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El Frente Nacional que queremos los Carlistas

[Traemos hoy a nuestra edición, un artículo publicado en el número 2, de septiembre de 1977, del boletín “El Requeté”, de la Delegación de Madrid de la Hermandad de excombatientes requetés.

En el mismo se expresa de manera sintética lo que debería ser una auténtica organización contrarrevolucionaria de carácter unitario. Sin embargo, por desgracia, ni aquellas recomendaciones fueron seguidas entonces por la “Alianza Nacional 18 de Julio”, que fracasó en su intento electoral; ni años más tarde, en 1986, cuando se reagruparon las diferentes organizaciones carlistas, que lo hicieron con la configuración de un mero partido político, lo que esterilizó su potencial contrarrevolucionario, haciendo que en menos de 10 años volviera a existir más carlismo fuera de tal organización que dentro de la misma.]

La III Asamblea de la Confederación Nacional de Combatientes ha convocado a las fuerzas políticas del 18 de julio para la creación de un Frente Nacional. Desde aquí nos sumamos al llamamiento de la Confederación, al tiempo que exponemos lo que para nosotros debe ser ese ansiado proyecto de unidad.

Quizá la urgencia del actual momento, con unas Cortes Constituyentes al fondo, obligue a formar un bloque electoral sin demasiadas discriminaciones, inclusive con aquellos que por sus claudicaciones frente al liberalismo son en buena medida responsables de la situación a la que ahora nos vernos avocados. Pero ese posible acuerdo circunstancial, cuyo objetivo más importante sería ganar tiempo a la revolución, no debe confundirse con el necesario Frente Nacional, que propugnamos como estrategia general y de largo alcance de las fuerzas contrarrevolucionarias que luchan por una España católica y tradicional.

Independientemente de ese pacto frente a las urnas que la prudencia aconseje, y en el que ahora no entramos, el Frente Nacional que queremos los carlistas no puede limitarse a ser un gran partido político ni una federación de pequeños. Con ello caeríamos en la trampa que nos tiende el liberalismo. Ante la importancia decisiva que llenen en el presente la reforma moral del hombre y la restauración y potenciación de los cuerpos intermedios—puesto que sin un hombre dignificado y una sociedad organizada no puede existir la monarquía católica y popular que queremos—, sería una equivocación limitar toda la estrategia a un partido político, que es por naturaleza una estructura liberal y, por tanto, inseparable de los hábitos individualistas que fomenta en el hombre (desarraigo del medio, despreocupación por los intereses concretos, ambición de poder, etc.), y que erróneamente sitúa todo el problema alrededor de los programas de Gobierno.

Es imprescindible comprender que el virus se encuentra también en el interior del hombre y en la estructura social, lugares en los que especialmente se siente el paso de la revolución.

Si se actuase únicamente con un partido político se estaría abandonando el escenario en el que la lucha es más encarnizada y decisiva. Si abandonásemos la acción cívica, la restauración social, nos autocondenaríamos a no tener más salida tras el triunfo que la siempre incómoda de un autoritarismo apostólico, puesto que no puede haber un Estado justo, libre y perdurable sin una sociedad sana debajo, y a su vez ésta es actualmente imposible sin una intensa acción cívica y de reforma interior del hombre.

El hombre es el eje del sistema. Hay que reconquistarle y volverle a su estructura divina y natural: la fe por encima de la razón con la que gobierna la voluntad, para el dominio de las pasiones. Y con ese hombre recobrado hay que formar una aristocracia espiritual, formar escuelas más que partidos, en las que el ideal se conozca y fortalezca; en las que se prepare a todos para rendir al máximo todas sus potencialidades humanas y sobrenaturales. Y después, que cada hombre trabaje en armonía psicológica con su propio medio vital, movilizando a los que les rodean por problemas que directamente les afecten y sientan suyos, para que la defensa de los justos intereses concretos se ordene al Bien Común, para que, vencido el individualismo, vaya existiendo un germen de revitalización de las redes sociales.

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Toda esta labor hay que concebirla a largo plazo, sin personalismos ni oportunistas, calladamente, aprovechando la fuerza potencial que se esconde en los medios en los que la estructura social liberal aun no se ha consolidado; es decir, en el medio rural y en las pequeñas y medianas poblaciones.

La creación de Hermandades de todo tipo, la formación de sindicatos de concordia, de asociaciones de vecinos de barrios o municipios; labor de fomento de instituto y colegios mayores confesionales para la restauración universitaria, de creación de asociaciones de padres de familia, de antiguos alumnos, de amas de casa, de escuelas de teatro, de publicaciones y revistas, etc. Todo ello necesita una coordinación que evite el fraccionamiento de las fuerzas. Es precisamente esa dirección de toda la lucha, que dosifica esfuerzos, registra las victorias y estudia las necesidades a la vista de los movimientos del enemigo lo que confiere a toda esta estrategia el carácter de auténtico Frente Nacional.

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Es verdad, sin embargo, que así las cosas dejaríamos aún una importante parcela sin cubrir, que es la de la lucha específicamente política, dirigida a la conquista directa del Estado y sus instituciones y a la formación de adecuados programas de Gobierno. La labor del Frente Nacional en este campo sería la de un partido político, haciendo converger hacia determinados fines electorales, por ejemplo, toda la fuerza social que directa e indirectamente controla en un momento dado.

El Frente Nacional debe ser una semilla de sociedad orgánica que vaya creciendo en medio de la sociedad caótica de la revolución, a la que cada día debe ir cercando y restringiendo en sus funciones.

Por eso el Frente Nacional se ha de diferenciar de un partido en no tener masas y votantes, sino pueblo y militantes; en ser orgánico y de intereses concretos; en su no aceptación, ni teórica ni práctica, del liberalismo; de su terreno de juego ni de sus armas, y en preparar constantemente el triunfo por cuanto, sin esperar a «vencer», ya está venciendo cada día en la restauración social y en la reforma del hombre.

Este es el verdadero Frente Nacional que queremos los carlistas, constituido en torno a los principios del 18 de julio, íntimamente arraigados en el hoy de los españoles, pero también en el carácter y la obra de las generaciones pasadas al coincidir con los postulados grabados en nuestra tradición nacional.

Los carlistas queremos más que una alianza electoral para satisfacer la vanidad de las actas. Queremos un Frente Nacional para la reconquista entera de la Patria y la implantación de un orden social y político justo y duradero, del que todos los buenos españoles—del Rey al peón—se sientan partícipes y defensores.

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