernos y redefinirnos claramente, concretamente, unitariamente. Jamás volver a poner a votación lo que no puede ser objeto de sufragio.
Es cierto que esto pondría de manifiesto las divergencias, pero no más. No haya otro temor, porque una cosa es romper la «unidad» que de hecho no existe aún y otra reconocer la realidad.
Creemos llegada la hora de no acatar prohibiciones para tratar temas generalmente considerados como tabú; de no atender llamadas a una estéril prudencia, vengan de donde vengan; de no hacer diferencia entre nuestras convicciones personales y familiares y nuestras convicciones políticas consustanciales al Carlismo; de rechazar las «conveniencias» contemporalizadoras. ¿En qué, si no, nos diferenciamos del Liberalismo?
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Creemos llegada la hora, no de implantar (que eso sería tan imposible e irreal como nuestra pretendida realidad actual), sino de pronunciamos programáticamente e intentar conseguir otra unidad perdida pero mucho más profunda que tenemos jurada y por lo tanto es nuestro principal objetivo como Carlistas: LA UNIDAD Católica DE ESPAÑA.
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