Carlos X. Blanco
Las próximas generaciones se van a enfrentar con un panorama muy negro, desolador. La educación de los niños y de los adolescentes ha quedado en manos de una secta peligrosa, iluminada por creencias no contrastadas, utopías ajenas a toda tradición docente. Es la secta de los pedagogos, cada vez más adobada y condimentada hoy por tecnólogos y economistas.
El libro de Alberto Royo, Contra el pedagogismo, incide en alguno de estos males y lanza algunas críticas contra el estado de cosas de la educación en España. La postura de Royo, docente en un instituto y músico de profesión, no es en absoluto radical. No pretende la eliminación de los pedagogos, ni cuestiona el carácter pseudocientífico de este gremio, cada vez más poderoso y temerario en su actuación, sino simplemente su reorientación hacia la realidad. Royo hace más bien una llamada hacia la prudencia, el realismo y la verdadera praxis docente, la que busca alumnos bien formados, con curiosidad y cultura. Más que una crítica de la Pedagogía, el breve texto de Alberto Royo es una crítica del “pedagogismo”, a saber, de esa actitud altanera y dominante que, empezando en España ya con la LOGSE (1991) y culminando con el disparate sectario de la LOMLOE (2020) ha ido destrozando la educación española y provocando un bajón cultural y moral en nuestra sociedad, con unas consecuencias que muchos nos tememos irreversibles.
El pedagogismo en su actual versión extremista supone que el alumno no debe tanto asimilar y guardar conocimientos sino mostrar una serie de “competencias”. Con dicha palabrita, “competencias” se señala ya, en primera instancia, el fondo y la intencionalidad radicalmente neoliberal de la última ley educativa. Los grandes “planificadores” de la Ley Orgánica de Educación de turno (y, no se preocupen, pues cada gobierno “de turno” sacará una nueva que no hará nada sino estropear más los ya averiado por la anterior) no se encuentran en Madrid, confortablemente sentados en sillones ministeriales y, de todas formas, alejados de una pizarra. Los verdaderos artífices e ingenieros sociales de la UNESCO y demás entidades no democráticas, opacas y visionarias, son los que manejan los grandes fondos mundiales de inversión y los grandes paquetes accionariales de las GAFAM, esto es, las grandes empresas tecnológicas que marcan la pauta para la digitalización del mundo.
Los objetivos de la Agenda 2030, que en sí mismos son una especie de Carta a los Reyes Magos que la humanidad se ha escrito a sí misma, podrían parecer de lo más inocente, más allá de plantearse si es bueno que la “humanidad” se prometa cosas a sí misma (de lo cual, como de todos los ideales masónicos, recelo mucho) si no fuera porque tales objetivos, con esas prioridades y con ese tono imperativo, le vienen de maravilla a los Señores del Dinero que, en estos días, son sobre todo los buitres de la especulación financiera y de la devastación digital.
Es digno de notarse y maravillarse el espectáculo cómo los pedagogos se han aupado al carro del poder, segando las posibilidades de formación de millones de jóvenes, haciendo suyos los tales objetivos 2030, sin que los pueblos, las naciones, y los propios educadores (padres y docentes) podamos decir “ni pío”. Esos “objetivos”, mundialistas y disparatados, son más bien imperativos. En modo alguno tienen que ver con que las personas sean lo más cultas y responsables posibles, amantes de su familia y su patria, custodios de la tradición y de la naturaleza. No: se trata de crear el típico “ciudadano del mundo” que llevan voceando los doctrinarios “de la luz” (Lucifer, “portador de la luz”, una falsa y tenebrosa luz) desde el siglo XVIII, cuando menos.
Los objetivos “del milenio” serían palabrería o utopía neomasónica, nada más, si no resultarán funcionales, como en realidad ocurre, a los propósitos globalistas de las grandes empresas tecnológicas y a los grandes designios especulativos de esa economía “sostenible” y “digital” que ya no precisa trabajo cualificado en Occidente, sino una masa precaria y plebeyizada (esto es, parasitaria) que consumirá “productos” mayormente digitales, haciendo del Estado un gran proveedor del sostén material-asistencial en un modo generalizado de consumo escapista. El mundo se convertirá en una gran Caverna, como la de Platón: todos engañados e inmersos en una realidad falsa, diseñada por el Capital, que es quien puede hacerlo.
Los pedagogos se han unido a los tecnólogos y economistas a la hora de destrozar la educación. Este es otro aspecto que el profesor Royo podría haber desarrollado en su “alegato” o “panfleto” (dicho esto en el mejor sentido de la palabra, esto es, un documento breve escrito con el objeto de denunciar alguna tropelía). Todos los docentes saben que, a partir de la LOGSE, los institutos de secundaria se llenaron de economistas, ingenieros, informáticos, etc. que, en España (un país desindustrializado por decreto de los socialistas), no eran capaces de conseguir un contrato laboral estable, dignamente pagado o con vacaciones suficientemente largas y dignas de ser llamadas tales. Así, estas personas, muchas de ellas carentes de la más mínima vocación docente, han encontrado en la enseñanza una manera de ganarse el pan y la seguridad laboral. Nada que reprochar como solución personal al problema de ganarse la vida, pero mucho que cuestionar en cuanto al perfil general de lo que hoy se da en llamar “profesor”. Así, en esta tesitura, los planes de estudio se han llenado de asignaturas que tienen que ver con la “digitalización” o con el “emprendimiento”, lo que viene de perlas a la dominación neoliberal de la enseñanza. Al matemático, al historiador, al filósofo, le pretenden tirar de las orejas diciendo que sus calificaciones “todavía no miden competencias específicas y generales”, o que no “respetan los descriptores operativos”. Toda esta gente de procedencia tecnológica, con la alianza de muchos orientadores, inspectores, pedagogos, “asesores de formación”, etc. no han hecho otra cosa que envenenar y prostituir la educación introduciendo su jerga, sus métodos y sus “herramientas”. La han deshumanizado y tecnificado. Han complicado las cosas de una manera horrible, introduciendo una jerga inútil y unas “herramientas” abstrusas para hacer, en definitiva, lo que el Sistema quería hacer desde un principio: mejorar las estadísticas de los resultados, regalar los aprobados y los títulos, evitar que haya alumnos repetidores, rebajar el rigor académico para que la sociedad del futuro sea todavía más sumisa a los dictados de la Gobernanza Mundial y se convierta -todavía más- en mera consumidora pasiva de “productos” digitales, los cuales se los va a encontrar tanto en las aulas como en el Mercado.
Y este es un punto esencial, al menos para los que no nos despojamos de una óptica anticapitalista: las propias aulas ya son prolongación del Mercado, y el docente de la LOMLOE se ha degradado a la condición de mero “facilitador” y agente comercial de herramientas digitales. Pero ya lo decían nuestros abuelos: “mira, niño, en este mundo nadie te da nada gratis, como no sea tu familia”.
Lean a Royo y su panfleto (repito, en el mejor sentido) anti-pedagogista. En esta reseña no he querido repetir sus críticas, pues para eso está escrito el libro. Más bien he querido añadir y enfatizar otras posibles. Y, sobre todo, dar a conocer un dato: no todos los profesores somos mudos como los peces, ni todos los peces picamos en el anzuelo. Y no todos los que bogamos bajo el agua seguimos la misma corriente.
Es reseña de Alberto Royo: Contra el pedagogismo. Letras Inquietas, Cenicero, La Rioja, 2023.
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